martes, 26 de noviembre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXVII)

Por el mismo tiempo o a comienzos del XVIII, no está dilucidado del todo, se conocen los foques, que en España es preciso esperar hasta 1783 para verlos declarados reglamentarios. Los foques desterrarían la cebadera, vela de evolución heredada por los navíos de las carabelas y naos, y que tenía el no pequeño inconveniente de embarcar agua en cuanto se levantara un poco de marejada; a pesar de abrírsele unos orificios de desagüe, en la práctica era obligado aferrarla pronto, pues de lo contrario eran fáciles las averías. Pero como era necesaria una vela de maniobra o giro, vela que hiciera arribar al buque en determinados momentos, especialmente al meter al viento el resto del aparejo, se recurrió al tormentín o pequeña vela cuadra que se largaba en un palo corto y delgado en el extremo del bauprés, donde, como era difícil afirmarlo bien, se rendía con demasiada frecuencia; tampoco una segunda cebadera, la contracebadera, vino a ofrecer mayores ventajas, siendo al fin los foques la verdadera solución al problema y cuya primacía en la idea parece ser que corresponde a los holandeses, y, según algunos, ya en la segunda mitad del siglo XVII. La vela latina en el mesana continuó hasta después de mediado el siglo XVIII; se cuenta del capitán de un barco inglés (hacia 1750), al que le habían faltado la verga algo más debajo de la cruz, que cortó el paño sobrante a proa, logrando tan buenos resultados que por ellos se generalizó como vela cangreja, y el trozo de percha alto pasó a ser el pico de nuestros días. No obstante la anécdota acaba de referir, debe señalarse que en sus primeros tiempos la cangreja iba envergada en una entena de vela latina, con la diferencia de que la vela terminaba en el palo y el resto de la entena hasta el car era seca, es decir, sin vela.
A las velas mencionadas debe añadirse la trinquetilla, que se larga con botavara o sin ella en el estay de trinquete, entre dicho palo y el bauprés o la proa. También hay que mencionar otras velas propias de embarcaciones de pequeño porte o simples botes, y son las siguientes: quechemarina, al vela al tercio parecida a las usadas por los quechemarines y que largaban los faluchos grandes con mal tiempo, especialmente los del resguardo en el sur de la Península; mística, vela trapezoidal, intermedia entre la latina y la vela al tercio, empleada por los místicos; guaira, vela triangular envergada al palo o a una entena que se mantiene atracada a éste; vela de abanico, que es la trapezoidal que se orienta por medio de una percha en diagonal, desde el pie del palo hasta el puño de pena; vela al tercio, también trapezoidal, unida a una entena que se suspende por medio de una driza firme a un tercio de la longitud de aquélla, a contar del penol correspondiente a la relinga de la caída de proa, un poco más corta que la de popa o baluma.
Hay además otras velas que reciben una denominación particular o sobrenombre: carbonera o vela de estay mayor, cuyo nombre se debe seguramente al uso que de ella hacían los carboneros ingleses; candonga, vela triangular que los faluchos y otras embarcaciones latinas orientaban en el palo de mesana para capear un tiempo y se envergaba con pasadera en el palo como una guaira, cargándose con la escota de la mesana; treo o trinquete redondo, que largaban las embarcaciones de aparejo latino al correr un temporal; píchola, latina pequeña usada por los jabeques en caso de mal tiempo; entrepenas, vela triangular que en los jabeques  y místicos se largaba de pena a pena de las mayores al navegar en popa; tallavientos, la que en los lugres, quechemarines y trincaduras sustituía a la mayor cuando por el mucho viento no podía aguantarse ni rizada; borriquete, trinquete de fortuna usado por las trincaduras para capear o correr un tiempo; monterilla, sobrenombre del sosobre o vela más arriba del juanete alto; pollaca, foque grande, propio de las embarcaciones de aparejo latino.

Las velas primitivas estaban hechas de pieles de animales, y los chinos todavía las usan de estera. Luego, y hasta comienzo del siglo pasado, las fibras empleadas en la hilatura de lonas para velas era invariablemente de cáñamo o lino. Éste ofrecía mejores resultados, ya que, además de tener superior resistencia, posee la apreciable cualidad de que las velas hechas de él permanecen suaves y flexibles, y ello tiene gran importancia, sobre todo en las faenas de rizar o aferrar con viento duro; sin embargo, en España era reglamentario el cáñamo para velas de los buques de guerra y procedía de Orihuela y Granada, en donde se cosecha de la mejor calidad. El lino para velas se cultivaba en Inglaterra, Francia, Rusia, Holanda, Bélgica y Finlandia. 

