sábado, 31 de agosto de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXVIII)

¿Qué ha de hacer un hombre si no le entienden ni le atienden? “Leer, leer, leer, vivir la vida / que otros soñaron. / Leer, leer, leer, el alma olvida / las cosas que pasaron”. Se quedan las que quedan, las ficciones, las flores de la pluma, las olas, las humanas creaciones, el poso de la espuma. “Leer, leer, leer, ¿seré lectura / mañana también yo? / ¿Seré mi creador, mi criatura, seré lo que pasó?” El cuerpo canta; la sangre aúlla; la tierra charla; la mar murmura; el cielo calla y el hombre escucha...                           
Un día un amigo me dijo: “Vivir quiero conmigo, / gozar quiero del bien que debo al cielo, / a solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de esperanza, de recelo.” ¡Qué de monólogos tiene que hacer uno, amigo Baltasar, para no perder el juicio! ¡Qué de soliloquios! Cuando digo para no perder el juicio no me refiero a la tramitación de una causa criminal o de un pleito civil ante un juez o tribunal. No; me refiero a otra cosa.
 ¡Ay, quién supiera escribir! ¡Quién supiera poner, bien, una letra detrás de otra! Lo que está escrito, escrito está. Fue la respuesta de Pilatos a los judíos que reclamaban el cambio de la inscripción colocada en la cruz de Jesucristo. Quisiera no saber escribir. Fue la que daba Nerón, en los primeros tiempos de su reinado, cada vez que debía firmar una sentencia de muerte. No escribo contra quien puede proscribir, fue la de Gayo Asinio Polión a quienes lo aconsejaban que replicara a los epigramas que le dedicaba Octavio. “Si tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, (escuela para párvulos a la cual asistió J.R.J. a los cuatro años), aprenderías el a, b, c, y escribirías palotes. Sabrías tanto como el burro de las Figuras de cera –el amigo de la Sirenita del Mar, que aparece coronado de flores de trapo, por el cristal que muestra a ella, rosa toda, carne y oro, en su verde elemento-; más que el médico y el cura de Palos, Platero. Pero, aunque no tienes más que cuatro años, ¡eres tan grandote y tan poco fino! ¿En qué sillita te ibas a sentar tú, en qué mesa ibas tú a escribir, qué cartilla ni qué pluma te bastarían, en qué lugar del corro ibas a cantar, di, el Credo?”  Esto, no hace falta aclararlo, se lo decía Juan Ramón Jiménez a su mejor amigo: Platero. Marco Aurelio de los prados, le llamaba Juan Ramón... En Libros de prosa, el poeta nos revela sus pensamientos, su deseo de soledad; su melancolía; su nostalgia por la inocencia infantil, soñando con el oro de la infancia; su ansia por un ideal vago y su simpatía por los que, como él, se ven fracasados ante la vida y la sociedad (tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen), y han perdido todas las oportunidades para una vida plena. ¡Quién supiera cantar un himno a una vida que alguien describió como “la sed de sencillez, de reposo, de anchos y serenos horizontes, de comunión de la vida rural, que consume a todos los espíritus  hartos de complicaciones y refinamientos”.  El hombre ha de conservar como un legado, como una herencia, en su natural destino, pienso, los tres cultivos eternos: el de la inteligencia, el de la sensibilidad y el de la conciencia. ¡Ay, quién supiera escribir! ¡Qué de soliloquios! ¡Qué de monólogos tiene que hacer uno, Baltasar amigo, para no perder el juicio! Para estar –simple y llanamente- conmigo; porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos. “Un ángulo me basta entre mis lares / un libro y un amigo, un sueño breve, / que no perturben dudas ni pesares”.                                                                          
N. B. Nota bene es una locución latina que significa “nota bien” o “nótese bien” en el sentido de “téngase cuidado” o “préstese atención”. Es frecuente en los libros y otras publicaciones para llamar la atención sobre algún punto.

