martes, 12 de noviembre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXIII)

 Hacia las cuatro de la tarde, en que había dos fragatas fuera de combate, otra, la Blanca, de tan bizarra actuación al haber volado la torre meridional y cañoneado con eficacia las restantes baterías de la zona, durante lo cual fue herido su valeroso comandante, Topete, tuvo también que retirarse por haber agotado las municiones, quedando, pues, en acción contra el ya escaso fuego enemigo, las fragatas Numancia, Resolución y Almansa y la goleta Vencedora que, a pesar de su escaso tamaño, se  comportó valientemente y corrió riesgo como la nave que más. A dicha hora, cuatro tarde, se había logrado que sólo unos doce o catorce cañones, casi todos de la batería “Santa Rosa”, contestaran a las continuas andanadas de las fragatas, habiendo sido apagado el fuego de la torre “Junín” y manifestándose escasísimo el de los fuertes “Ayacucho” y “Pichincha”  y la batería “Independencia”, del sector septentrional. Con la torre de “La Merced”  volada y la batería “Maipú” en silencio, sólo la mencionada “Santa Rosa” y el fuerte “Chacabuco”, en la parte meridional, contestaban débilmente al fuego español. No obstante, la escuadra prosiguió el bombardeo, tenazmente empeñada en acallar totalmente al enemigo, y por ello, si se recalentaban demasiado los cañones de una banda, viraban las fragatas continuando los disparos con los de la banda opuesta. Al filo de las cinco, y cuando ya sólo se oía tronar a cinco o seis cañones de la batería “Santa Rosa”, el mayor general Lobo dio la señal de alto el fuego, ordenando a los barcos retirarse del combate, pues se hallaba próximo el ocaso y pronto comenzaría a levantarse la niebla. Subidas las dotaciones a las jarcias, dieron las tres vivas de ordenanza a la reina, y los cuatro buques hicieron rumbo hacia el fondeadero  de la isla de San Lorenzo.
Tanto si se tiene en cuenta el número de bajas sufridas por una y otra parte, como los resultados materiales de la acción, resulta obvio señalar a quién correspondió el triunfo. En tanto la escuadra española tuvo 194 entre muertos, heridos y desaparecidos (de ellos, 5 jefes y oficiales), el enemigo (según propia confesión y por el cálculo proporcional entre las bajas de jefes y oficiales, que fueron 59, y las de la misma categoría sufridas por la escuadra) tuvo cerca de 2000. Sin considerar los resultados materiales, mientras del lado español había, al terminar la acción, tres fragatas y una goleta casi indemnes, con 130 piezas de artillería, o sea más de 60 funcionando en cada andanada, los peruanos apenas si hacían fuego con media docena de cañones, pues los demás fueron volados, entre ellos los enormes Armstrong en torres blindadas y los Blackely acasamatados. La escuadra no había sufrido  –salvo las fragatas Villa de Madrid  y  Berenguela-  averías de consideración, según lo demostró el hecho de que seis o siete días después, reparadas aquéllas en el fondeadero de la isla de San Lorenzo, estuvo la escuadra lista para zarpar. 
Un historiador español contemporáneo -Pirala- señala el hecho de que bien pudo Méndez Núñez repetir el ataque al día siguiente, para apagar por completo los fuegos de la plaza, pues al abandonar los buques la acción cuando aún disparaban algunos cañones peruanos dio pie a que el enemigo se considerase victorioso, diciendo que había obligado a retirarse, malparada, a la escuadra. Tal aserto tiene cierto fundamento lógico; pero, según apunta acertadamente Novo y Colson, la escasez de municiones que padecían  los buques españoles después del combate, no permitía exponerlos otra vez a una lucha tras la cual, completamente agotadas aquéllas, quedaran a merced de cualquier buque enemigo, fuera cual fuese su potencia, a miles de millas de las costas españolas.

