miércoles, 12 de mayo de 2010

Carta de Beethoven a su sobrino Karl

Baden, 31 de mayo de 1825

He formado el propósito de ir a la ciudad el sábado y volver aquí de nuevo el domingo por la tarde o el lunes por la mañana. Te ruego que procures saber a qué hora puede verse ordinariamente al Dr. Bach y también hacer que te dé las llaves para mi señor hermano el panadero, para ver si la habitación que mi poco fraternal hermano posee es adecuada para pasar la noche, como me propongo, si la ropa de la cama está limpia, etc. Como el jueves es festivo, y tú seguramente no estarás aquí, no te lo pido. Haz estas diligencias y dímelas el sábado cuando yo llegue. No te envío dinero. En caso de necesidad, puedes pedir en casa que te dejen un florín. La moderación es necesaria para los jóvenes y tú no pareces tener mucha, desde que tienes dinero sin mi conocimiento y sin que yo sepa desde dónde te llega. Compórtate. Ir al teatro no te es conveniente a causa de la distracción que supone. Yo así lo creo. Los cinco florines que te ha procurado el Dr. Reissig los pagaré puntualmente, y con eso ya es suficiente. Con lo basto que eres, creo que te convendría dedicarte a la simplicidad y a la verdad, porque mi corazón sufre mucho al ver tu conducta insincera para conmigo. Y esto se hace difícil de olvidar e incluso si yo quisiera soportarlo todo sin murmurar, como un buey uncido, si te portases con los demás de igual manera, nunca te ganarías la estima de la gente. Dios es testigo de que sólo sueño en tí, en mi miserable hermano y en la alegría de no tener más penas con esa familia abominable y decepcionante que me tiene esclavizado. Quiera Dios escuchar mi ruego, porque ya nunca más puedo creer en tí.

Tu padre,
o mejor dicho, aún no tu padre.

La Octava de Beethoven

La Octava Sinfonía de Beethoven es sin duda la menos conocida de las nueve obras maestras que el compositor alemán dejó escritas. Puede decirse que, situada entre la Séptima y la Novena, su amable superficie apenas se percibe, del mismo modo como Mercurio, planeta menor, no se ve mucho por su excesiva proximidad al Sol. Sin embargo, algunos críticos han defendido la especial calidad de esta sinfonía vital, simpática y alegre que precede al gran esfuerzo compositivo de la Novena. Uno de estos críticos fue Bernard Shaw, quien escribía el 5 de noviembre de 1895 en el periódico “Daily Chronicle”:

“La popularidad de la Séptima Sinfonía, que Richter repite ad nauseam, se debe evidentemente al ritmo galopante del primer movimiento, y al vigor de la estampida y las carreras que se oyen en el último, por no mencionar la sencilla forma de himno que adopta el bonito allegretto. Pero en todos los aspectos más sutiles, la Octava es mejor, con su inmensa cordialidad y su exquisito sentido del juego, su candor y naturalidad perfectos, sus filamentos de melodía celestial que de pronto empiezan a fluir de la masa del sonido, y se van volando como si fueran nubes, y la astuta coquetería armónica que con los irresistibles temas de gran animación, después de innumerables fintas y de invitaciones y promesas que mantienen el alma en vilo, de pronto se te echan encima a la vuelta de las esquinas más insospechadas, y se te llevan con ellas con una deliciosa explosión de alegre energía...”

Bernard Shaw: The great composers.

Univ. of California Press, 1978, pp. 108.