miércoles, 14 de enero de 2015

ATAQUES NAVALES A CARTAGENA DE INDIAS

Dos fueron los principales asaltos sufridos por dicha ciudad: el primero, en abril de 1697, en el que las fuerzas atacantes lograron su objetivo, apoderándose de la misma, y el segundo el 15 de marzo al 20 de mayo de 1741, en el que, pese al formidable despliegue de fuerzas británicas que se proponían tomarla, logró resistir, sin que aquéllas alcanzaran su finalidad.
En plena guerra de la Liga de Augsburgo se formó una sociedad de navieros y comerciantes franceses que, ayudada por la Corona, se propuso acometer empresas de carácter análogo a las realizadas, tiempo atrás, por las compañías holandesas e inglesas de Indias. Para ello el Estado las apoyaría con naves de guerra y determinado contingente de tropa embarcada, pensándose incorporar a la empresa nada menos que a las nutridas partidas de temibles filibusteros y bucaneros que, con la tolerancia del gobernador francés, estaban acampadas en la parte gala de Santo Domingo (Haití), prometiéndoles una parte importante del botín que se consiguiera. Se concertó llevar a efecto un gran ataque contra alguna de las más importantes plazas españolas: Veracruz, Portobelo o Cartagena.
El grueso de la expedición, al mando de Jean Bernard Desjeans, barón De Pointis, pertió en los primeros días del año 1697, del puerto de Brest, con rumbo a la isla de Santo Domingo, donde había de efectuarse la concentración de fuerzas. Con Pointis llegaron siete navíos de línea, de 80 a 56 cañones, y 10 fragatas y corbetas, con un total de 4000 hombres entre dotaciones y fuerzas de desembarco, éstas últimas constituidas por unos 1500 soldados regulares. A tales fuerzas se unieron las aportadas por los filibusteros, 8 naves de tipo fragata, con unos 1600 hombres, al mando del gobernador francés de la isla, Jean B. Ducasse, el único jefe reconocido por aquellos depredadores, magníficos combatientes que no retrocedían ante nada, llevados por sus móviles de saqueo y botín.
Celebróse  consejo de jefes, y aunque Ducasse recomendaba atacar Portobelo, donde, si se hubieran dado prisa, habrían podido sorprender a los galeones españoles con 150 millones en oro, a más de celebrarse allí entonces la feria en que se cambiaba el oro y la plata del Perú por las mercaderías llegadas de Europa, decidióse fuera Cartagena la plaza asaltada, ya que Pointis llevaba órdenes concretas en tal sentido.
Cartagena constituía una gran ciudad colonial de 8 a 10000 habitantes, famosa por poseer el mejor sistema defensivo de todas las posesiones españolas de Indias, aunque, en realidad, tales defensas no eran en todo efectivas como se creía, sino un tanto aparentes. Cierto que disfrutaba de una posición envidiable, accesible solamente por una angosta entrada, llamada Boca Chica, que defendía un –al parecer- poderoso castillo de gruesas murallas; pero que en realidad, tan sólo lo guarnecían ¡15 hombres! y sus 33 piezas de artillería se hallaban  montadas sobre débiles cureñas de cedro que, como después se advirtió, saltaban a los primeros disparos. Dentro de la bahía, a unos cuatro kilómetros de la plaza, se levantaba la escarpada y formidable fortaleza de Santa Cruz, que con sólo 80 hombres de guarnición y casi nula artillería era prácticamente inútil, y en el extremo opuesto, o sea del lado del continente, estaba el fuerte de San Lázaro. Finalmente, la ciudad propiamente dicha contaba con murallas, fosos naturales y 12 baluartes, artillados con 48 piezas, pero de insuficiente dotación, compuesta por sólo 40 soldados regulares.
El día 13 de abril de 1697 se presentó la armada franco-filibustera frente la boca de la bahía, y al día siguiente Pointis intentó efectuar el desembarco en la costa nordeste, con el propósito ulterior de aislar del continente a la plaza; pero dicho paraje estaba sembrado de arrecifes, escolleras y rompientes que hacía impracticable, sin gran riesgo, el desembarco, por lo que ordenó el jefe francés fondear en la denominada Playa Grande. Pointis y Ducasse decidieron  inmediatamente atacar el fuerte que defendía la entrada de Boca Chica, comenzando el bombardeo con varias baterías móviles el mismo día 14, consiguiendo desmontar los cañones de aquel baluarte que aún no habían saltado por sí mismos a causa de sus defectuosas cureñas, según antes se dijo, y al día siguiente se aproximaron varios navíos a dicho fuerte, continuando el bombardeo. Tras soportar  1500 disparos, se rindió el gobernador de la fortaleza, Sancho Jiménez Orozco, produciendo tal hecho honda consternación en la ciudad, por lo que con la mayor celeridad fueron echadas al fondo, en la angostura de la bahía, varias naves y todas las lanchas y canoas que se pudieron reunir, a fin de barrear el paso.   
El día 20, tras débil resistencia, se apoderaron los franceses de la fortaleza de Santa Cruz, y, pese al intento de obstaculizar su paso, los navíos pudieron avanzar hasta tener a la ciudad al alcance de sus cañones, por lo que comenzaron el bombardeo, produciendo en ella tal impresión el imprevisto ataque que sus habitantes en masa quisieron huir al campo, lo que se evito merced a la presencia de ánimo del gobernador, Diego Núñez de los Ríos, quien, tras poner guardias en las puertas de la muralla, organizó inmediatamente la defensa, para la cual ya había preparado las compañías de milicias, integradas  por unos 1800 o 2000 hombres, no siendo posible proveer de armas a todos por no llegar las disponibles a dicho número. Los atacantes desembarcaron en dos sitios, dispuestos a efectuar el asalto a la plaza desde opuestos extremos, por uno la infantería  los marinos y la infantería regular y los filibusteros por el otro. Rechazada por el gobernador de la ciudad la intimidación de rendirse, comenzaron un intenso bombardeo, que duro seis días, hasta el 30, en que arreció más por haber montado baterías de mayor calibre en apoyo a los cañones de los barcos. Dicho día, después de abrir brecha en la muralla, los sitiadores lanzaron dos columnas al ataque, las cuales penetraron en el arrabal de Hihimani, o ciudad baja, del que se apoderaron tras durísima lucha, durante la cual las bisoñas milicias defensoras tuvieron cerca de 400 bajas (de ellas la mitad muertos), en tanto que las de los asaltantes , con mayor experiencia combativa, no llegaron a 100 muertos. Entre los heridos figuraba el propio Ducasse.       