Y aquí termina el llamado Bombardeo de El Callao. 

lunes, 28 de octubre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXII)

La acción comenzó a las once y cincuenta minutos, aproximadamente, rompiendo el fuego la Numancia, a la que contestó el enemigo, generalizándose así en toda la línea. La Villa de Madrid aún no se había situado en posición de ataque cuando recibió un proyectil Armstrong de 300 libras que le abrió enorme brecha en un costado, causándole 35 bajas y rompiendo el tubo general del vapor, por lo que, inutilizada la maquinaria, quedó incapaz de maniobrar, teniendo que retirarse a remolque de la Vencedora, no sin disparar, en sucesivas andanadas, unos 20o proyectiles sobre el enemigo. La Numancia se acercó tanto a tierra que, después de eludir a los torpedos, estuvo a punto de quedar  varada en el fango del fondo, lo cual evitó, gracias a la potencia de sus máquinas, dando marcha atrás. Situada frente al reducto enemigo más poderoso del lado sur, la batería “Santa Rosa”, recibía tremenda lluvia de proyectiles de las piezas de mediano calibre, manteniéndose a salvo gracias a su blindaje, pues los cañones gigantes no podían batirla, dada la colocación de los mismos, cuyos proyectiles pasaban altos. El almirante dirigía el combate desde el puente, sin cuidarse del peligro que allí corría, y por ello una granada enemiga le produjo ocho  heridas de importancia en diversas partes del cuerpo, pese a lo cual el valeroso jefe quiso mantenerse en su puesto, pero al poco cayó desmayado a causa de la pérdida de sangre, siendo llevado a la enfermería y sustituido en el mando por el mayor general Miguel Lobo y Malagamba, que cuidó de oculta el suceso a las dotaciones, para que no decayese su  moral combativa. La fragata Blanca,    
mandada por Juan Bautista Topete, también muy próxima a la costa, bombardeaba la torre de “La Merced”, armada con enormes cañones Armstrong, y llevaba una hora aproximadamente de fuego cuando una de sus granadas hizo volar dicha torre, a consecuencia de haberse introducido, tras rebotar en la cureña del cañón de la derecha, en el hueco de la porta, dando había varios saquetes de pólvora, estallando allí, con lo cual fue lanzada la porta a 90 metros de distancia, desquiciando el blindaje (de 152 mm) de la torre y despedazados los montajes internos, muriendo o quedando gravemente heridos todos los ocupantes, unos 90 hombres, figurando entre los que perecieron el coronel José Gálvez, a la sazón ministro de guerra y marina del Perú, y varios jefes y oficiales de su estado mayor. Tras este éxito, la Blanca reforzó a la Resolución y  la Numancia en la difícil tarea de apagar los fuegos de la más poderosa defensa enemiga, o sea la batería “Santa Rosa”.
En el centro de la línea, la fragata Almansa bombardeaba simultáneamente a la población y a los barcos enemigos, amarrados a los muelles, con notables resultados, a pesar de recibir numerosos impactos, algunos de grueso calibre. Hacia las dos y media, una granada Armstrong de 300 libras estalló en su batería, matando a trece servidores de las piezas e inflamando la pólvora de los guardacartuchos, con lo cual se propagó el incendio hasta el sollado; mas a pesar de lo grave del caso, el comandante de la nave, Victoriano Sánchez Barcáiztegui, se negó a abrir las llaves de inundación, pronunciando la frase que se hizo célebre: “Hoy no es día de mojar la pólvora”, ya que antes hubiera preferido volar la fragata. Hizo retirarla de la lucha, logrando, merced a los esfuerzos denodados de su dotación apagar el fuego sin mojar la pólvora, con lo cual pudo a la media hora entrar nuevamente en liza, distinguiéndose por la eficacia de sus disparos.

En el sector del norte, la avería sufrida por la Villa de Madrid, al comienzo de la acción, hizo quedara sola la Berenguela, que luchó contra todas las baterías enemigas allí instaladas, incluyendo la poderosa torre blindada “Junín”, con piezas Armstrong de gran calibre. Mandada por el capitán de navío Pezuela, sostuvo formidable cañoneo, logrando inutilizar las grandes piezas de dicha torre y apagar la mayoría de los demás fuegos enemigos. No obstante, poco después recibió un proyectil Blackely de 450 libras, que, penetrando en su batería, salió por el costado opuesto, muy por debajo de la línea de flotación, dejando abierto un enorme boquete de más de 4 metros de largo y 1 de ancho, por el que entraba mucha agua, amenazando anegar el barco; y  por si esto fuera poco, otro proyectil del mismo calibre penetró en el sollado incendiando la carbonera, inmediata al pañol de la pólvora, con lo que hubo de retirarse de la línea de fuego, logrando, tras ímprobos esfuerzos de la dotación, que cambió grandes pesos, entre ellos la artillería a la banda opuesta al boquete, escorar lo bastante para que éste quedara sobre la línea de flotación..Al igual que la Villa de Madrid, durante la retirada no dejó de hacer fuego sobre el enemigo con todas sus piezas disponibles. (CONTINUARÁ)   