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXVI)

Las velas se vienen clasificando tradicionalmente en cuadriláteras y triangulares, aunque, según después indicaremos, hay algunas, en particular de los yates, que no guardan semejanza con ninguno de estos polígonos y es preciso considerarlas aparte. Las velas cuadriláteras se subdividen en cuadrilongas, trapecias  simétricas y trapezoides; las dos primeras se denominan cuadras por su figura, o redondas, porque se marean y bracean por redondo, y también de cruz, porque la forman con el palo en que se izan. Al grupo de velas trapezoidales pertenecen las cangrejas o cangrejos, velas de estay, escandalosas y foques de cuatro puños. Son triangulares las latinas, foques, velas de estay y escandalosas de tres puños; en general, las velas envergadas en nervios en la dirección del plano longitudinal del buque o en botavaras con el punto de giro en él, se conocen por velas de cuchillo. Los grandes veleros también usaron rastreras  y alas de velacho y juanete, en el palo trinquete, y alas de gavia y juanete, en el mayor.
Las velas redondas van unidas a vergas y, como se ha dicho, tienen cuatro lados: grátil, el alto; pujamen, el bajo; , y caídas, los laterales. Y cuatro puños, los dos altos, de empuñidura , y los dos bajos, de escota. Los paños corren verticalmente y llevan refuerzos, diagonales y fajas de rizos, según la clase de vela.
En las cangrejas los lados se denominan: grátil, el alto, pujamen, el bajo, caída de proa, el de proa, y baluma, el de popa. Y sus cuatro puños: de amura, el vértice del pujamen y la caída de proa; de boca, el de la caída de proa y el grátil alto; de pena, el del grátil alto y la baluma, y de escota el de la baluma y el pujamen. Antes los paños de estas velas iban dispuestos paralelamente a la baluma o caída de popa; ahora, por razones de estabilidad de la forma y para darle los alunamientos a la baluma y caída de proa, en particular de los yates, se disponen perpendicularmente a la baluma, que suele tener convexidad hacia fuera y la cual se aguanta por medio de sables (tablillas de madera o material plástico en la dirección de las costuras y dentro de fundas cosidas a la vela).
Las velas Marconi o bermudianas tienen tres lados: grátilcaída de proa, baluma o caída de popa y pujamen. Los tres puños se llaman: de amura, de pena y de escota. Los paños van perpendiculares a la baluma y con sables en la forma dicha antes al tratar de la cangreja, aunque el alunamiento o convexidad hacia fuera es mayor en las velas Marconi que en las cangrejas. En el puño de pena o de driza va una llamada tabla de grátil, de madera, duraluminio u otro metal ligero, que tiene por objeto ayudar a los sables a mantener plana la parte de la baluma.    
La nomenclatura de los lados y puños de los foques es la misma indicada para las velas Marconi. En los foques antiguos, y así continúan en algunos veleros mercantes, los paños iban paralelos a la baluma; luego se acostumbró a ponerlos perpendiculares a ésta, y hoy, en los yates, el tipo de foque que se considera superior es el de espineta, que tiene los paños perpendiculares al pujamen y a la baluma, con una costura de unión en la bisectriz del puño de escota. Otro método de corte de los foques es el angular o escocés, introducido en 1825 por Matthew Orr, con los paños paralelos a la baluma y al pujamen, y una costura de unión en la bisectriz del puño de escota. El célebre yate norteamericano Ranger usó en 1937 un foque cuadrilateral o con dos escotas, pero no ha tenido adeptos.
La forma de vela más antigua es la cuadra. La latina es una vela típica del Mediterráneo y del mar Rojo, siendo curioso el hecho de su expansión por todo el ámbito de influencia árabe; se dice que procede del Nilo, pero es de notar que en el Pacífico y en el Índico los praos (sic) usan otra vela triangular parecida a la latina, aunque con una percha o botavara en el pujamen, y quizá de ella pudo derivarse la latina. En la época de los grandes descubrimientos geográficos de portugueses y españoles, las carabelas y naos tenían aparejos compuestos de velas cuadras y latinas, los cuales continuaron en los navíos hasta mediados del siglo XVIII. En los referidos buques del Medioevo  se aumentaba la superficie de la mayor con bonetas o anchas fajas, cayendo en desuso cuando se generalizaron los rizos. A comienzos del siglo XVII aparecen las velas denominadas rastreras, que suspendidas de un botalón aumentaban el área del trinquete, y a fines del mismo, las alas de gavia, velacho y juanete.   (Continuará)