El día 4, concertada la capitulación, el gobernador, Diego Núñez de los Ríos, salió por la brecha con todos los honores, seguido de las milicias, que sumaban unos 1500 hombres, así como de mujeres, niños, etc. en total unas 3000 personas, tras lo cual entraron los franceses, ordenadamente. Su jefe hizo celebrar en la catedral un solemne Te Deum, posesionándose de la ciudad en nombre de Luis XIV. El saqueo duro hasta el 12 de mayo, calculándose la cuantía del botín en 6 000 000 de pesos. Pointis mandó fuera embarcado todo objeto de algún valor, arramblando así, según es fama, hasta con las campanas de las iglesias y los 84 cañones montados en los baluartes de la ciudad. Pero he aquí que durante aquellos días se desarrollo  entre  franceses y filibusteros una fulminante epidemia colérica, a causa de la cual murieron cerca de 2000, en tanto que la conquista de la plaza sólo les había costado 500 vidas.                                                      (continuará)

lunes, 29 de diciembre de 2014

SEGUIMOS CON BLAS DE LEZO

La empresa que pusieron más empeño los ingleses fue en la de Cartagena de Indias. En febrero de 1740 tuvo el general Lezo noticias, por diferentes conductos, de las formidables fuerzas que preparaban los ingleses para atacar a Cartagena; estas noticias y las de varias presas que hicieron de algunos buques españoles ricamente cargados, le forzaron a tomar precauciones extraordinarias. Situó dos navíos en Boca-Chica, paso obligado para entrar en la rada, cerró la entrada con cadenas tendidas por fuera de los barcos para impedir la llegada hasta ellos de los brulotes con que pudieran atacarlos, y puso en estado de defensa los castillos que guardaban aquélla. El gobernador de la plaza había muerto el 23 de dicho mes de febrero. El general Lezo tomó, pues, todas las disposiciones conducentes a la defensa. Esta plaza como todas las de América, estaban muy abandonadas. Dos condestables de la escuadra reconocieron la artillería de la plaza y hallaron los cañones incapaces de disparar diez tiros, sin repuesto de balas, y tan solo con 3300 libras de pólvora.