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXI)

El día 1 de mayo recibió Méndez Núñez del gobierno de Madrid la orden de regresar a España inmediatamente. El almirante leyó el escrito y lo devolvió al mensajero diciéndole: “Mañana, día 2,  bombardeo El Callao. Usted no ha llegado todavía. Llegará pasado mañana, y en cuanto me comunique la orden de regreso me apresuraré a cumplirla”. Al día siguiente, con las primeras luces, Méndez Núñez dirigió una sentida proclama a las dotaciones de todos los buques que produjo entusiasmo indescriptible y a las once y media de la mañana emprendía la escuadra española, desde su fondeadero de la isla de San Lorenzo, la marcha sobre El Callao. El jefe español había efectuado días antes, a bordo de la Vencedora, un minucioso reconocimiento de las defensas peruanas, acercándose a la plaza hasta la distancia de medio tiro de cañón, y así, impuesto del dispositivo enemigo, distribuyó sus buques en tres divisiones: la primera, formada por las fragatas Numancia, Blanca y Resolución, en vanguardia, con la misión de atacar las  formidables defensas del sur; detrás la segunda, compuesta por la Villa de Madrid y la Berenguela, destinada contra las baterías del norte, y a continuación la tercera, que integraban la fragata Almansa  y la goleta Vencedora, para batir a los monitores peruanos. El buque de transporte Maule seguía a retaguardia, para auxiliar a los buques de combate en caso de necesidad.
Se ha discutido el acierto del almirante español en su plan de ataque. Como expone Novo  y Colson, en principio cabría objetar que debió bombardear las defensas enemigas haciendo pasar una división de sus barcos por el sur de la isla de San Lorenzo, enfilando al enemigo en dirección sur-norte, en tanto que otra división hasta situarse frente a las baterías Santa Rosa y Abtao, posición desde la cual no sería alcanzado fácilmente por las defensas septentrionales, pudiendo así ambas divisiones atacar de manera combinada a las baterías enemigas meridionales, que, batidas por el frente y por la espalda, habrían sido rápidamente acalladas y desmontadas sus piezas, después de lo cual ambas divisiones, unidas, repetirían el sistema contra las defensas del norte, terminando por bombardear la ciudad. Pero aun reconociendo perfectamente las fuerzas enemigas y el sistema táctico más adecuado para combatirlas con el mínimo riesgo,  Méndez Núñez prefirió, evidentemente, atacar simultáneamente todos los medios defensivos enemigos para reivindicar el erróneo concepto que de la escuadra española se tenía a partir del bombardeo de Valparaíso. Por otra parte, el bombardeo desde  extremo sur era casi impracticable, dado el violento oleaje que allí reinaba, con lo que no hubiera cabido asegurar la puntería.
Los buques españoles avanzaron lentamente, llegando a situarse muy cerca de la costa, tanto que sus quillas rozaron el fondo, resultando inútiles los torpedos (tal vez porque la hélice de alguno de los barcos cortara el cable disparador). La finalidad perseguida con aquella aproximación a las defensas de la plaza era conseguir mayor eficacia de los disparos, aunque, en contrapartida, la gran dimensión de las fragatas hacía de ellas blancos fáciles para el enemigo. No obstante, los artilleros peruanos desaprovecharon la oportunidad de utilizar convenientemente sus cañones gigantes antes de que los buques españoles se acercaran tanto, pues una vez situados bajo la rasante de las baterías, casi todos los proyectiles de éstas pasaban altos.                        (CONTINUARÁ)


miércoles, 16 de octubre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXX)

               