martes, 19 de noviembre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXV)

Hoy va de frases marineras. Henchir una vela todo su palo y vergas es llenar u ocupar todo el espacio entre los cuatro penoles de las dos vergas que la sujetan, estando éstas en su lugar correspondiente o izada cada una a reclamar en su respectivo palo. Dar, hacer, marear, largar  vela es el número de las que se llevan largas, lo cual se expresa también con la frase de viar tela. Dar la vela y hacerse a la vela es levarse de cualquier fondeadero y ponerse a navegar, en cuyo caso se dice igualmente ponerse a la vela,y aun significa a veces lo mismo el hacer vela,  como lo denota la frase usual de hacer vela para tal parte. Lo propio se expresa con el verbo marear, dicho así en absoluto, y con los de velejar o velejear, envelar o envelejar. Echar, botar, meter en vela es marear, en su acepción de disponer las velas de modo que tomen viento por su cara de popa, o en el sentido que contribuye a dar impulso al buque para andar. Meter vela es recoger, quitar o aferrar alguna o algunas de ellas, lo cual es muy distinto de meter en vela, citado anteriormente. ¡Andar en buena vela! ¡Llevarlo en buena vela! son voces de mando al timonel para que arribe y lleve la embarcación a bolina desahogada o bien llenas las velas. Llevar la vela sobre el palo se decía de los faluchos y otros barcos latinos cuando cambian de vuelta y siguen la nueva bordada sin cambiar la entena, en cuyo caso ésta y la vela van contra el palo. Aguantar vela es mantener mucha larga en proporción a la fuerza del viento y también resistirla la embarcación misma. Poder o no con la vela es lo mismo que poder o no con el aparejo. Tender velas era, antiguamente, largarlas, marearlas, orientarlas al viento, o lo mismo que dar la vela. Alzar, levantar velas: izarlas y largarlas. Arrizar las velas: disminuir la superficie de una vela tomándole rizos. Fundarse en vela: llevar toda la posible, según las circunstancias. Medir la vela: disponer el aparejo convenientemente para llevar la misma velocidad que el buque o buques con quienes se navega. También se dice medir el andar y medir el aparejo. Andar mucho de la vela: ser muy velero el buque. Señorearse con la vela: navegar el buque desembarazado con ella, sin rendir ni ahogarse a hocicar. Desfogar una vela: arriarle la escota o degollarla, para que, escapando el viento que la impulsa, cese el violento esfuerzo que ejercía, acaso con peligro de zozobrar o de otra avería. Enmarar, regar las velas: regarlas con agua para tupirlas y que así resulten menos porosas. Cantar vela: anunciar la visita de alguna embarcación el vigía de topes o el que la descubre primero, gritando: ¡Vela! Navegar a toda vela: llevar largas cuantas tiene el buque o permite la posición en que navega con vientos manejables. Abatir vela: arriarla; tiene más uso en los botes o pequeñas embarcaciones en que se recogen las velas sin aferrarlas por alto. Quitar, recoger velas: cargar, meter, aferrar alguna o algunas. Antiguamente se expresaba lo mismo diciendo apocar las velas y desenvelejar, y hoy, acortar de vela. Perder las velas: llevarlas el viento. A la vela: modo adverbial que significa hallarse ya navegando o manejándose sólo con las velas, después de haber zarpado las anclas. A vela llena: modo adverbial con que se expresa el navegar a buen viento o de modo que éste llene ventajosamente todas las velas. A toca-vela: otro modo adverbial para indicar todo lo contrario del anterior, o sea, navegar con viento escaso de modo que vayan tocando las velas. ¡En vela! Voz de mando equivalente a la de meter en vela, o bien para prevenir al timonel que arribe o no trinque. Más vale palmo de vela que remo de galera: refrán con que se da a entender la gran ventaja que lleva la vela en los esfuerzos que ejerce impelida del viento, aun sobre los mayores que puedan hacer todos los remos juntos. Cuando la vela bate o azota el palo, ¡malo! Otro refrán que indica lo perjudicial de la calma, en cuyo caso se produce el golpear de las velas contra sus respectivos palos. Cada palo aguante su vela: otro refrán con el que se denota que cada uno debe soportar sus  trabajos o responsabilidades sin pretender cargarlos sobre el próximo.

