miércoles, 14 de enero de 2015

ATAQUES NAVALES A CARTAGENA DE INDIAS

Dos fueron los principales asaltos sufridos por dicha ciudad: el primero, en abril de 1697, en el que las fuerzas atacantes lograron su objetivo, apoderándose de la misma, y el segundo el 15 de marzo al 20 de mayo de 1741, en el que, pese al formidable despliegue de fuerzas británicas que se proponían tomarla, logró resistir, sin que aquéllas alcanzaran su finalidad.
En plena guerra de la Liga de Augsburgo se formó una sociedad de navieros y comerciantes franceses que, ayudada por la Corona, se propuso acometer empresas de carácter análogo a las realizadas, tiempo atrás, por las compañías holandesas e inglesas de Indias. Para ello el Estado las apoyaría con naves de guerra y determinado contingente de tropa embarcada, pensándose incorporar a la empresa nada menos que a las nutridas partidas de temibles filibusteros y bucaneros que, con la tolerancia del gobernador francés, estaban acampadas en la parte gala de Santo Domingo (Haití), prometiéndoles una parte importante del botín que se consiguiera. Se concertó llevar a efecto un gran ataque contra alguna de las más importantes plazas españolas: Veracruz, Portobelo o Cartagena.
El grueso de la expedición, al mando de Jean Bernard Desjeans, barón De Pointis, pertió en los primeros días del año 1697, del puerto de Brest, con rumbo a la isla de Santo Domingo, donde había de efectuarse la concentración de fuerzas. Con Pointis llegaron siete navíos de línea, de 80 a 56 cañones, y 10 fragatas y corbetas, con un total de 4000 hombres entre dotaciones y fuerzas de desembarco, éstas últimas constituidas por unos 1500 soldados regulares. A tales fuerzas se unieron las aportadas por los filibusteros, 8 naves de tipo fragata, con unos 1600 hombres, al mando del gobernador francés de la isla, Jean B. Ducasse, el único jefe reconocido por aquellos depredadores, magníficos combatientes que no retrocedían ante nada, llevados por sus móviles de saqueo y botín.
Celebróse  consejo de jefes, y aunque Ducasse recomendaba atacar Portobelo, donde, si se hubieran dado prisa, habrían podido sorprender a los galeones españoles con 150 millones en oro, a más de celebrarse allí entonces la feria en que se cambiaba el oro y la plata del Perú por las mercaderías llegadas de Europa, decidióse fuera Cartagena la plaza asaltada, ya que Pointis llevaba órdenes concretas en tal sentido.
Cartagena constituía una gran ciudad colonial de 8 a 10000 habitantes, famosa por poseer el mejor sistema defensivo de todas las posesiones españolas de Indias, aunque, en realidad, tales defensas no eran en todo efectivas como se creía, sino un tanto aparentes. Cierto que disfrutaba de una posición envidiable, accesible solamente por una angosta entrada, llamada Boca Chica, que defendía un –al parecer- poderoso castillo de gruesas murallas; pero que en realidad, tan sólo lo guarnecían ¡15 hombres! y sus 33 piezas de artillería se hallaban  montadas sobre débiles cureñas de cedro que, como después se advirtió, saltaban a los primeros disparos. Dentro de la bahía, a unos cuatro kilómetros de la plaza, se levantaba la escarpada y formidable fortaleza de Santa Cruz, que con sólo 80 hombres de guarnición y casi nula artillería era prácticamente inútil, y en el extremo opuesto, o sea del lado del continente, estaba el fuerte de San Lázaro. Finalmente, la ciudad propiamente dicha contaba con murallas, fosos naturales y 12 baluartes, artillados con 48 piezas, pero de insuficiente dotación, compuesta por sólo 40 soldados regulares.
