miércoles, 23 de abril de 2014

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XLV)

¡Ya está! He decidido dejar a un lado las aves marinas y seguir con las velas y los vientos. Pero me voy a salir un poco del guión del principio y voy a traer a colación a un velero singular: el Preussen. La única fragata de cinco palos –repito, cinco palos- que se ha construido en el mundo. Hoy voy a narrar lo que le oí decir a un viejo lobo de mar, hace ya muchos años, y que él había oído de labios de un capitán de una generación anterior.
En 1910, hace un siglo, el Preusen transportaba un cargamento de 8000 toneladas: su tripulación era de 48 hombres que debían maniobrar 5560 metros cuadrados de velas; en el viaje desde Cuxhaven (Alemania) hasta Taltal (Chile) tardaban 77 días pasando por el temido cabo de Hornos.
De esta forma, lo que a finales del siglo XV era una aventura de locos y con un riego extraordinario, se convirtió en algo normal y cotidiano a fuerza de perseverancia, de  tenacidad y de desafío renovados constantemente: por el progresivo conocimiento de la ciencia de la navegación; por la construcción de buques cada vez más grandes, más veloces, más marineros; por evitar a sus tripulantes el hambre y las enfermedades.



Gracias a los veleros, a sus capitanes –capitanes intrépidos, no cabe duda-, los geógrafos trazaron las cartas de los continentes, los comerciantes crearon las grandes corrientes del negocio y las grandes naciones marítimas edificaron imperios con dimensión planetaria.
Hasta la apertura del Canal de Suez, el mes de noviembre de 1869, el velero era superior al vapor en las distancias grandes, al menos económicamente. La superioridad económica del vapor sobre el velero se la dio el perfeccionamiento de la caldera y la introducción de la máquina de expansión que mejoraron el rendimiento del carbón.
Sin embargo, de momento los armadores de veleros no abandonaron la lucha y se defendieron construyendo buques mayores, de mayor capacidad, gracias a la generalización de la construcción en acero. Si en 1870 un velero de 2000 toneladas se consideraba grande, sus sucesores alcanzaron las 3000; y si bien no se podían aumentar indefinidamente en eslora, se podían construir más anchos.
A los finos clippers le sucedieron los clippers medios, que buscaron un compromiso entre velocidad máxima y mayor capacidad, y después, ya en los años 90, los baldheaders o veleros sin sobrejuanetes, de gran tonelaje. A pesar de ello, la duración de los viajes, apenas si se alargó.
Para la tripulación la vida a bordo era cada vez más dura. Si un clipper de 900 toneladas llevaba todavía una tripulación de unos cincuenta hombres, la de un bricbarca de cuatro palos de 4500 toneladas rondaba los 33 hombres; había que observar constantemente una economía muy estricta: un clipper de 900  toneladas costaba, diez años más tarde, casi tanto como un gran velero de 2000 toneladas.
Hacia 1890 esta tendencia marcó la aparición de  buques de vela cada vez más grandes que tuvieron un éxito económico considerable; tanto fue así que algunos buques de vapor fueron convertidos en veleros, como el famoso Lancing de cuatro palos, noruego, y que prestó servicio hasta 1924, y el J. B. Bishoff, alemán, que naufragó el mes de octubre de 1900 en el Elba.