Otro día hablaremos de las velas de los buques y embarcaciones menores; construcción, características e historia.

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXIV)

Vela es la pieza o conjunto de piezas cosidas de lona o lienzo fuerte, que se sujeta a una entena, palo, pico o estay, según la clase para recibir el viento y poner en marcha un buque o embarcación, así como para hacerlo evolucionar. Tomando la parte por el todo, el  buque mismo provisto de velas. En sentido colectivo o usando del singular por el plural, el velamen o conjunto de velas, total o parcial, que se lleva mareado. Así se dice que “se lleva mucha o poca vela”. La disposición  o situación misma en que la vela ejerce su esfuerzo cuando el viento incide sobre ella en debida forma y de ahí que el modo adverbial muy común  “¡En vela!” con que se manda o marear o no ceñir tanto, es absolutamente equivalente o idéntico al de “¡En viento!”. Un buque sobresaliente en vela es sobresaliente en andar o de buena marcha. Los buques iguales en vela son los de una misma marcha o igualmente veleros. La diferencia de vela es, refiriéndose a un buque, diferencia de andar. Vela de abanico o de concha es la que tiene los paños cortados al sesgo y cosidos de modo que cada uno disminuye  de ancho hacia al puño donde se reúnen todos; se usaba este corte en algunos foques y velas de cuchillo. Vela en saco es la denominación que recibe aquella que tiene unidos todos los paños, pero todavía sin las vainas, refuerzos, relingas, etc. La vela envainada es la que tiene hechas las vainas y se encuentra a punto de coser las relingas. Vela espigada es la latina con el puño alto formando un ángulo muy agudo. La vela de cola de pato es la que tiene en el pujamen una curva hacia fuera. La faldona es la que por defecto de corte resulta demasiado larga. La sobrancera es la que es demasiado larga o ancha. La maestra es la que se largaba en el palo mayor de los buques latinos, y también se daba este nombre en plural a las velas mayores. La menuda es la de cotonía o vitre que sólo se largaba con vientos bonancibles, como ocurría con las alas, rastreras, sobrejuanetes, monterillas, etc. Vela alta es toda vela que quede por encima de otra, o sea con el pujamen por encima del grátil o pena de otra. La baja es toda inferior a las gavias, o sea, la primera a partir de la cubierta, como con en los barcos de cruz, el trinquete, la mayor, la cangreja y el contrafoque.

Velas mayores: en los buques de tres palos, el trinquete, la mayor y la mesana. Las seis principales eran la mayor, trinquete, mesana y las tres gavias. Las cuatro principales eran la mayor, el trinquete, la gavia y el velacho. Las tres principales la mayor, trinquete y mesana. Las dos principales la mayor y el trinquete. En este último caso también se denotaba lo mismo con sólo decir las principales o los papahigos, según se ve en la frase antes común de navegar con o sobre las principales, usada para indicar que se navegaba con los papahígos. Vela tormentosa es la que por su situación u otras circunstancias hace trabajar mucho al buque, al palo, etc. Vela de pocos vientos es el calificativo dado por algunos a la sobremesana y a cualquier vela que por su situación o características no es portable con todos los vientos , o cuyo manejo no ofrezca cuidado en toda ocasión. Vela de agua es la que solía largarse en algunas embarcaciones debajo de la botavara con vientos bonancibles y largos. De fortuna, trinquete cuadro o redondo usado por las embarcaciones latinas al navegar en popa con vientos fuertes y que también se llama treo. La de batículo es la mesana pequeña o especie de cangreja que usaban los faluchos y otras embarcaciones latinas en un palo colocado muy a popa. Vela de capa o capeo y vela de correr es la de tamaño, forma y resistencia necesaria para estos casos. Vela de humo es la vela o encerado, denominado guardahumo, que en ocasiones se colocaba por  la cara de proa del fogón de la chimenea, cuando el buque estaba aproado al viento, a fin de que el humo no fuera hacia popa.