¿Quién no ha oído hablar de El Callao? Esta ciudad de Perú y puerto de Lima, de la cual dista 10 kilómetros, forma una conurbación con la capital del país y es un activo puerto en el Pacífico. Fundada en 1537, fue la última plaza americana que perdieron los españoles (1826). Durante la guerra entre España y las repúblicas de Chile y Perú tuvo lugar el bombardeo de El Callao (2 mayo 1866) por la escuadra española del Pacífico al mando del almirante Méndez Núñez; la acción se saldó sin vencedores ni vencidos.
Después del bombardeo de Valparaíso, en 31 de marzo, decidió Méndez Núñez (Vigo, 1.7.1824), jefe de la escuadra española de operaciones en el Pacífico desde la muerte del almirante Pareja, que se suicidó a consecuencia del descalabro sufrido en el combate de Papudo, ampliar las actividades de dicha fuerza, realizando una acción de importancia en las costas del Perú, nación que estaba en guerra con España desde el 30 de enero.
Reforzada la escuadra española con la fragata Almansa, de 50 cañones, que se incorporó el 9 de abril, aquélla levó anclas de Valparaíso el 14 de dicho mes. El almirante español, preocupado por los comentarios que se habían hecho a consecuencia el bombardeo de dicho puerto en los que llegaba a afirmarse que la escuadra española no tenía arrestos suficientes para atacar plazas fortificadas, limitándose a bombardear ciudades abiertas, ardía en deseos de demostrar lo infundadas que eran tales difamaciones, a pesar de que las órdenes concretas del gobierno de Madrid se constreñían al bombardeo de Iquique y otros puntos de escasa importancia, debiendo regresar inmediatamente después a la Península. Deseando lograr un triunfo, decidió atacar el puerto de El Callao, poderosamente fortificado, por lo que el 27 de abril se presentó ante la plaza, comunicando al cuerpo diplomático que cuatro días después atacaría las defensas de la ciudad, plazo que hubo quien estimó innecesario, ya que el provocador había sido el gobierno peruano y dado que la plaza se hallaba fortificada, por lo que solo sirvió para, aparte de abandonar la ciudad los neutrales y no combatientes, aprovecharlo los peruanos en reforzar sus aprestos defensivos, si bien también les fue útil a los buques españoles en sus preparativos de ataque. Alguno de éstos –tal la fragata de madera Blanca- fue reforzado con un rudimentario blindaje hecho de cadenas, y todos pintaron de negro las franjas blancas de sus costados, que llevaban así según costumbre de la época, a fin de ofrecer blanco menos perceptible a los cañones enemigos; echaron abajo las vergas mayores y calaron los masteleros, para resguardar en lo posible a la arboladura de las averías que pudiera causarles el fuego enemigo.  
L escuadra española, fondeada en la cercana isla de San Lorenzo, comprendía una fragata blindada, la Numancia (buque de guerra de primera clase, de 7500 toneladas, maquinaria de 1000 caballos, velocidad de 13 millas y blindaje de 130 mm de espesor), armada con 40 cañones; cuatro fragatas de madera: Almansa, de 50 cañones; Villa de Madrid, de 46; Resolución, de 40, y Blanca, de 36, y una goleta, Vencedora, armada con 3 piezas de artillería; en total, 215 piezas, en su mayoría de 68 libras como calibre máximo.
Frente a estos medios, la plaza de El Callao alineaba formidables defensas, dada la ventaja que siempre han ofrecido las fortificaciones costeras en relación con el armamento de las naves atacantes. Según el criterio de los neutrales y las apreciaciones de la propia escuadra atacante, las defensas de la plaza contaban con 92 piezas de artillería, de ellas 14 cañones gigantes (8 Blackely, rayados, con proyectiles de 450 libras, y 6 Armstrong, también rayados, con proyectiles de 300 libras); 40 cañones, lisos, de 16 cm y 38, también lisos, de a 32 libras. Los datos oficiales peruanos dan cifras más reducidas, según las cuales solo había 4 cañones gigantes Armstrong, con proyectiles de 300 libras, emplazados por pares, en los extremos septentrional y meridional de la plaza, en dos torres blindadas (llamadas “Junín” y “La Merced”, respectivamente); 4 cañones gigantes más, Blackely, con proyectiles de a 450 libras, acasamatados y defendidos por terraplenes, distribuidos, uno a uno, en puntos estratégicos en el espacio existente entre las mencionadas torres, apoyados por 44 cañones de a 32 libras, repartidos en siete baterías situadas, dos en la parte norte, cuatro en la sur y una dando frente a la retaguardia de la torre meridional. Un cañón gigante más, Blackely, había sido montado precipitadamente, quedando inutilizado al primer disparo. En total, pues, según estos datos, solo disponían los peruanos de 53 piezas, de ellas 9 de enorme calibre. Además, había que añadir la artillería de los pequeños buques peruanos, que eran los monitores Loa (con cañón de 110 libras) y Victoria (con un cañón de 68 libras) y el vapor Tumbes (con dos cañones de 32 libras), los cuales defendían el centro de la línea. Finalmente, en varios lugares de la bahía se habían colocado torpedos fijos, con disparadores eléctricos.
Fueran ciertas unas u otras cifras, el hecho incuestionable es que los buques españoles, todos de madera a excepción de la fragata blindada Numancia, además de carecer de una sola boca de fuego de gran calibre que oponer a los 14 (o, al menos, 9) enormes cañones enemigos, no se hallaban en condiciones de soportar los disparos de tan poderosas piezas, de las que se suponía que uno solo acertado en la línea de flotación bastaría para echar a pique a cualquiera de los buques de madera, ya que los proyectiles Armstrong rayados de 300 libras atravesaban blindajes hasta de 19 cm, superiores en 6 cm al de dicha fragata. El ataque a El Callao en tales condiciones era empresa temeraria, dados esos medios de defensa y las enseñanzas obtenidas en la entonces reciente Guerra de Secesión americana, en que casi siempre las baterías costeras, aun con enorme inferioridad en número y calibre de las piezas, habían prevalecido en su acción contra las escuadras. Además, los defensores de El Callao podían cubrir sus bajas y renovarse con tropas de refresco, disponiendo de toda clase de recursos, en tanto que los buques españoles, a miles de millas de su país, carecían de reservas y no podían reponer sus pérdidas. Pese a tales inconvenientes, no se arredró el almirante español, ni los comandantes de los barcos y dotaciones a su mando.         (CONTINUARÁ).

