lunes, 28 de octubre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXII)

La acción comenzó a las once y cincuenta minutos, aproximadamente, rompiendo el fuego la Numancia, a la que contestó el enemigo, generalizándose así en toda la línea. La Villa de Madrid aún no se había situado en posición de ataque cuando recibió un proyectil Armstrong de 300 libras que le abrió enorme brecha en un costado, causándole 35 bajas y rompiendo el tubo general del vapor, por lo que, inutilizada la maquinaria, quedó incapaz de maniobrar, teniendo que retirarse a remolque de la Vencedora, no sin disparar, en sucesivas andanadas, unos 20o proyectiles sobre el enemigo. La Numancia se acercó tanto a tierra que, después de eludir a los torpedos, estuvo a punto de quedar  varada en el fango del fondo, lo cual evitó, gracias a la potencia de sus máquinas, dando marcha atrás. Situada frente al reducto enemigo más poderoso del lado sur, la batería “Santa Rosa”, recibía tremenda lluvia de proyectiles de las piezas de mediano calibre, manteniéndose a salvo gracias a su blindaje, pues los cañones gigantes no podían batirla, dada la colocación de los mismos, cuyos proyectiles pasaban altos. El almirante dirigía el combate desde el puente, sin cuidarse del peligro que allí corría, y por ello una granada enemiga le produjo ocho  heridas de importancia en diversas partes del cuerpo, pese a lo cual el valeroso jefe quiso mantenerse en su puesto, pero al poco cayó desmayado a causa de la pérdida de sangre, siendo llevado a la enfermería y sustituido en el mando por el mayor general Miguel Lobo y Malagamba, que cuidó de oculta el suceso a las dotaciones, para que no decayese su  moral combativa. La fragata Blanca,    
mandada por Juan Bautista Topete, también muy próxima a la costa, bombardeaba la torre de “La Merced”, armada con enormes cañones Armstrong, y llevaba una hora aproximadamente de fuego cuando una de sus granadas hizo volar dicha torre, a consecuencia de haberse introducido, tras rebotar en la cureña del cañón de la derecha, en el hueco de la porta, dando había varios saquetes de pólvora, estallando allí, con lo cual fue lanzada la porta a 90 metros de distancia, desquiciando el blindaje (de 152 mm) de la torre y despedazados los montajes internos, muriendo o quedando gravemente heridos todos los ocupantes, unos 90 hombres, figurando entre los que perecieron el coronel José Gálvez, a la sazón ministro de guerra y marina del Perú, y varios jefes y oficiales de su estado mayor. Tras este éxito, la Blanca reforzó a la Resolución y  la Numancia en la difícil tarea de apagar los fuegos de la más poderosa defensa enemiga, o sea la batería “Santa Rosa”.
En el centro de la línea, la fragata Almansa bombardeaba simultáneamente a la población y a los barcos enemigos, amarrados a los muelles, con notables resultados, a pesar de recibir numerosos impactos, algunos de grueso calibre. Hacia las dos y media, una granada Armstrong de 300 libras estalló en su batería, matando a trece servidores de las piezas e inflamando la pólvora de los guardacartuchos, con lo cual se propagó el incendio hasta el sollado; mas a pesar de lo grave del caso, el comandante de la nave, Victoriano Sánchez Barcáiztegui, se negó a abrir las llaves de inundación, pronunciando la frase que se hizo célebre: “Hoy no es día de mojar la pólvora”, ya que antes hubiera preferido volar la fragata. Hizo retirarla de la lucha, logrando, merced a los esfuerzos denodados de su dotación apagar el fuego sin mojar la pólvora, con lo cual pudo a la media hora entrar nuevamente en liza, distinguiéndose por la eficacia de sus disparos.

En el sector del norte, la avería sufrida por la Villa de Madrid, al comienzo de la acción, hizo quedara sola la Berenguela, que luchó contra todas las baterías enemigas allí instaladas, incluyendo la poderosa torre blindada “Junín”, con piezas Armstrong de gran calibre. Mandada por el capitán de navío Pezuela, sostuvo formidable cañoneo, logrando inutilizar las grandes piezas de dicha torre y apagar la mayoría de los demás fuegos enemigos. No obstante, poco después recibió un proyectil Blackely de 450 libras, que, penetrando en su batería, salió por el costado opuesto, muy por debajo de la línea de flotación, dejando abierto un enorme boquete de más de 4 metros de largo y 1 de ancho, por el que entraba mucha agua, amenazando anegar el barco; y  por si esto fuera poco, otro proyectil del mismo calibre penetró en el sollado incendiando la carbonera, inmediata al pañol de la pólvora, con lo que hubo de retirarse de la línea de fuego, logrando, tras ímprobos esfuerzos de la dotación, que cambió grandes pesos, entre ellos la artillería a la banda opuesta al boquete, escorar lo bastante para que éste quedara sobre la línea de flotación..Al igual que la Villa de Madrid, durante la retirada no dejó de hacer fuego sobre el enemigo con todas sus piezas disponibles. (CONTINUARÁ)   