El 13.3.1840 se presentaron ante Cartagena 8 navíos enemigos con 2 brulotes, 2 bombardas y un paquebote; fondearon a unas dos leguas al oesnoroeste de la ciudad. Después de reconocer la costa y tomar las sondas convenientes y establecer el bloqueo, se acercaron las bombardas, situándose este-oeste del convento de la Merced, empezando la ejecución de un tiro con materias incendiarias con el que quemaron varias casas y edificios.  Los cañones de la defensa no llegaban a las bombardas con sus tiros y así continuaron éstos haciendo fuego durante los días 18 y 19. Lezo mandó desembarcar un cañón de 18 que puesto en tierra ahuyentó a las bombardas, con sus certeros disparos. Toda la escuadra británica levó y se retiró a Jamaica, quedando dos navíos bloqueando a Cartagena. Hicieron los ingleses una segunda tentativa, avistándose desde Cartagena 13 navíos y una bombarda que reconocieron la ensenada de Barú. Lezo formó con otros dos navíos, otra segunda línea de defensa de Boca-Chica. Viendo los ingleses esta vigilancia y preparativos, regresaron a Jamaica, sin atacar. El 31 de octubre había llegado de España una escuadra de 10 navíos, mandada por el general Rodrigo de Torres, que facilitó algunos auxilios y permaneció en Cartagena de Indias hasta el 8.2.1741 que salió para La Habana, también  amenazada por los ingleses. Se personó en Cartagena el virrey del Nuevo Reino de Granada Sebastián de Eslava, general muy acreditado por su valor y por su inteligencia. Entre él y Lezo tomaron las medidas, de mar y tierra, conducentes a la defensa, si bien Eslava se encontraba reacio a ello, como acreditan las quejas que Lezo expuso posteriormente para que por el marqués de Villadarias fuesen elevadas al rey. Acusa a Eslava entre otras cosas de poca previsión en el acopio de víveres, así como de que despreciaba los avisos del ataque que se proyectaba, que a Lezo daban sus espías y que después la experiencia demostró tan oportunos. No obstante las diferencias de apreciaciones que pudiesen haber, obedientes ambos a las órdenes que tenían, de colaborar, en todo momento, una vez empezó el ataque, mantuvieron una buena coordinación de esfuerzos. Lezo puso toda su alma  en la empresa e imbuyó el mayor entusiasmo a su gente que fue la que llevó casi todo el peso en el combate.
Las fatigas del sitio, las consecuencias de las heridas sufridas en él y en acciones anteriores y el sufrimiento moral, consecuencia de las diferencias con el virrey, rindieron al fin la fuerte naturaleza de Lezo falleciendo pocos meses después. Algunos años más tarde se concedió a la familia Lezo el marquesado de la Real Defensa, quedando perpetuada de este modo, sus hazañas en Cartagena de Indias.
Las acciones o ataques navales a Cartagena de Indias, por su extensión, merecen o exigen manipular, manejar y utilizar otros documentos…
Otro día será.


¡Feliz año nuevo a todos!  ¡Pacífico y próspero, para todos, año 2015!

viernes, 19 de diciembre de 2014

MAS BLAS DE LEZO

Estudiados y analizados otros documentos, hoy volvemos a hablar de Blas de Lezo.
Habiendo surgido ciertas diferencias con la república de Génova, España estaba resentida por la conducta observada por aquel estado, y no de acuerdo con sus procedimientos, el general Lezo, por orden superior, se personó en aquel puerto con seis navíos y exigió, como satisfacción, que se hiciesen honores extraordinarios a la bandera real de España y que se restituyese inmediatamente la plata que se retenía. Mostrando el reloj a los comisionados de la ciudad que buscaban el modo de eludir la cuestión, fijó un plazo, transcurrido el cual la escuadra rompería el fuego contra la ciudad. Ante esta decidida actitud se hizo el saludo pedido y se transportaron a bordo los dos millones de pesos fuertes, pertenecientes a España, que tenía guardados el banco de San Jorge. De tal cantidad se envió, por orden del rey, medio millón para el infante don Carlos y el resto fue remitido a Alicante para sufragar los gastos de la expedición que se alistaba para la conquista de Orán.
En esta jornada arbolaba su insignia, el general Lezo, en  el navío Santiago, ejerciendo sus funciones de segundo jefe de la escuadra mandada por el teniente general Francisco Cornejo. Ésta estaba compuesta de 12 navío de guerra españoles, 2 bombardas, 7 galeras de España, 2 galeotas de Ibiza y 4 bergantines guardacostas de Valencia. En 15 de junio salió la expedición de Alicante para Orán, llegando el 28 a esta plaza. La escuadra española escoltaba a una expedición de tropas mandada por el conde de Montemar, veintiséis mil hombres llevados en 535 buques transportes. Se verificó el desembarco en la cala de Mazalquivir, protegido por el fuego de los buques; José Navarro, entonces capitán de navío, comandante del Castilla, mandaba las embarcaciones menores “como más antiguo capitán”. Se atacó a Mazalquivir y cuando lo vieron tomando los defensores de Orán, abandonaron la plaza rodeada de murallas y guardada por cinco castillos. Una vez ocupada Orán  y convenientemente guarnecida, Lezo regresó a Alicante escoltando 120 embarcaciones de transporte. Terminadas las operaciones sobre la costa africana, se dirigió la escuadra a Cádiz, donde entró el 2.9.1732.