El emblemático Preussen apareció al final de esta evolución, el único buque en el mundo de cinco palos con velas cuadras, construido en 1902 en Geestemunde, en los astilleros de J. C. Tecklenborg, proyectado por su director, W. Claussen, y por cuenta del armador F. L. Laeisz, de Hamburgo.
El buque iba provisto de todas las novedades relativas al servicio del aparejo y esto era de aplicación también al casco que tenía unos refuerzos poco corrientes en aquel entonces y que despertaron la curiosidad y la admiración en los medios marítimos del mundo entero.
El buque podía transportar 8000 toneladas de carga y su desplazamiento, completamente equipado y en carga, era de 11150 toneladas. Y mientras al Cutty Sark, el último clipper del té, con una tripulación de 35 hombres, le correspondían 28 toneladas por tripulante, al Preussen, con su tripulación de 48 hombres, le correspondían 108 toneladas. A pesar de ello el buque jamás fue un éxito completo en materia económica pues la dificultad principal consistía en encontrar carga suficiente para llenar el buque en el viaje de ida; en catorce viajes, incluyendo doce viajes redondos a Chile, el Preussen solo pudo llevar dos veces su cargamento completo.
De entre los veleros, el bricbarca de cuatro palos de unas 4750 toneladas era el buque más económico. Después de su pérdida, el Preussen fue sustituido por los bricbarcas de cuatro palos Peking y Passat. El último  buque de esta clase fue el Padua construido en 1926. Se podían cargar, para el viaje de ida, en relativamente poco tiempo. Por lo general, embarcaban en el puerto de salida 1000 toneladas de cok y unas 3500 de carga general; para el viaje de regreso tomaban entre 4500 y 4800 toneladas de nitrato; suponía, pues, un total de 9000 a 9500 toneladas de carga con una tripulación de 33 hombres en lugar de las 8000 toneladas y los 48 hombres del Preussen; naturalmente, el sostenimiento del buque y de su aparejo era también inferior a pesar de que el precio de construcción por tonelada de carga o de capacidad de bodegas fuera superior al del paradigmático Preussen.
Dejando aparte las consideraciones económicas, el Preussen constituyó un gran éxito; era un velero extraordinario que cumplía sus viajes con una regularidad casi tan exacta como los vapores de su época. Durante varias horas llegaba a alcanzar velocidades medias de 16 a 17 nudos y también 18 nudos en una hora. Se exigía de la dotación, de capitán a paje, el esfuerzo máximo para obtener del buque todo lo que pudiera dar. Los capitanes del Preussen, Boye Petersen y, en los últimos viajes Heinrich Nissen, solo conocían en la mar la jornada de 24 horas.
El gobierno del buque –me ha contado el viejo lobo de mar- no era fácil puesto que necesitaba mucho espacio para maniobrar. Los capitanes no se atrevían a cruzar el Canal de la Mancha y, la mayor parte de las veces, el Preussen, igual que  el Potosí, eran remolcados hasta la punta Start, donde quedaban ya a mar abierta. Se dice que el capitán Nissen, que mandó sucesivamente el bricbarca de cinco palos Potosí y después el Preussen, dijo una vez: “Casi siempre era yo quien mandaba el Potosí pero a veces fue el Preussen el que me mandó a mí”. Hay que imaginarse lo que debía ser el gobierno de un buque de 11150 toneladas, de noche, con mal tiempo, y que medía, botalón incluido, 147 metros de eslora, 16,4 metros de manga, con un calado de 8.3 metros, navegando a 16 ó 17 nudos que son unos 30 kilómetros por hora. 48 hombres debían ocuparse de la maniobra de 46 velas con una superficie total de 5560 metros cuadrados y cuya vela más pequeña llegaba a los 60 metros cuadrados, mientras que las velas bajas alcanzaban los 330 metros cuadrados. Una de estas velas mayores, con sus aparejos incluidos pesaba 650 kilos puesto que un metro cuadrado de esta lona pesaba un kilo.
El palo mayor del representativo buque –el Preussen, claro- tenía una altura de 68 metros desde la coz hasta el extremo del asta de bandera. La circunferencia en la cubierta era de 2.83 metros. Las vergas bajas medían 31.5 metros con un peso de 6.5 toneladas, ya que estaban hechas de acero con un espesor de 12mm y su diámetro en el centro era de 65 centímetros. Para aguantar los palos y maniobrar las velas hicieron falta 24 kilómetros de alambre, 17 kilómetros de cabos de cáñamo de manila, 700 metros de cadenas y 1260 motones y cuadernales. Las maquinillas de maniobra iban accionadas a mano, “patente Armstrong”, como decían los marineros haciendo un poco de burla con el significado de  “brazo fuerte” del nombre del inventor.    
Para el servicio de las maquinillas de carga había una maquinilla de vapor a proa, que en caso de necesidad podía servir también como maquinilla para el gobierno, ya que el buque se gobernaba siempre a mano a pesar de que en caso de mal tiempo eran necesarios 8 hombres en la rueda. En el centro del buque, en la ciudadela, se encontraban los alojamientos de la tripulación y el buque estaba provisto de instalaciones tan modernas que los marineros disponían de una bañera debajo del castillo que podían utilizar…¡cuando había bastante agua dulce!
El Preussen completó con éxito trece viajes y empezó el número catorce el 31 de octubre de 1910 en Hamburgo, esta vez con un cargamento completo de mercancías para Valparaíso. Este fue su último viaje.
En efecto, el 6 de noviembre de 1910 fue abordado por el buque inglés de pasaje Brighton, con tiempo de niebla en el Canal de la Mancha a la altura de Beachy Head. El Preussen perdió el aparejo de proa y parte del trinquete, lo que dificultó mucho su maniobra. El capitán y su tripulación intentaron con todas sus fuerzas y todo el arte de navegar la  empezaba a entablarse y la imposibilidad de aguantar al buque por parte de tres remolcadores, impidieron esta hazaña. Al romper los remolques el buque quedó a merced del viento y de las olas delante de Dover, en la costa de Kent, y, a pesar de una última tentativa del capitán Nissen de librarse de ellas con una arriesgada maniobra, el buque varó sobre las rocas.
Después de la sesión del 14 de marzo de 1911 del Tribunal Marítimo de Hamburgo, se pronunció la siguiente sentencia con respecto a este siniestro, que en la época conmovió al mundo entero. “El 6 de noviembre de 1910 se produjo, a la altura de Beachy Head, un abordaje entre el Preussen, de cinco palos, y el vapor inglés Brighton. Al intentar alcanzar el puerto de Dover con objeto de reparar las averías sufridas, el Preussen, por causa del viento que empezaba a soplar del sudoeste, al este de Dover, fue lanzado a la costa y se perdió totalmente. La culpa del abordaje que tuvo como consecuencia la pérdida total del buque es de la total responsabilidad del mando del vapor Brighton que, no solo no maniobró a tiempo para ceder el paso al Preussen, sino que intentó pasarle por la proa”.
Ni el capitán Nissen ni los oficiales del Preussen son responsables del abordaje. La sentencia añadía: Las medidas que tomaron no pueden ser criticadas y no se puede encontrar el menor fallo en la maniobra cuando el buque quedó varado en la tarde del 6 de noviembre.
En todas las circunstancias (salvo una excepción que no es aplicable en este caso) el buque de propulsión mecánica (vapor, motores, etc.) debe ceder el paso a cualquier buque de vela. Es más, y todo ello de acuerdo con el Reglamento Internacional para evitar los Abordajes en el Mar, no se debe cortar la proa a otro buque, sino buscar siempre la popa. ¡Honor y gloria al Preussen y a toda su tripulación! ¡Como me hubiera gustado cruzarme con el Preussen alguna vez a toca penoles y admirar su majestuosa figura!