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXI)

El día 1 de mayo recibió Méndez Núñez del gobierno de Madrid la orden de regresar a España inmediatamente. El almirante leyó el escrito y lo devolvió al mensajero diciéndole: “Mañana, día 2,  bombardeo El Callao. Usted no ha llegado todavía. Llegará pasado mañana, y en cuanto me comunique la orden de regreso me apresuraré a cumplirla”. Al día siguiente, con las primeras luces, Méndez Núñez dirigió una sentida proclama a las dotaciones de todos los buques que produjo entusiasmo indescriptible y a las once y media de la mañana emprendía la escuadra española, desde su fondeadero de la isla de San Lorenzo, la marcha sobre El Callao. El jefe español había efectuado días antes, a bordo de la Vencedora, un minucioso reconocimiento de las defensas peruanas, acercándose a la plaza hasta la distancia de medio tiro de cañón, y así, impuesto del dispositivo enemigo, distribuyó sus buques en tres divisiones: la primera, formada por las fragatas Numancia, Blanca y Resolución, en vanguardia, con la misión de atacar las  formidables defensas del sur; detrás la segunda, compuesta por la Villa de Madrid y la Berenguela, destinada contra las baterías del norte, y a continuación la tercera, que integraban la fragata Almansa  y la goleta Vencedora, para batir a los monitores peruanos. El buque de transporte Maule seguía a retaguardia, para auxiliar a los buques de combate en caso de necesidad.
Se ha discutido el acierto del almirante español en su plan de ataque. Como expone Novo  y Colson, en principio cabría objetar que debió bombardear las defensas enemigas haciendo pasar una división de sus barcos por el sur de la isla de San Lorenzo, enfilando al enemigo en dirección sur-norte, en tanto que otra división hasta situarse frente a las baterías Santa Rosa y Abtao, posición desde la cual no sería alcanzado fácilmente por las defensas septentrionales, pudiendo así ambas divisiones atacar de manera combinada a las baterías enemigas meridionales, que, batidas por el frente y por la espalda, habrían sido rápidamente acalladas y desmontadas sus piezas, después de lo cual ambas divisiones, unidas, repetirían el sistema contra las defensas del norte, terminando por bombardear la ciudad. Pero aun reconociendo perfectamente las fuerzas enemigas y el sistema táctico más adecuado para combatirlas con el mínimo riesgo,  Méndez Núñez prefirió, evidentemente, atacar simultáneamente todos los medios defensivos enemigos para reivindicar el erróneo concepto que de la escuadra española se tenía a partir del bombardeo de Valparaíso. Por otra parte, el bombardeo desde  extremo sur era casi impracticable, dado el violento oleaje que allí reinaba, con lo que no hubiera cabido asegurar la puntería.
Los buques españoles avanzaron lentamente, llegando a situarse muy cerca de la costa, tanto que sus quillas rozaron el fondo, resultando inútiles los torpedos (tal vez porque la hélice de alguno de los barcos cortara el cable disparador). La finalidad perseguida con aquella aproximación a las defensas de la plaza era conseguir mayor eficacia de los disparos, aunque, en contrapartida, la gran dimensión de las fragatas hacía de ellas blancos fáciles para el enemigo. No obstante, los artilleros peruanos desaprovecharon la oportunidad de utilizar convenientemente sus cañones gigantes antes de que los buques españoles se acercaran tanto, pues una vez situados bajo la rasante de las baterías, casi todos los proyectiles de éstas pasaban altos.                        (CONTINUARÁ)


miércoles, 16 de octubre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXX)

               