Las potencias berberiscas, alarmadas con la toma de la plaza de Orán, se coligaron para reconquistarla, atacándola por tierra y bloqueándola por mar. Con este motivo salió Lezo, con los dos navíos que en Cádiz estaban más preparados, el Princesa y el Real Familia, a los que se unieron después otros cinco. Levantó el bloqueo y metió en la plaza los necesarios socorros, dedicándose después a dispersar a la fuerzas navales enemigas. Determinó aniquilar a la capitana de Argel, un buque de 60 cañones; lo encontró y empezó a batirlo, pero los argelinos huyeron con fuerza de vela, perseguidos por Lezo, refugiándose en la ensenada de Mostagán, defendida por dos castillos a la entrada y por una fuerza de cuatro mil hombres que acudió de las montañas vecinas al darse la alarma. Entró Lezo tras el navío, a pesar de los disparos de los castillos y de los que se le hacían de todas partes, y, echando al agua lanchas armadas, prendió fuego a la tan bien protegida capitana de Argel.
Esta acción de la mayor intrepidez, que no podían esperar los argelinos, les alarmó de tal modo que les hizo pedir socorro a Constantinopla. El general Lezo al saberlo, tras reparar ligeramente sus barcos, en Alicante, pasó a cruzar desde Galita hasta el cabo Negro y Túnez, a la espera del socorro solicitado, para batirlo. Permaneció en el mar 50 días hasta que una epidemia infecciosa, originada por la corrupción de los alimentos, le obligó a regresar a España, tocando antes en Cerdeña para hacer nuevos víveres en la cantidad necesaria para poder llegar a Cádiz. Tuvo, no obstante, que entrar en Málaga donde dejó gran número de enfermos, entre ellos el guardiamarina Jorge Juan que con tan buen maestro como Lezo hacía sus primeras armas. También llegó Lezo enfermo de gravedad a Cádiz. El rey le manifestó su aprecio y como recompensa a los distinguidos servicios le promovió a teniente general el 6.6.1734.
Desempeñó la comandancia general del departamento de Cádiz; al año siguiente (1735) fue llamado a la corte y, ya de regreso en el Puerto de Santa María, en 23.7.1736, fue nombrado comandante general de una flota de ocho galeones y dos registros, que escoltados por los navíos Conquistador y Fuerte habían de despacharse para Tierra Firme. Salió con su flota el 3 de febrero de 1737, llegando a Cartagena de Indias el 11 de marzo, quedando de comandante general de aquel apostadero, tan importante para la defensa del mar de las Antillas. En noviembre de 1739, ya declarada la guerra con Inglaterra, tuvo noticias que en Jamaica se estaba alistando una importante expedición con fuerzas de desembarco que llegaban de Europa. Jamaica fue el punto de partida en diferentes ocasiones, de ataques a los puertos españoles: La Habana, Portobelo y el castillo del río Chagres, entonces éste navegable, y constituyendo parte de la vía de comunicación del Atlántico con la ciudad de Panamá y el mar del Sur.            (continuará)

  

¡Felices fiestas a todos! ¡FELIZ NAVIDAD!          

