jueves, 24 de diciembre de 2009

En Nochebuena


Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Por eso rescato un poema de Vicente W. Querol (1836-1889) que él tituló, precisamente, “En Nochebuena” y que dedicó a sus ancianos padres. Dice así:

Un año más en el hogar paterno/ celebramos la fiesta de Dios-Niño, símbolo augusto del amor eterno/ cuando cubre los montes el invierno/ con su manto de armiño.

Como en el día de la fausta boda/ o en el que el santo de los padres llega,/ la turba alegre de los niños juega,/ y en la ancha sala la familia toda/ de noche se congrega.

La roja lumbre de los troncos brilla/ del pequeño dormido en la mejilla/ que con tímido afán su madre besa;/ y se refleja alegre en la vajilla/ de la dispuesta mesa.

A su sobrino, que lo escucha atento,/ mi hermana dice el pavoroso cuento,/ y mi otra hermana la canción modula/ que o bien surge vibrante o bien ondula/ prolongada en el viento.

Mi madre tiende las rugosas manos/ al nieto que huye por la blanda alfombra;/ hablan de pie mi padre y mis hermanos,/ mientras yo, recatándome en la sombra,/ pienso en hondos arcanos.

Pienso que de los días de ventura/ las horas van apresurando el paso,/ y que empaña el Oriente niebla oscura,/ cuando aún el rayo trémulo fulgura,/ último del ocaso.

¡Padres míos, mi amor! ¡Cómo envenena/ las breves dichas el temor del daño!/ Hoy presidís nuestra modesta cena,/ pero en el porvenir... yo sé que un año/ vendrá sin Nochebuena.

Vendrá, y las que hoy son risa y alborozo/ serán muda ficción y hondo sollozo./ No cantará mi hermana, y mi sobrina/ no escuchará la historia peregrina/ que le da miedo y gozo.

No dará nuestro hogar rojos destellos/ sobre el limpio cristal de la vajilla,/ y, si alguien osa hablar, será de aquellos/ que hoy honran nuestra fiesta tan sencilla/ con sus blancos cabellos.

Blanco cabellos cuya amada hebra/ es cual corona de laurel de plata,/ mejor que esas coronas que celebra/ la vil lisonja, la ignorancia acata/ y el infortunio quiebra.

¡Padres míos, mi amor! Cuando contemplo/ la sublime bondad de vuestro rostro,/ mi alma a los trances de la vida templo,/ y ante esa imagen para orar me postro,/ cual me postro en el templo.

Cada arruga que surca ese semblante/ es del trabajo la profunda huella,/ o fue un dolor de vuestro pecho amante./ La historia fiel de una época distante/ puedo yo leer en ella.

La historia de los tiempos sin ventura/ en que luchasteis con la adversa suerte,/ y en que, tras negras horas de amargura,/ mi madre se sintió más noble y pura/ y mi padre más fuerte.

Cuando la noche toda en la cansada/ labor tuvisteis vuestros ojos fijos,/ y, al venceros el sueño a la alborada,/ fuerzas os dio posar vuestra mirada/ en los dormidos hijos.

Las lágrimas correr una tras una/ con noble orgullo por mi faz yo siento,/ pensando que hayan sido, por fortuna,/ esas honradas manos mi sustento/ y esos brazos mi cuna.

¡Padres míos mi amor! Mi alma quisiera/ pagaros hoy lo que en mi edad primera/ sufristeis sin gemir, lenta agonía,/ y que cada dolor de entonces fuera/ germen de una alegría.

Entonces vuestro mal curaba el gozo/ de ver al hijo convertirse en mozo,/ mientras que al verme yo en vuestra presencia/ siento mi dicha ahogada en el sollozo/ de una temida ausencia.

Si el vigor juvenil volver de nuevo/ pudiese a vuestra edad, ¿por qué estas penas?/ Yo os daría mi sangre de mancebo,/ tornando así con ella a vuestras venas/ esta vida que os debo.

Que de tal modo la aflicción me embarga/ pensando en la posible despedida,/ que imagino ha de ser tarea amarga/ llevar la vida, como inútil carga, después de vuestra vida.

Ese plazo fatal, sordo, inflexible,/ miro acercarse con profundo espanto,/ y en dudas grita el corazón sensible:/ “Si aplacar al destino es imposible,/ ¿para qué amarnos tanto?”

Para estar junto en la vida eterna/ cuando acabe esta vida transitoria;/ si Dios, que el curso universal gobierna,/ nos devuelve en el cielo esta unión tierna,/ yo no aspiro a más gloria

Pero, en tanto, buen Dios, mi mejor palma/ será que prolonguéis la dulce calma/ que hoy nuestro hogar en su recinto encierra;/ para marchar yo solo por la tierra/ no hay fuerzas en mi alma.



BREVE COMENTARIO: Evidentemente, eran otros tiempos... ¡Feliz Navidad!