miércoles, 25 de septiembre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXIX)

El último párrafo de la entrada o entrega XXVIII me inspira la XXIX. Por eso, hoy, vamos a hablar, con calma, de la calma.
La calma es la carencia de viento; sosiego y tranquilidad de la mar.  En la vigente escala anemométrica de Beaufort, la calma se expresa con la cifra 0 y la equivalencia de la velocidad del viento a una altura tipo de 10 m por encima de un terreno llano y descubierto es de 1 nudos, 0-0,2 metros por segundo o 1 kilómetro por hora. Se caracteriza porque en tierra el humo se eleva verticalmente, y la mar está como un espejo. Tradicionalmente entre los marinos españoles se acostumbraba a invocar a san Laurencio, cuando el buque se hallaba envuelto en calma, como puede verse en el Arte para fabricar naos, de Tomé Cano (Sevilla 1611): “El señor Tomé nos dirá, que siente o entiende, de que tan comúnmente pidan los marineros al grande y valerosísimo mártir sant Laurencio, quando sobreviniéndoles Calma en sus viajes y faltándoles Viento, llaman e invocan  a este sancto con vn tan estraodinario modo de Oració, o breve invocación, diciendo: O sanct Laurencio Barbas de oro, dadnos Viento, Viento, Viento, san Laurencio: cosa que nose de donde procede, pues de ninguna manera nos consta, que este bien aventurado y fortísimo mártir hubiese navegado, ni exercitado las cosas marítimas”. La calma chicha o muerta es, por tanto, la falta absoluta de viento.
En el Atlántico norte existe una región de calmas y ventolinas variables, entre los límites de los alisios del NE y del SE; su anchura es de unas 600 millas, algo mayor al norte del ecuador por donde se halla su posición media; llega a los 15º N en el mes de septiembre. Sin embargo el nombre, no reina una calma continua en dicha zona, la proporción entre el ecuador y los 10º N, es del 117 por 1000, dependiendo tanto su extensión como efectos, de la época el año. Al oeste del meridiano de 28º, los alisios del NE y SE se unen a menudo y por ello puede pasarse de uno a otro sin notar caída del viento y hasta en medio de un chubasco. Al este de dicho meridiano ocurre al revés; el alisio del NE es interceptado por la costa de África y las calmas aumentan con la proximidad de la tierra. Con la anchura, el fenómeno es semejante; aumenta al ir hacia el E, excepto de mayo a octubre, época de los fuertes vientos del suroeste en el golfo de Guinea, que en ocasiones alcanzan al E del meridiano de 26º en la región norte del ecuador. Aquí, durante junio, julio y agosto, se presentan fuertes chubascos del suroeste y la aparición entonces de cúmulos-nimbos con descargas eléctricas, es indicio de contraste o aumento del viento.
En el Pacífico, la zona de calmas está también en el espacio entre los alisios del SE y NE y su forma es la de un triángulo con base en la costa americana y el vértice a una distancia dependiente de las estaciones. La menor anchura de la zona se halla entre los  meridianos de 113 y 163º O, en particular por los 146º O, donde frecuentemente llega a desaparecer. Al E de los 113º O el alisio del NE, es detenido por las costas de México y la América Central, menudeando ya las calmas todo el año, y la anchura de la zona es mayor cuanto más grande es la proximidad a la costa, aunque de junio a septiembre, a unas 300 millas de tierra, terminan las calmas y hace sentir sus efectos el viento del suroeste.
En el océano Índico hay calmas en invierno, especialmente en el mes de enero, en el hemisferio norte. Esta zona, confundida en parte con la del monzón del NO, tiene los límites siguientes: al este, la línea que va de cabo Comorín a la punta norte de Sumatra, y desde esta isla al estrecho de la Sonda; al oeste, la línea que corre desde cabo Comorín a Zanzíbar y la costa este de África; el límite varía entre los paralelos de 5 y 10º S, bajando hacia el mediodía de octubre a marzo con la isóbara de 758 mm y subiendo hacia el norte de abril a septiembre, cuando las calmas abundan menos y hasta llegan a desaparecer del todo.