Aviso a no navegantes: a toca penoles es el modo adverbial con que se expresa la corta distancia a que ha pasado o se está de cualquier objeto con el buque; los penoles son cada una de las puntas o extremos de toda verga de cruz, y también el extremo más delgado de un botalón.

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XLIV)

Hoy le toca a la humilde y modesta gaviota. Y llamo humilde y modesta porque es más familiar, más conocida. Más próxima y cercana.
Gaviota  es el nombre común que se aplica a todas las aves marinas primarias del género Larus, así como a las que pertenecen a los géneros similares Pagophila, Rhodostethia, Rissa, Creagrus, Gabianus y Xema, todos ellos incluidos en la familia láridas, del orden caradriformes en su grupo lariformes. Es de notar que de las 44 especies de gaviotas, 36 se agrupan en el género Larus, mientras que las 8 restantes se reparten entre los otros seis géneros mencionados.
Las gaviotas son las aves marinas más fáciles de observar y  más comunes en las costas europeas. Su tamaño es mediano, aunque existan algunas especies de grandes dimensiones como el gavión (Larus marinus) que mide 72 cm de longitud que tan solo, y otras pequeñas como la gaviota enana (Larus minutus) que tan solo alcanza los 27  cm. Tienen el cuerpo fusiforme, más robusto que el de los charranes, pagazas y fumerales que pertenecen a la misma familia; el cuello corto; el pico recto y ligeramente curvado en su extremo; las alas largas; las patas cortas con los dedos unidos por la membrana natatoria y la cola cuadrada o redondeada en la mayoría de las especies, exceptuando la gaviota de Sabine (Xema sabini) y el Creagrus furcatus de las islas Galápagos, que la tienen marcadamente ahorquillada y algunas otras especies que muestran dicha forma solo insinuada.



