martes, 12 de noviembre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXIII)

 Hacia las cuatro de la tarde, en que había dos fragatas fuera de combate, otra, la Blanca, de tan bizarra actuación al haber volado la torre meridional y cañoneado con eficacia las restantes baterías de la zona, durante lo cual fue herido su valeroso comandante, Topete, tuvo también que retirarse por haber agotado las municiones, quedando, pues, en acción contra el ya escaso fuego enemigo, las fragatas Numancia, Resolución y Almansa y la goleta Vencedora que, a pesar de su escaso tamaño, se  comportó valientemente y corrió riesgo como la nave que más. A dicha hora, cuatro tarde, se había logrado que sólo unos doce o catorce cañones, casi todos de la batería “Santa Rosa”, contestaran a las continuas andanadas de las fragatas, habiendo sido apagado el fuego de la torre “Junín” y manifestándose escasísimo el de los fuertes “Ayacucho” y “Pichincha”  y la batería “Independencia”, del sector septentrional. Con la torre de “La Merced”  volada y la batería “Maipú” en silencio, sólo la mencionada “Santa Rosa” y el fuerte “Chacabuco”, en la parte meridional, contestaban débilmente al fuego español. No obstante, la escuadra prosiguió el bombardeo, tenazmente empeñada en acallar totalmente al enemigo, y por ello, si se recalentaban demasiado los cañones de una banda, viraban las fragatas continuando los disparos con los de la banda opuesta. Al filo de las cinco, y cuando ya sólo se oía tronar a cinco o seis cañones de la batería “Santa Rosa”, el mayor general Lobo dio la señal de alto el fuego, ordenando a los barcos retirarse del combate, pues se hallaba próximo el ocaso y pronto comenzaría a levantarse la niebla. Subidas las dotaciones a las jarcias, dieron las tres vivas de ordenanza a la reina, y los cuatro buques hicieron rumbo hacia el fondeadero  de la isla de San Lorenzo.
Tanto si se tiene en cuenta el número de bajas sufridas por una y otra parte, como los resultados materiales de la acción, resulta obvio señalar a quién correspondió el triunfo. En tanto la escuadra española tuvo 194 entre muertos, heridos y desaparecidos (de ellos, 5 jefes y oficiales), el enemigo (según propia confesión y por el cálculo proporcional entre las bajas de jefes y oficiales, que fueron 59, y las de la misma categoría sufridas por la escuadra) tuvo cerca de 2000. Sin considerar los resultados materiales, mientras del lado español había, al terminar la acción, tres fragatas y una goleta casi indemnes, con 130 piezas de artillería, o sea más de 60 funcionando en cada andanada, los peruanos apenas si hacían fuego con media docena de cañones, pues los demás fueron volados, entre ellos los enormes Armstrong en torres blindadas y los Blackely acasamatados. La escuadra no había sufrido  –salvo las fragatas Villa de Madrid  y  Berenguela-  averías de consideración, según lo demostró el hecho de que seis o siete días después, reparadas aquéllas en el fondeadero de la isla de San Lorenzo, estuvo la escuadra lista para zarpar. 
Un historiador español contemporáneo -Pirala- señala el hecho de que bien pudo Méndez Núñez repetir el ataque al día siguiente, para apagar por completo los fuegos de la plaza, pues al abandonar los buques la acción cuando aún disparaban algunos cañones peruanos dio pie a que el enemigo se considerase victorioso, diciendo que había obligado a retirarse, malparada, a la escuadra. Tal aserto tiene cierto fundamento lógico; pero, según apunta acertadamente Novo y Colson, la escasez de municiones que padecían  los buques españoles después del combate, no permitía exponerlos otra vez a una lucha tras la cual, completamente agotadas aquéllas, quedaran a merced de cualquier buque enemigo, fuera cual fuese su potencia, a miles de millas de las costas españolas.

Y aquí termina el llamado Bombardeo de El Callao. 

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