Y por hoy creo que está bien; otro día, más.

martes, 12 de noviembre de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXXIII)

 Hacia las cuatro de la tarde, en que había dos fragatas fuera de combate, otra, la Blanca, de tan bizarra actuación al haber volado la torre meridional y cañoneado con eficacia las restantes baterías de la zona, durante lo cual fue herido su valeroso comandante, Topete, tuvo también que retirarse por haber agotado las municiones, quedando, pues, en acción contra el ya escaso fuego enemigo, las fragatas Numancia, Resolución y Almansa y la goleta Vencedora que, a pesar de su escaso tamaño, se  comportó valientemente y corrió riesgo como la nave que más. A dicha hora, cuatro tarde, se había logrado que sólo unos doce o catorce cañones, casi todos de la batería “Santa Rosa”, contestaran a las continuas andanadas de las fragatas, habiendo sido apagado el fuego de la torre “Junín” y manifestándose escasísimo el de los fuertes “Ayacucho” y “Pichincha”  y la batería “Independencia”, del sector septentrional. Con la torre de “La Merced”  volada y la batería “Maipú” en silencio, sólo la mencionada “Santa Rosa” y el fuerte “Chacabuco”, en la parte meridional, contestaban débilmente al fuego español. No obstante, la escuadra prosiguió el bombardeo, tenazmente empeñada en acallar totalmente al enemigo, y por ello, si se recalentaban demasiado los cañones de una banda, viraban las fragatas continuando los disparos con los de la banda opuesta. Al filo de las cinco, y cuando ya sólo se oía tronar a cinco o seis cañones de la batería “Santa Rosa”, el mayor general Lobo dio la señal de alto el fuego, ordenando a los barcos retirarse del combate, pues se hallaba próximo el ocaso y pronto comenzaría a levantarse la niebla. Subidas las dotaciones a las jarcias, dieron las tres vivas de ordenanza a la reina, y los cuatro buques hicieron rumbo hacia el fondeadero  de la isla de San Lorenzo.
Tanto si se tiene en cuenta el número de bajas sufridas por una y otra parte, como los resultados materiales de la acción, resulta obvio señalar a quién correspondió el triunfo. En tanto la escuadra española tuvo 194 entre muertos, heridos y desaparecidos (de ellos, 5 jefes y oficiales), el enemigo (según propia confesión y por el cálculo proporcional entre las bajas de jefes y oficiales, que fueron 59, y las de la misma categoría sufridas por la escuadra) tuvo cerca de 2000. Sin considerar los resultados materiales, mientras del lado español había, al terminar la acción, tres fragatas y una goleta casi indemnes, con 130 piezas de artillería, o sea más de 60 funcionando en cada andanada, los peruanos apenas si hacían fuego con media docena de cañones, pues los demás fueron volados, entre ellos los enormes Armstrong en torres blindadas y los Blackely acasamatados. La escuadra no había sufrido  –salvo las fragatas Villa de Madrid  y  Berenguela-  averías de consideración, según lo demostró el hecho de que seis o siete días después, reparadas aquéllas en el fondeadero de la isla de San Lorenzo, estuvo la escuadra lista para zarpar. 
Un historiador español contemporáneo -Pirala- señala el hecho de que bien pudo Méndez Núñez repetir el ataque al día siguiente, para apagar por completo los fuegos de la plaza, pues al abandonar los buques la acción cuando aún disparaban algunos cañones peruanos dio pie a que el enemigo se considerase victorioso, diciendo que había obligado a retirarse, malparada, a la escuadra. Tal aserto tiene cierto fundamento lógico; pero, según apunta acertadamente Novo y Colson, la escasez de municiones que padecían  los buques españoles después del combate, no permitía exponerlos otra vez a una lucha tras la cual, completamente agotadas aquéllas, quedaran a merced de cualquier buque enemigo, fuera cual fuese su potencia, a miles de millas de las costas españolas.

Y aquí termina el llamado Bombardeo de El Callao.