miércoles, 26 de noviembre de 2014

MÁS RECUERDOS

El inefable Capitán Tajamar, el arcaísmo viviente, desengañado, me dijo también aquella noche en un tono reflexivo como si estuviera hablando consigo mismo: “Sólo sobreviven los más aptos a la deslealtad”. Y se quedó un buen rato callado. Hasta que, al fin, volvió a hablar. Y dijo: “Callando es como se aprende a escuchar. Escuchando es como se aprende a hablar. Y hablando es como se aprende a callar”.  Había nacido, según me confesó, en Pasajes. Cuando le dije que allí también había nacido Blas de Lezo, me contestó “Sí, como el gran almirante, héroe de Cartagena de Indias. ¡Cuánto daría yo por ser como él!”
La biografía del gran marino español es  amplia y extensa. Veamos. Blas de Lezo se educó en un colegio de Francia y salió de él en 1701, para embarcar en la escuadra francesa, como guardiamarina. Luis XIV había ordenado que hubiese el mayor intercambio posible, de oficiales, entre los ejércitos y las escuadras de España y Francia, así como también fueran comunes las recompensas. De este modo vemos al joven Lezo, a la temprana edad de 17 años, embarcado de guardiamarina, en el año 1704, en la escuadra del conde de Toulouse, gran almirante de Francia, con ocasión en que cruzaba frente a  Vélez-Málaga (agosto 1704), y reñía un combate contra otra angloholandesa, primera acción de armas en que participaba. La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se habían unido algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada, única fuerza disponible. Se componía pues la escuadra francoespañola de 51 navíos de línea, 6 fragatas, 8 brulotes, y 12 galeras, sumando un total de 3577 cañones y 24 277 hombres. La escuadra angloholandesa mandada por el almirante Rooke estaba compuesta por 53 navíos de línea, seis fragatas, pataches y brulotes con un total de 3614 cañones y 22 543 hombres. Fue tan empeñada la lucha que los de uno y otro bando quedaron muy maltratados, atribuyéndose ambos la victoria. No hubo navíos rendidos ni echados a pique, pero sí muchos daños en cascos y aparejos. Tuvo la escuadra francoespañola  3048 bajas, entre ellos dos almirantes muertos y tres heridos, uno de éstos el general en jefe conde de Toulouse. Las de los angloholandeses fueron 2719 bajas, de ellos dos altos jefes muertos y cinco heridos. Afortunadamente para los angloholandeses, no volvió a trabarse la batalla, pues estaban muy escasos de municiones. Lezo se distinguió en la acción por su intrepidez y serenidad; la tuvo en tal grado que habiéndosele llevado la pierna izquierda una bala de cañón, siguió con gran  estoicismo en su puesto de combate, mereciendo el elogio del gran almirante francés. Por su comportamiento, fue Lezo ascendido a alférez de navío. Siguió su servicio a bordo de diferentes buques, tomando parte en las operaciones que tuvieron lugar para socorrer las plazas de Peñíscola y Palermo, en el ataque al navío inglés Resolution de 70 cañones, que terminó con la quema de éste, así como en el apresamiento de dos navíos enemigos que fueron conducidos a Pasajes y a Bayona. Ascendido a teniente de navío fue destinado a Tolón y allí combatió en el ataque que en dicha plaza y puerto dio el duque de Saboya, en 1707. Lezo se batió con su acostumbrado denuedo en la defensa del castillo de Santa Catalina perdiendo en esta acción su ojo izquierdo.




Con ocasión de los aprovisionamientos al ejército con que Felipe V cercaba por tierra a Barcelona, se dio a Lezo el mando de alguno de los convoyes de municiones y pertrechos de guerra que se le enviaban desde Francia. Burló la vigilancia de los barcos aliados angloholandeses, que apoyaban por mar al archiduque Carlos. En cierta ocasión, cercado por todos lados, tuvo que recurrir, para pasar, al heroico medio de prender fuego a parte de sus barcos para penetrar a través del incendio abriéndose paso, al propio tiempo, a cañonazos. A los seis años de servicio y 23 de edad, fue ascendido a capitán de fragata y mandando una en la escuadra de Andrés del Pez, llegó a hacer once presas, la menor de 20 cañones, y una de ellas la del navío inglés Stanhope, recibiendo nuevas heridas en este combate. Ascendió a capitán de navío en 1712, y al año siguiente tomó parte en las operaciones en el segundo ataque a Barcelona, cercada por tierra por el duque de Berwick, teniendo varios encuentros con el enemigo, en uno de los cuales recibió otra herida que le dejó inútil del brazo derecho. En 1714, también en la escuadra de Andrés del Pez, pasó a Génova para traer a España a la reina Isabel de Farnesio; pero, al resolver venir por tierra la reina, regresó la escuadra y se preparó para la expedición de recobro de Mallorca, que tuvo lugar al siguiente año, 1715, tomando parte en ella el buque de Lezo y seis navíos más, con diez fragatas, dos saetías, seis galeras y dos galeotas; todas estas fuerzas al mando del gobernador general de la armada Pedro Gutiérrez de los Ríos, conde de Fernán Núñez. Apenas desembarcaron los diez mil hombres, que llevaba la  escuadra en los transportes, los mallorquines se sometieron a Felipe V.
En 1716, mandando Lezo  el navío Lanfranco, se incorporó éste a la escuadra del general Chacón, destinada a recoger la plata y a auxiliar a los galeones perdidos en el canal de Bahama. Poco después, se agregó a dicho navío una escuadra destinada a los mares del Sur, a cargo de los generales  Bartolomé de Urdinzu y Juan Nicolás Martínez. Con el Lanfranco iban el Conquistador, el Triunfante y la Peregrina. Tenían como objetivo la limpieza de corsarios, piratas y de buques extranjeros que, haciendo un comercio ilícito, perjudicaba grandemente a la hacienda española. Después de siete años de este servicio, recayó, al fin  en Lezo, el mando de esas fuerzas navales del mar del Sur el 16.2.1723, capturando seis navíos de guerra,  por un valor, sólo de su carga, de 3 000 000 de pesos; tres de ellos se agregaron a la armada real. Durante este período realiza Lezo numerosas salidas en las que sostiene combates, limpiando las aguas de Chile y Perú de corsarios enemigos. Permaneció en los mares del Sur hasta el año 1730 en que fue llamado a España por orden del rey. La corte estaba en Sevilla y allí se dirigió Lezo para informarle de todas las vicisitudes de su último mando.  Obtuvo la aprobación real y, como recompensa a sus valiosos servicios, fue promovido a jefe de escuadra. Permaneció en el departamento de Cádiz hasta el 3.11.1731, en que embarcó en una de 18 navíos de línea, 5 fragatas y 2 avisos, mandada por el marqués de Mari, destinada al Mediterráneo, para asistir al infante don Carlos en las dificultades que pudieran surgirle en su toma de posesión de los estados de Italia, a la muerte del duque de Parma, Antonio Farnesio (20.1.1731). Existen cartas firmadas por el conde de Santi-Esteban en que, por orden de S.A. Real, se expresa la satisfacción que causaron los buenos servicios del general Lezo.
Seguiré estudiando, analizando y considerando los legajos y las documentaciones y os pondré al corriente de más episodios de Blas de Lezo…   