El plumaje es denso e impermeabilizado y  de un colorido muy semejante en todas las especies: blanco en las partes inferiores y obscuro en las superiores; el color del manto es gris o pardo, llegando al negro en el gavión. Una especie extremadamente ártica, la Pagophila ebúrnea, posee el plumaje blanco por completo, como los bancos de hielo de las desoladas regiones que habita y otra gaviota también muy septentrional, la hermosa Rhodostethia rosea, tiene las partes inferiores, parte de las superiores y la cola, teñidas de rosado. Muchas especies poseen un plumaje de verano y otro de invierno, bastante diferenciados.
El color de las patas varía entre el negro, el rojizo, el amarillo, el verdoso o el gris y el de los picos oscila entre estos mismos  colores, puros o combinados. Las jóvenes tienen el plumaje moteado de gris o pardusco y en algunas especies tardan tres o cuatro años en adquirir el manto de los adultos.
Las gaviotas son aves de evolución marina y como tales parece que deberían hallarse vinculadas únicamente al agua salada; sin embargo, varias especies anidan en los grandes lagos del interior y aparecen temporalmente en el litoral, como sucede, por ejemplo, con una gaviota suramericana, la especie Larus serranus, que anida en el lago Titicaca y en otros lagos andinos a  4000 m sobre el nivel del mar, e inverna en la costa. En nuestra Península, podemos observar a la gaviota reidora común, Larus ridibundus, a orillas de ríos y estanques a cientos de kilómetros del litoral, particularmente en invierno, y en sus migraciones recorren grandes distancias sobrevolando tierra firme.
Los lugares característicos de las gaviotas son las playas, puertos y estuarios de los ríos, faltando en alta mar, con la señalada excepción de la gaviota tridáctila (Rissa tridactyla) que es claramente pelágica, hallándosela en pleno océano Atlántico; también frecuenta el alta mar la gaviota de Audouin (Larus audouinii), rara e interesante especie, confinada en el Mediterráneo, en cuyas islas anida.
Se alimentan de restos orgánicos que flotan sobre las aguas o que las olas arrojan a las playas y también de moluscos, gusanos e insectos, particularmente las especies que frecuentan el interior. Las grandes especies son rapaces y destruyen los nidos de otras aves marinas. Generalmente buscan el alimento en bandadas que recorren las zonas costeras con su vuelo seguro, ligero y diestro, a menudo sin batir las alas durante largos intervalos. Su voz es un grito agudo y muy peculiar. Se posan en el agua pero no acostumbran a zambullirse.
Anidan en colonias en los islotes, arrecifes y playas arenosas, construyendo un rudimentario nido donde depositan sus huevos moteados, en números de dos a cuatro por término medio.
Las gaviotas abundan en el hemisferio norte, donde anidan 29 especies de las 44 existentes y son las aves marinas más conocidas por el común de las gentes. Hemos dicho ya que algunas especies viven en las regiones árticas, entre ellas la ya mencionada Pagophila eburnea, que ha sido hallada en el mar polar, a los 85º N, latitud jamás alcanzada por otra ave.
Las gaviotas reciben en Hispanoamérica diversos nombres, entre ellos los de gaviotín, gagüil, palometa, gallego, pardela, etc. aplicados a todas o solo a determinadas especies.

El nombre de gaviota, se aplica también incorrectamente y por extensión, a otras aves marinas pertenecientes a diversos géneros y familias. Así, en las Antillas se aplica a los charranes, fumareles y pagazas; en Puerto Rico también a las aves del Trópico; en Argentina y Chile a los págalos, etc.