En el océano Atlántico comprenden las regiones situadas sobre el límite polar de los vientos alisios y reciben el nombre del trópico a que pertenecen; radican entre los paralelos de 28 y 35º y su anchura oscila entre las 300 y 400 millas, aunque en realidad no forman dos fajas abarcando el globo, sino que son espacios aislados en los cinco mares de sargazos donde hay calmas y ventolinas variables. En el Atlántico, las calmas de Cáncer se presentan al oeste de las islas Azores y Madeira; en cambio, al E del meridiano de 18º O, es decir, desde Finisterre a las islas Canarias, hay vientos del NO al  NE, y en las últimas se unen a los alisios del NE sin notarse apenas las calmas; en la parte occidental el mismo mar y dentro de los límites de 28 y 35º, navegando de S a N se encuentran vientos que giran sucesivamente del NE al SO por el S, también sin intervalos sensibles de calmas. Las calmas de Capricornio como las de Cáncer se hallan igualmente en la parte central y comprenden una gran zona en latitud; se notan al separarse de la costa americana, fuera ya de la acción de los vientos generales de las costas de Brasil y del Plata; al acercarse a la costa de África cesan las calmas y experimentan vientos entre el SO y SE, uniéndose a los alisios del SE sin transición de calmas. En el océano Pacífico, la zona de calmas ofrece mayor regularidad que en el Atlántico, pero como su origen es semejante, también presenta análogas interrupciones, siendo las más notables, en las calmas de Cáncer, California y la costa norte de los Estados Unidos y en las calmas de Capricornio, las costas chilenas.

sábado, 31 de agosto de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXVIII)