 


                                                          

lunes, 27 de octubre de 2014

RECUERDOS

Todos sabemos que la titulogía nada tiene que ver con la tautología; ésta es pleonasmo, redundancia, repetición. Dicho lo cual, entramos en materia.
Afirmaba don Miguel de Unamuno que quien no tiene recuerdos no tiene esperanzas. Y Gustavo Adolfo Bécker aseveraba que mientras haya esperanzas y recuerdos ¡habrá poesía!
Por eso hoy, como siempre, me sumerjo en las aguas del recuerdo para emerger, luego, en las de la ilusión y la confianza. Después de un breve monólogo interior éste es el resultado.
Aquél hermoso día de finales de mayo, al atardecer, con el cielo embellecido por un arrebol, en la pequeña terraza de la taberna del puerto –“El Refugio”-  Capitán Tajamar, amargado y desilusionado, me dijo: “Desengáñese, el viento, el huracán, el trueno, el rayo, jamás destruyeron como saben destruir el rencor y la venganza. Las sirtes de los escollos no tienen dobleces como las traiciones de los hombres. La ola que se encrespa, te hiere pero no te injuria. El mar mata, pero no calumnia”. El viejo marino siempre hablaba con sinceridad y mesura. Con nobleza. ¡Qué  escaso anda todo eso!
¡Cuántas aventuras habrá vivido el anciano capitán para hablar así! ¡Cuántos naufragios, zozobras y hundimientos de la amistad! ¡Y cuánta razón tenía el viejo lobo de mar! Las felonías que había sufrido y que me contó daban para escribir, como Jorge Luis Borges, otra “Historia universal de la infamia”. Ya  sabemos que el hombre es un lobo para el hombre, homo homini lupus, pero tanta canallada es difícil de soportar. Muy difícil. Él lo sufrió y lo aguantó. Bienaventurados los mansos. Bienaventurados.



Había abdicado el crepúsculo y ya reinaba la noche. Serena. En calma. Brillaban las incalculables estrellas -tantas veces vistas desde las cubiertas, desde las amuras, desde la borda- y me quedé unos segundos mirando la esfera celeste y me acordé de unos versos de fray Luis de León: Cuando contemplo el cielo / de innumerables luces adornado… Por asociación de ideas me acordé, también, de una frase de Kant: Dos cosas hay que atraen más que ninguna otra la atención del humano espíritu, cautivándolo con profunda y siempre nueva admiración: la ley moral dentro de nosotros y el cielo estrellado sobre nosotros. En verdad que nos seduce y encanta el firmamento. En verdad que nos atrae y fascina la bóveda celeste. ¿Será posible echar el ancla de la Esperanza, algún día, en los luceros? Apacible noche. La luna en el mar riela. Reverbera. Pedimos otras jarras de cerveza… Y me siguió contando traiciones, perfidias, deslealtades, alevosías, falsedades, insidias e infidelidades. Toda una ristra. Luego estuvimos largo tiempo callados. Oyendo la soledad sonora. Poniéndonos cada uno en el lugar del otro. Tratando de comprendernos. Tratando de ser empáticos. Ser conocedor de silencios es haber alcanzado un alto grado de la sabiduría humana: el silencio es un producto de la cultura. Me pregunto como Rilke: ¿Son por ventura los hombres lo bastante silenciosos para que los cantos puedan dormir en sus corazones? El silencio, además de un placer, constituye una necesidad fisiológica como el sueño y el alimento. Por lo menos para mí. Estos son algunos de mis recuerdos de aquellos tiempos que, hoy, me vienen a las mientes.

