martes, 14 de mayo de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXI)

A veces uno se pregunta: ¿Qué significa la palabra? ¿Qué quiere decir la frase? ¿Qué dice la oración? ¿Qué quieres decir tú? ¿Quieres decir lo que dicen tus palabras? ¿Quieren decir tus palabras lo que tú quieres decir? ¿Quieres decir lo que dicen tus palabras, pero no lo que significan tus frases? ¿O quieres decir lo que dicen tus palabras y tus frases, pero no lo que quieren decir tus oraciones? ¿O quieres decir lo que quieren decir tus oraciones, pero no lo que significan tus palabras sino lo que dicen tus frases? ¿O quieres decir lo que dicen tus oraciones, pero no lo que dicen tus frases, sino lo que dicen tus palabras? ¿O quieres decir que dices lo que dicen tus oraciones, pero no lo que quieren decir ni tus palabras ni tus frases? ¿O quieres decir que dices lo que quieren decir algunas de tus palabras y todas tus frases, pero no lo que dicen tus oraciones?   
Es evidente que para entender algunos textos hay que recurrir a la hermenéutica...  (Inter nos: me he metido en un berenjenal –también llamado galimatías- que no sé como voy a salir de él; mientras tanto, vamos a hablar un poco más de Álvaro de Bazán).
En mayo de 1556, estando Bazán fondeado en Cascaes (Portugal) con su armada, dio caza a una nave francesa, cobrando setenta prisioneros y 15 cañones. En el mes de junio, corriendo la costa de Berbería (País de lo bereberes),  recibió noticias de que dos naves inglesas mandadas por Richarte Guates se hallaban fondeadas al abrigo de cabo Agüer, Alguer o del Agua y al amparo de su castillo, transportando armas y municiones para los moros de Fez. Se encaminó con sus naves a dicho cabo, forzó el fondeadero bajo el fuego de la artillería que lo defendía, y rindió a los barcos ingleses, tomando 200 prisioneros y 60 piezas de artillería y quemando además 7 carabelas armadas, destinadas a ir contra los barcos españoles que pescaban en las proximidades de cabo Blanco.
El 8.5.1562 fue nombrado capitán general de una escuadra de 8 galeras y de una fragata, dedicada a la guarda del estrecho de Gibraltar y norte de África. Los berberiscos y turcos, en combinación con los moriscos aún en la Península, asolaban las costas del sur de España y atacaban sus plazas africanas. También perturbaban la navegación española los corsarios ingleses, escoceses y franceses. En 1563, encontrándose Bazán con sus naves en el Puerto de Santa María, acudió a él el corregidor de Gibraltar, informándole que ocho naos inglesas habían atacado a una francesa a la que no podían tomar porque no se atrevían a ponerse bajo los fuegos del castillo de aquella plaza. Se presentó Bazán con cinco galeras, dio caza a dichas naos y las apresó con sus dotaciones, que sumaban 500 hombres, comprobándose que eran corsarios. Tomó también 200 piezas de artillería.
Al empezar el año 1564 se supo que el bey (sic) de Argel se preparaba para atacar Orán y Mazalquivir (Mers el-Kébir), con ayuda de los turcos. Se ordenó el alistamiento de todas las galeras al servicio del rey y de cuantas embarcaciones pudiesen llevar tropas. Don Álvaro salió para Vizcaya a requisar chalupas, para unirlas a las que ya en el Puerto de Santa María tenía requisadas su hermano Alonso. Al saberse que el de Argel desistía de su idea porno mandarle el Turco su escuadra, el rey Felipe II decidió aprovechar la acumulación de tan gran armamento para tentar la recuperación del Peñón de Vélez de la Gomera, casi inexpugnable de corsarios berberiscos, capitaneados por Kara Mustafá. Se dio el mando de la empresa a García de Toledo, jefe de las fuerzas de Portugal y Malta, que reunió cincuenta y siete galeras de diferentes reinos. Bazán se incorporó con otras veintidós, en el puerto de Palamós. Los resultados de la jornada fueron altamente favorables. Bazán mandó la vanguardia en la fase de aproximación al Peñón, reconoció la plaza, y el 6 de septiembre desembarcó la artillería y dejó aquélla abastecida. Por orden de García de Toledo, al retirarse la armada, se quedó rezagado en el Peñón, con siete galeras de su mando. 