¿Qué ha de hacer un hombre si no le entienden ni le atienden? “Leer, leer, leer, vivir la vida / que otros soñaron. / Leer, leer, leer, el alma olvida / las cosas que pasaron”. Se quedan las que quedan, las ficciones, las flores de la pluma, las olas, las humanas creaciones, el poso de la espuma. “Leer, leer, leer, ¿seré lectura / mañana también yo? / ¿Seré mi creador, mi criatura, seré lo que pasó?” El cuerpo canta; la sangre aúlla; la tierra charla; la mar murmura; el cielo calla y el hombre escucha...                           
Un día un amigo me dijo: “Vivir quiero conmigo, / gozar quiero del bien que debo al cielo, / a solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de esperanza, de recelo.” ¡Qué de monólogos tiene que hacer uno, amigo Baltasar, para no perder el juicio! ¡Qué de soliloquios! Cuando digo para no perder el juicio no me refiero a la tramitación de una causa criminal o de un pleito civil ante un juez o tribunal. No; me refiero a otra cosa.
 ¡Ay, quién supiera escribir! ¡Quién supiera poner, bien, una letra detrás de otra! Lo que está escrito, escrito está. Fue la respuesta de Pilatos a los judíos que reclamaban el cambio de la inscripción colocada en la cruz de Jesucristo. Quisiera no saber escribir. Fue la que daba Nerón, en los primeros tiempos de su reinado, cada vez que debía firmar una sentencia de muerte. No escribo contra quien puede proscribir, fue la de Gayo Asinio Polión a quienes lo aconsejaban que replicara a los epigramas que le dedicaba Octavio. “Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, (escuela para párvulos a la cual asistió J.R.J. a los cuatro años), aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes. Sabrías tanto como el burro de las Figuras de cera –el amigo de la Sirenita del Mar, que aparece coronado de flores de trapo, por el cristal que muestra a ella, rosa toda, carne y oro, en su verde elemento-; más que el médico y el cura de Palos, Platero. Pero, aunque no tienes más que cuatro años, ¡eres tan grandote y tan poco fino! ¿En qué sillita te ibas a sentar tú, en qué mesa ibas tú a escribir, qué cartilla ni qué pluma te bastarían, en qué lugar del corro ibas a cantar, di, el Credo?”  Esto, no hace falta aclararlo, se lo decía Juan Ramón Jiménez a su mejor amigo: Platero. Marco Aurelio de los prados, le llamaba Juan Ramón... En Libros de prosa, el poeta nos revela sus pensamientos, su deseo de soledad; su melancolía; su nostalgia por la inocencia infantil, soñando con el oro de la infancia; su ansia por un ideal vago y su simpatía por los que, como él, se ven fracasados ante la vida y la sociedad (tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen), y han perdido todas las oportunidades para una vida plena. ¡Quién supiera cantar un himno a una vida que alguien describió como “la sed de sencillez, de reposo, de anchos y serenos horizontes, de comunión de la vida rural, que consume a todos los espíritus  hartos de complicaciones y refinamientos”.  El hombre ha de conservar como un legado, como una herencia, en su natural destino, pienso, los tres cultivos eternos: el de la inteligencia, el de la sensibilidad y el de la conciencia. ¡Ay, quién supiera escribir! ¡Qué de soliloquios! ¡Qué de monólogos tiene que hacer uno, Baltasar amigo, para no perder el juicio! Para estar –simple y llanamente- conmigo; porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos. “Un ángulo me basta entre mis lares / un libro y un amigo, un sueño breve, / que no perturben dudas ni pesares”.                                                                          
N. B. Nota bene es una locución latina que significa “nota bien” o “nótese bien” en el sentido de “téngase cuidado” o “préstese atención”. Es frecuente en los libros y otras publicaciones para llamar la atención sobre algún punto.

Hoy no hemos hablado de vientos porque hay calma chicha: quietud absoluta del aire, acompañada de pesadez de la atmósfera, particularmente en el mar. Y hay que estar al pairo. Con las velas tendidas, claro.

miércoles, 14 de agosto de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXVII)