El día 13 de abril de 1697 se presentó la armada franco-filibustera frente la boca de la bahía, y al día siguiente Pointis intentó efectuar el desembarco en la costa nordeste, con el propósito ulterior de aislar del continente a la plaza; pero dicho paraje estaba sembrado de arrecifes, escolleras y rompientes que hacía impracticable, sin gran riesgo, el desembarco, por lo que ordenó el jefe francés fondear en la denominada Playa Grande. Pointis y Ducasse decidieron  inmediatamente atacar el fuerte que defendía la entrada de Boca Chica, comenzando el bombardeo con varias baterías móviles el mismo día 14, consiguiendo desmontar los cañones de aquel baluarte que aún no habían saltado por sí mismos a causa de sus defectuosas cureñas, según antes se dijo, y al día siguiente se aproximaron varios navíos a dicho fuerte, continuando el bombardeo. Tras soportar  1500 disparos, se rindió el gobernador de la fortaleza, Sancho Jiménez Orozco, produciendo tal hecho honda consternación en la ciudad, por lo que con la mayor celeridad fueron echadas al fondo, en la angostura de la bahía, varias naves y todas las lanchas y canoas que se pudieron reunir, a fin de barrear el paso.   
El día 20, tras débil resistencia, se apoderaron los franceses de la fortaleza de Santa Cruz, y, pese al intento de obstaculizar su paso, los navíos pudieron avanzar hasta tener a la ciudad al alcance de sus cañones, por lo que comenzaron el bombardeo, produciendo en ella tal impresión el imprevisto ataque que sus habitantes en masa quisieron huir al campo, lo que se evito merced a la presencia de ánimo del gobernador, Diego Núñez de los Ríos, quien, tras poner guardias en las puertas de la muralla, organizó inmediatamente la defensa, para la cual ya había preparado las compañías de milicias, integradas  por unos 1800 o 2000 hombres, no siendo posible proveer de armas a todos por no llegar las disponibles a dicho número. Los atacantes desembarcaron en dos sitios, dispuestos a efectuar el asalto a la plaza desde opuestos extremos, por uno la infantería  los marinos y la infantería regular y los filibusteros por el otro. Rechazada por el gobernador de la ciudad la intimidación de rendirse, comenzaron un intenso bombardeo, que duro seis días, hasta el 30, en que arreció más por haber montado baterías de mayor calibre en apoyo a los cañones de los barcos. Dicho día, después de abrir brecha en la muralla, los sitiadores lanzaron dos columnas al ataque, las cuales penetraron en el arrabal de Hihimani, o ciudad baja, del que se apoderaron tras durísima lucha, durante la cual las bisoñas milicias defensoras tuvieron cerca de 400 bajas (de ellas la mitad muertos), en tanto que las de los asaltantes , con mayor experiencia combativa, no llegaron a 100 muertos. Entre los heridos figuraba el propio Ducasse.       

El día 4, concertada la capitulación, el gobernador, Diego Núñez de los Ríos, salió por la brecha con todos los honores, seguido de las milicias, que sumaban unos 1500 hombres, así como de mujeres, niños, etc. en total unas 3000 personas, tras lo cual entraron los franceses, ordenadamente. Su jefe hizo celebrar en la catedral un solemne Te Deum, posesionándose de la ciudad en nombre de Luis XIV. El saqueo duro hasta el 12 de mayo, calculándose la cuantía del botín en 6 000 000 de pesos. Pointis mandó fuera embarcado todo objeto de algún valor, arramblando así, según es fama, hasta con las campanas de las iglesias y los 84 cañones montados en los baluartes de la ciudad. Pero he aquí que durante aquellos días se desarrollo  entre  franceses y filibusteros una fulminante epidemia colérica, a causa de la cual murieron cerca de 2000, en tanto que la conquista de la plaza sólo les había costado 500 vidas.                                                      (continuará)

1 comentario:

Clari dijo...

hace tiempo que quiero ir a cartagena, parece un lugar con mucha historia ademas de ser muy lindo. ahora voy a viajar a Patagonia pero a la vuelta lo voy a tener en cuenta como proximo destino