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XX)

Y seguimos con los piratas. En la antigua Grecia, por ejemplo, estuvo muy desarrollada la piratería. Puede asegurarse, porque en numerosos casos hablan los autores clásicos, poetas y geógrafos, de ella. Es indudable que no tuvieron los griegos tan desarrollado el sentido moral como el estético o el especulativo. Herodoto da igual acepción a pirata que a comerciante o marino. Ya entre las islas del mar Egeo, tan propicias a la emboscada, navegaron piratas en embarcaciones remeras de fondo plano, y muy veloces, desde poco después de las invasiones dóricas, comenzadas en el siglo XI a.C. Lo que más llama la atención al lector moderno, es la falta de sanción moral que tuvieron los griegos par esta clase de personajes. Encontraban normal su cometido, y no consta que se intentara nada contra ellos, en el sentido de castigo legal. También se sabe que a veces se reunía una verdadera nube de embarcaciones para asaltar ciudades costeras; algunos cimientos de antiquísimas torres en las islas Egeas, revelan el lugar de emplazamiento de construcciones encaminadas a dar aviso de la llegada de los piratas. El botín más codiciado por los antiguos mediterráneos fue el humano, para la esclavitud. La literatura latina, sobre todo la geográfica, abunda en citas sobre el peligro de la navegación a causa de la piratería.
Se citan dos casos muy conocidos y comentados por el gran nombre que alcanzaron sus protagonistas, que fueron Julio César y su rival Pompeyo. Siendo el primero muy joven fue hecho prisionero con otros navegantes por un grupo de piratas. El jefe dijo a Julio César que pensaba pedir por él veinte talentos. Y el cautivo contestó que el pirata era un necio, pues podía pedir hasta cincuenta. Cuando el rescate llegó, César fue llevado con otros a Mileto. El gobernador prestó a César cuatro galeras y 500 soldados, con los que cayó sobre la guarida de los piratas que fuero apresados. Al pretor de Pérgamo,  Junio Silano, le desagradó el valor de aquel joven y tal vez en compromiso inconfesable con los piratas, no se mostró dispuesto a castigarlos; entonces el propio César marchó a la prisión y los condenó a ser crucificados, aunque por haberle dado buen trato en su cautiverio, aconsejó se suicidaran los que así lo prefirieran. No hay detalles que puedan fundamentar que se llevara a cabo tan atroz sentencia. En cuanto a Pompeyo, se sabe que uno de los primeros peldaños del pedestal de su fama fue el exterminio, en tres meses, de los piratas mediterráneos, para lo cual necesitó se le dieran amplios poderes, 500 naves y 120000 hombres. La época en que estuvieron más envalentonados los  piratas frente a Roma, fue cuando los protegiera Mitrídates, rey del Ponto, antigua  región del NE de Asia Menor, junto al Ponto Euxino.  
La isla de Borneo fue un centro de piratería en diversas ocasiones. Sus salvajes moradores autóctonos, no conocieron nada del arte de la navegación; pero cuando fueron invadidos por los malayos, estos supieron inculcarles la idea de la caza del hombre por entre los extensos archipiélagos, como desde siglos la venían ejecutando en la cálida manigua borneana. El pirata malayo, en general, también buscaba la caza de los seres humanos; si no podían rescatados, se les sacrificaba por lo procedimientos más espantosos, sobre todo si eran blancos, o se les guardaba para ser vendidos como esclavos. Los presos de raza papúa de Nueva Guinea eran comprados por el rajá de Achin. El mercado máximo de esclavos estuvo en la isla de Sarangay, cerca de Mindanao. El último pirata malayo se llamaba Raga; comenzó sus fechorías en 1813 y llegó a destruir más de cuarenta buques a cuyas tripulaciones pasaba a cuchillo, reservándose los capitanes que gustaba decapitar él mismo.