¿Quién no ha oído hablar de El Callao? Esta ciudad de Perú y puerto de Lima, de la cual dista 10 kilómetros, forma una conurbación con la capital del país y es un activo puerto en el Pacífico. Fundada en 1537, fue la última plaza americana que perdieron los españoles (1826). Durante la guerra entre España y las repúblicas de Chile y Perú tuvo lugar el bombardeo de El Callao (2 mayo 1866) por la escuadra española del Pacífico al mando del almirante Méndez Núñez; la acción se saldó sin vencedores ni vencidos.
Después del bombardeo de Valparaíso, en 31 de marzo, decidió Méndez Núñez (Vigo, 1.7.1824), jefe de la escuadra española de operaciones en el Pacífico desde la muerte del almirante Pareja, que se suicidó a consecuencia del descalabro sufrido en el combate de Papudo, ampliar las actividades de dicha fuerza, realizando una acción de importancia en las costas del Perú, nación que estaba en guerra con España desde el 30 de enero.
Reforzada la escuadra española con la fragata Almansa, de 50 cañones, que se incorporó el 9 de abril, aquélla levó anclas de Valparaíso el 14 de dicho mes. El almirante español, preocupado por los comentarios que se habían hecho a consecuencia el bombardeo de dicho puerto en los que llegaba a afirmarse que la escuadra española no tenía arrestos suficientes para atacar plazas fortificadas, limitándose a bombardear ciudades abiertas, ardía en deseos de demostrar lo infundadas que eran tales difamaciones, a pesar de que las órdenes concretas del gobierno de Madrid se constreñían al bombardeo de Iquique y otros puntos de escasa importancia, debiendo regresar inmediatamente después a la Península. Deseando lograr un triunfo, decidió atacar el puerto de El Callao, poderosamente fortificado, por lo que el 27 de abril se presentó ante la plaza, comunicando al cuerpo diplomático que cuatro días después atacaría las defensas de la ciudad, plazo que hubo quien estimó innecesario, ya que el provocador había sido el gobierno peruano y dado que la plaza se hallaba fortificada, por lo que solo sirvió para, aparte de abandonar la ciudad los neutrales y no combatientes, aprovecharlo los peruanos en reforzar sus aprestos defensivos, si bien también les fue útil a los buques españoles en sus preparativos de ataque. Alguno de éstos –tal la fragata de madera Blanca- fue reforzado con un rudimentario blindaje hecho de cadenas, y todos pintaron de negro las franjas blancas de sus costados, que llevaban así según costumbre de la época, a fin de ofrecer blanco menos perceptible a los cañones enemigos; echaron abajo las vergas mayores y calaron los masteleros, para resguardar en lo posible a la arboladura de las averías que pudiera causarles el fuego enemigo.  
L escuadra española, fondeada en la cercana isla de San Lorenzo, comprendía una fragata blindada, la Numancia (buque de guerra de primera clase, de 7500 toneladas, maquinaria de 1000 caballos, velocidad de 13 millas y blindaje de 130 mm de espesor), armada con 40 cañones; cuatro fragatas de madera: Almansa, de 50 cañones; Villa de Madrid, de 46; Resolución, de 40, y Blanca, de 36, y una goleta, Vencedora, armada con 3 piezas de artillería; en total, 215 piezas, en su mayoría de 68 libras como calibre máximo.
Frente a estos medios, la plaza de El Callao alineaba formidables defensas, dada la ventaja que siempre han ofrecido las fortificaciones costeras en relación con el armamento de las naves atacantes. Según el criterio de los neutrales y las apreciaciones de la propia escuadra atacante, las defensas de la plaza contaban con 92 piezas de artillería, de ellas 14 cañones gigantes (8 Blackely, rayados, con proyectiles de 450 libras, y 6 Armstrong, también rayados, con proyectiles de 300 libras); 40 cañones, lisos, de 16 cm y 38, también lisos, de a 32 libras. Los datos oficiales peruanos dan cifras más reducidas, según las cuales solo había 4 cañones gigantes Armstrong, con proyectiles de 300 libras, emplazados por pares, en los extremos septentrional y meridional de la plaza, en dos torres blindadas (llamadas “Junín” y “La Merced”, respectivamente); 4 cañones gigantes más, Blackely, con proyectiles de a 450 libras, acasamatados y defendidos por terraplenes, distribuidos, uno a uno, en puntos estratégicos en el espacio existente entre las mencionadas torres, apoyados por 44 cañones de a 32 libras, repartidos en siete baterías situadas, dos en la parte norte, cuatro en la sur y una dando frente a la retaguardia de la torre meridional. Un cañón gigante más, Blackely, había sido montado precipitadamente, quedando inutilizado al primer disparo. En total, pues, según estos datos, solo disponían los peruanos de 53 piezas, de ellas 9 de enorme calibre. Además, había que añadir la artillería de los pequeños buques peruanos, que eran los monitores Loa (con cañón de 110 libras) y Victoria (con un cañón de 68 libras) y el vapor Tumbes (con dos cañones de 32 libras), los cuales defendían el centro de la línea. Finalmente, en varios lugares de la bahía se habían colocado torpedos fijos, con disparadores eléctricos.
Fueran ciertas unas u otras cifras, el hecho incuestionable es que los buques españoles, todos de madera a excepción de la fragata blindada Numancia, además de carecer de una sola boca de fuego de gran calibre que oponer a los 14 (o, al menos, 9) enormes cañones enemigos, no se hallaban en condiciones de soportar los disparos de tan poderosas piezas, de las que se suponía que uno solo acertado en la línea de flotación bastaría para echar a pique a cualquiera de los buques de madera, ya que los proyectiles Armstrong rayados de 300 libras atravesaban blindajes hasta de 19 cm, superiores en 6 cm al de dicha fragata. El ataque a El Callao en tales condiciones era empresa temeraria, dados esos medios de defensa y las enseñanzas obtenidas en la entonces reciente Guerra de Secesión americana, en que casi siempre las baterías costeras, aun con enorme inferioridad en número y calibre de las piezas, habían prevalecido en su acción contra las escuadras. Además, los defensores de El Callao podían cubrir sus bajas y renovarse con tropas de refresco, disponiendo de toda clase de recursos, en tanto que los buques españoles, a miles de millas de su país, carecían de reservas y no podían reponer sus pérdidas. Pese a tales inconvenientes, no se arredró el almirante español, ni los comandantes de los barcos y dotaciones a su mando.         (CONTINUARÁ).