Los otomanos, entretanto, no pierden el tiempo,  a finales de marzo de 1571 la gran armada de Piali va desde Estambul a Negroponto, para hacer frente a la flota veneciana y cerrar el camino de Chipre a posibles refuerzos para la isla. La armada de Venecia, al mando de Zanne  con Sforza Palaviccino como general de la tropa de tierra embarcada, había partido el mismo día, aproximadamente, que la turca, fondeando el 13 de abril en Zara, donde pasó dos meses en espera inútil de las flotas española y pontificia, muy retrasadas en sus aprestos, con la mala suerte, además, de que una epidemia causó enorme número de bajas, de resultas de lo cual quedaron las galeras venecianas muy mermadas en sus dotaciones. Cansado de esperar, Zanne partió finalmente para Oriente, y el 23 de junio fondeó en Corfú, reforzando sus tripulaciones al paso como buenamente pudo. Allí hizo escala durante otro mes, transcurrido el cual salió el 23 de julio para Candía, llegando el 4 de agosto al puerto de Suda, donde fondeo. Piali, entretanto, al no encontrar enemigo enfrente, se dirige con su flota hacia Chipre, llegando frente a la isla el  1 de julio. Tras desembarcar, las huestes de Mustafá-pachá ponen sitio a Nicosia,   principal ciudad de la isla, en tanto que Piali mantiene a la flota dispuesta para salir a hacer frente a una posible armada enemiga de socorro; pero ésta no se presenta, por lo que puede reforzar el ejército sitiador con parte de la tropa embarcada. El 9 de septiembre, tras un asalto general del ejército de Mustafá-pachá, que sucesivos refuerzos han elevado a cerca de 100000 hombres, la plaza sucumbe, cayendo, a continuación, en poder de los otomanos, Pafos y Limasol.
La armada española de Italia se había concentrado en Mesina, al mando del genovés Juan Andrea Doria, sobrino-nieto del gran almirante de Carlos V, y la formaban unas cincuenta galeras, a saber: 20 de Nápoles, al mando de Álvaro de Bazán; 10 de Sicilia, al de Juan de Cardona; 12 de Doria, y 8 de otros particulares a sueldo de España. Zarpó Doria de Mesina el 9 de agosto, haciendo rumbo a Otranto, donde el 20 de dicho mes se unió a la armada pontificia, que gobernaba el príncipe Marco Antonio Colonna, designado por el papa capitán general provisional de las fuerzas navales coligadas. Navegaban juntos españoles y pontificios hacia Candía, llegando a Suda, fondeadero de la armada veneciana, el 31 de agosto. Las fuerzas cristianas reunidas formaban un imponente conjunto: 180 galeras, 11 galeazas y 14 naves, con 1300 cañones y 16000 hombres de tropa de tierra a bordo. Inmediatamente se celebró consejo de generales, en el cual mientras Zanne se mostró dispuesto a marchar con presteza en socorro de Nicosia, que aún resistía, Doria, que se había dado perfecta cuenta del deficiente armamento de las galeras venecianas, creyó conveniente no enfrentare con el turco; pero Colonna decidió finalmente hacer rumbo a Rodas, y el día 22 fondeaban frente a Kastelorizo, en Asia Menor, donde supieron la caída de Nicosia. En una nueva reunión de mandos se discutió la posibilidad de marchar en socorro del resto de las posesiones venecianas y, por otra parte, eran de temer los temporales de otoño. Doria quería fondear en Sicilia durante el invierno, en tanto que Zanne continuaba empeñado en su idea de socorrer a Chipre, hasta el punto de que, por fin, el 27 de septiembre los venecianos y pontificios aparejan y, sin comunicar sus intenciones a Doria, hacen de nuevo rumbo a Creta. El genovés, sin alterarse por ello, decide marchar a Sicilia seguidamente, alcanzando felizmente Mesina, logrando no perder ni una sola de sus galeras en la travesía. En cambio Zanne y Colonna pierden en las singladuras que hacen hasta llegar a Suda nada menos que trece galeras (ocho venecianas y cinco pontificias), por haber tenido que soportar dos fuertes borrascas, quedando confirmadas así las predicciones del competente Doria. Hasta últimos de noviembre no consiguen los jefes veneciano y pontificio alcanzar sus respectivas bases, tras haberse desencadenado nuevos temporales que les ocasionaron la pérdida de otros buques, pudiendo decirse que la escuadra papal había resultado aniquilada, sin combatir, en esta campaña totalmente inútil, cuyo infructuoso resultado causó pésima impresión en los estados cristianos, máxime habida cuenta del gran número de navíos y fuerzas de toda clase reunidos. La causa del fracaso estuvo principalmente en la rivalidad y la desconfianza mutuas entre los jefes, que impidieron la elaboración de un plan de acción definido y metódico. Colonna y Zanne demostraron palmariamente su incompetencia, y Doria, a pesar de su quizá exagerada circunspección, fue el que tuvo menos culpa, evidenciándose ser el único general verdaderamente idóneo de la flota. Los turcos, aprovechándose del fracaso cristiano, el 18 de septiembre habían puesto cerco a Famagusta, la otra gran plaza chipriota, creyendo caería en su poder en menos tiempo que Nicosia; pero la ciudad resistiría heroicamente durante casi un año.    (Continuará)