Hay que hacer lo que se ama y hay que amar lo que se hace. Eso pretendo. En eso estamos… 

lunes, 20 de octubre de 2014

OTOÑO

En el otoño… Dejemos hablar a José Martínez Ruiz. Azorín escribió: “En el otoño se celebra en Madrid la feria de los libros. En el otoño… Han pasado los días ardientes del verano. Ha quedado un cielo azul –un poco pálido- y un ambiente gratamente fresco. Los higos comienzan a amarillear. Se recogen las frutas que en las anchas cámaras campesinas, allá en los pueblos, allá en las llanuras y montañas, han de esperar el invierno colgadas con vencejos de largas cañas, colocadas en blandos lechos de pajas. ¿No hay en el aire una resonancia, una cristalinidad que no había en el verano?”
Eso escribía Azorín en “Un pueblecito: Riofrío de Ávila”. El verano… El verano y el síndrome de disfunción lagrimal no me han permitido escribir cartas a mis hipotéticos o posibles lectores durante varias semanas. La vista, dicen,  es el más noble de  los sentidos y hay que cuidarla. Gracias a la afable y agradable oftalmóloga ya sé qué es el humor vítreo y el acuoso, la córnea y la conjuntiva, la pupila y el cristalino, el iris y la esclerótica, el músculo oculomotor y la mácula lútea (parte de la retina en que la visión es más nítida), el nervio óptico y la retina. La cordial y cortés señora hasta me puso al  corriente de lo qué son las glándulas de Meibomio o glandulae tarsalis. Como podéis observar y contemplar no hay mal que por bien no venga…
Me pregunto si Argos, apodado Panoptes, el que todo lo ve, que tenía cien ojos, la mitad de los cuales permanecían abiertos durante el sueño, también tenía disfunción lagrimal. Si así fuera ¡menudo negocio para los oculistas! ¡Un paciente con cien ojos! ¡Qué maravilla!
Y hablando de las lumbreras bebamos, también,  algo en “El Criticón” de Baltasar Gracián: “Salió de Madrid como se suele, pobre, engañado, arrepentido y melancólico. A poco trecho que hubo andado, encontró con un hombre bien diferente de los que dejaba: era un nuevo prodigio, porque tenía seis sentidos, uno más de lo ordinario. Hízole harta novedad a Critilo, porque hombres con menos de cinco ya los había visto, y muchos, pero con más, ninguno: unos sin ojos, que no ven las cosas más claras, siempre a ciegas y a tienta paredes, y con todo eso nunca paran, sin saber por donde van; otros que no oyen palabra, todo aire, ruido, lisonja, vanidad y mentira; muchos que no huelen poco ni mucho, y menos lo que pasa en sus casas, con que arroja mal olor a todo el mundo, y de lejos huelen lo que no les importa; éstos no perciben el olor de la buena fama, ni quieren ver ni oler a sus contrarios, y teniendo narices para el negro humo de la honrilla, no las tienen para la fragancia de la virtud.” El párrafo sigue pero lo corto aquí porque es, para mí, lo más expresivo, gráfico, revelador y significativo. ¡Grande Gracián!



¿Y las velas? ¿Y los vientos? ¿Qué será de ellos? Las velas y los vientos seguirán existiendo, claro. Unas veces soplarán con más fuerza, otras con menos. Pero seguirán silbando. O corriendo. O bramando. O rugiendo… El viento, el aire, la brisa, el céfiro, el vientecillo… El viento por el que siento o  tengo más simpatía es la brisa suave y apacible; es el hálito, el soplo dulce y bonancible del aire.   
Estamos en otoño. La estación más noble. La que inventó, dicen,  el pintor Claudio de Lorena, el Lorenés, para la imaginación del mundo. Capear el temporal es soportar las contrariedades; es sortear con habilidad alguna dificultad o las consecuencias desagradables de algo. Y todos tenemos que pasar crujía alguna vez. Y, ¿qué es una crujía? Según el contexto o ambiente puede ser la línea central de una cubierta, en el sentido proa-popa y paralela a la quilla. En los antiguos buques de madera reforzados con los tablones denominados “cuerdas”, se entendía también por crujía el espacio ocupado por éstas en el centro y de proa a popa. En otro entorno, en esos mismos buques, la parte de cubierta de popa a proa comprendida entre las cuerdas y la artillería. En otra circunstancia, en las galeras, espacio libre o corredor de popa a proa, entre los bancos de los remeros. Y en los botes y demás embarcaciones menores, parte del fondo ocupado por las panetas. (Panetas son cada una de las tablitas levadizas que por la línea del centro que va de popa a proa, en los botes grandes o falúas, se endentan o encajan de un banco a otro para que la gente pase sobre ellas con toda seguridad). Pasar crujía era sufrir un delincuente el castigo de dos o tres  golpes de rebenque dado por cada uno de los individuos que se colocaban para esto en dos filas, castigo  al que también se daba el nombre de bolina. En crujía era a medio o en medio del buque.
Pero vocablos como norte, bóreas, aquilón, tramontana, siempre estarán presentes y serán recordados. O como sur, noto, austro, ostro, sueste, eternamente serán rememorados.  O como este, leste, levante, oriente, euro, solano, perennemente serán evocados.  O como oeste, poniente, céfiro, algarbe, sempiternamente serán traídos a la memoria. O como nordeste, gregal, tracias, maestral, de por vida serán rememorados. O como noroeste, cauro, coro, regañón, gallego… O como sudeste, siroco, jaloque, lebeche, ábrego, áfrico.
¡Cuánta eufonía tienen, para mí, estas palabras! ¡Cuánta armonía! ¡Cuánta añoranza! ¡Cuánta nostalgia! ¡Cuánta melancolía! Estamos en otoño y en el otoño de la varonil edad. Ahora estoy al socaire, abrigo  que ofrece una cosa por sotavento o lado opuesto a aquel  donde sopla el viento. Esperemos que la nave no se vaya a la deriva, al garete. Sin rumbo. Sin gobierno. Esperemos. ¡Pobre barquilla mía, /  entre peñascos rota, / sin velas desvelada,  /  y entre las olas sola!  
El mar -pérfido, traidor- esconde rocas aleves, áridos escollos; falsos señuelos son las lejanas cumbres que engañan a las naves… Ya no hay faros que nos alumbren, ya no hay guías que nos orienten, ya no hay norte al que buscar… Me pregunto dónde está el faro de Malta. “Aquí está, dices, / sin voz hablando al tímido piloto, / que como a numen bienhechor te adora, / y en ti los ojos clava”.
 Malta… “¡¡Malta!! ¡¡Malta!!, gritaron; / y fuiste a nuestros ojos la aureola / que orna la frente de la santa imagen / en quien busca afanoso peregrino /  la salud y el consuelo”.
Estamos en otoño. La estación que inventaron los pintores… ¿O fueron los poetas?

martes, 22 de julio de 2014

LAS MOSCAS

Estío. Hastío. Pereza. Vagancia. Las moscas. Mosca común o Musca domestica. Insecto de la familia múscidos, uno de los animales más conocidos y molestos para el hombre en todos los climas y regiones. Son inaguantables e insoportables. Pesadas e impertinentes. Ni con matamoscas químico ni con pala matamoscas se las ahuyenta. (Habría que probar con la planta carnívora, llamada atrapamoscas, cuyas hojas terminan en lóbulos oponibles que se juntan para retener insectos; familia droseráceas). Mosca tse-tse, insecto díptero que transmite el protozoo parásito que produce la enfermedad del sueño. Glossina palpalis y otras especies. Machado, Antonio, les dedicó estos versos “Vosotras, las familiares, / inevitables golosas, / vosotras, moscas vulgares, / me evocáis todas las cosas. / ¡Oh viejas moscas voraces / como abejas en abril, / viejas  moscas pertinaces / sobre mi calva infantil!”
Estío. Hastío. Abulia. Apatía. Y sigue Machado: “¡Moscas del primer hastío / en el salón familiar, / las claras tardes de estío / en que yo empecé a soñar! Y en la aborrecida escuela, / raudas moscas divertidas, / perseguidas / por amor de lo que vuela, / -que todo es volar- sonoras, / rebotando en los cristales / en los días otoñales… / Moscas de todas las horas, / de infancia y adolescencia, / de mi juventud dorada; / de esta segunda inocencia, / que da en no creer en nada, / de siempre… Moscas vulgares, / que de puro familiares / no tendréis digno cantor: / yo sé que os habéis posado / sobre el juguete encantado, / sobre el librote cerrado, / sobre la carta de amor, / sobre los párpados yertos  / de los muertos.”
Estío. Hastío. Desidia. Inercia. Atonía. El de Sevilla, quien escribió La Lola se va a los puertos y La duquesa de Benamejí, continúa: “Inevitables golosas, / que ni labráis como abejas, / ni brilláis cual mariposas; / pequeñitas revoltosas, / vosotras, amigas viejas, me evocáis todas las cosas.”
Canícula. Verano. Las moscas… Indolencia… Somnolencia… Letargo… Modorra… ¿Me habrá picado la Glossina palpalis?
Mosca es, también, el nombre de una constelación austral situada entre las de la Quilla, la Cruz del Sur, el Centauro, el Ave del Paraíso y el Camaleón. Nombre latino Musca; abreviatura Mus. Su astro principal, Muscae, es una estrella de tercera magnitud.
¡Ah! Se me olvidaba: Aquila non capit muscas. Locución latina que significa “el águila no caza moscas” y que indica que un ánimo fuerte o una gran inteligencia no se preocupa de pequeñeces. Ni de minucias. ¿Y por qué digo todo esto?  Por si las moscas, claro…