Hoy no hemos hablado de vientos porque hay calma chicha: quietud absoluta del aire, acompañada de pesadez de la atmósfera, particularmente en el mar. Y hay que estar al pairo. Con las velas tendidas, claro.

miércoles, 14 de agosto de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXVII)

Los otomanos, entretanto, no pierden el tiempo,  a finales de marzo de 1571 la gran armada de Piali va desde Estambul a Negroponto, para hacer frente a la flota veneciana y cerrar el camino de Chipre a posibles refuerzos para la isla. La armada de Venecia, al mando de Zanne  con Sforza Palaviccino como general de la tropa de tierra embarcada, había partido el mismo día, aproximadamente, que la turca, fondeando el 13 de abril en Zara, donde pasó dos meses en espera inútil de las flotas española y pontificia, muy retrasadas en sus aprestos, con la mala suerte, además, de que una epidemia causó enorme número de bajas, de resultas de lo cual quedaron las galeras venecianas muy mermadas en sus dotaciones. Cansado de esperar, Zanne partió finalmente para Oriente, y el 23 de junio fondeó en Corfú, reforzando sus tripulaciones al paso como buenamente pudo. Allí hizo escala durante otro mes, transcurrido el cual salió el 23 de julio para Candía, llegando el 4 de agosto al puerto de Suda, donde fondeo. Piali, entretanto, al no encontrar enemigo enfrente, se dirige con su flota hacia Chipre, llegando frente a la isla el  1 de julio. Tras desembarcar, las huestes de Mustafá-pachá ponen sitio a Nicosia,   principal ciudad de la isla, en tanto que Piali mantiene a la flota dispuesta para salir a hacer frente a una posible armada enemiga de socorro; pero ésta no se presenta, por lo que puede reforzar el ejército sitiador con parte de la tropa embarcada. El 9 de septiembre, tras un asalto general del ejército de Mustafá-pachá, que sucesivos refuerzos han elevado a cerca de 100000 hombres, la plaza sucumbe, cayendo, a continuación, en poder de los otomanos, Pafos y Limasol.
La armada española de Italia se había concentrado en Mesina, al mando del genovés Juan Andrea Doria, sobrino-nieto del gran almirante de Carlos V, y la formaban unas cincuenta galeras, a saber: 20 de Nápoles, al mando de Álvaro de Bazán; 10 de Sicilia, al de Juan de Cardona; 12 de Doria, y 8 de otros particulares a sueldo de España. Zarpó Doria de Mesina el 9 de agosto, haciendo rumbo a Otranto, donde el 20 de dicho mes se unió a la armada pontificia, que gobernaba el príncipe Marco Antonio Colonna, designado por el papa capitán general provisional de las fuerzas navales coligadas. Navegaban juntos españoles y pontificios hacia Candía, llegando a Suda, fondeadero de la armada veneciana, el 31 de agosto. Las fuerzas cristianas reunidas formaban un imponente conjunto: 180 galeras, 11 galeazas y 14 naves, con 1300 cañones y 16000 hombres de tropa de tierra a bordo. Inmediatamente se celebró consejo de generales, en el cual mientras Zanne se mostró dispuesto a marchar con presteza en socorro de Nicosia, que aún resistía, Doria, que se había dado perfecta cuenta del deficiente armamento de las galeras venecianas, creyó conveniente no enfrentare con el turco; pero Colonna decidió finalmente hacer rumbo a Rodas, y el día 22 fondeaban frente a Kastelorizo, en Asia Menor, donde supieron la caída de Nicosia. En una nueva reunión de mandos se discutió la posibilidad de marchar en socorro del resto de las posesiones venecianas y, por otra parte, eran de temer los temporales de otoño. Doria quería fondear en Sicilia durante el invierno, en tanto que Zanne continuaba empeñado en su idea de socorrer a Chipre, hasta el punto de que, por fin, el 27 de septiembre los venecianos y pontificios aparejan y, sin comunicar sus intenciones a Doria, hacen de nuevo rumbo a Creta. El genovés, sin alterarse por ello, decide marchar a Sicilia seguidamente, alcanzando felizmente Mesina, logrando no perder ni una sola de sus galeras en la travesía. En cambio Zanne y Colonna pierden en las singladuras que hacen hasta llegar a Suda nada menos que trece galeras (ocho venecianas y cinco pontificias), por haber tenido que soportar dos fuertes borrascas, quedando confirmadas así las predicciones del competente Doria. Hasta últimos de noviembre no consiguen los jefes veneciano y pontificio alcanzar sus respectivas bases, tras haberse desencadenado nuevos temporales que les ocasionaron la pérdida de otros buques, pudiendo decirse que la escuadra papal había resultado aniquilada, sin combatir, en esta campaña totalmente inútil, cuyo infructuoso resultado causó pésima impresión en los estados cristianos, máxime habida cuenta del gran número de navíos y fuerzas de toda clase reunidos. La causa del fracaso estuvo principalmente en la rivalidad y la desconfianza mutuas entre los jefes, que impidieron la elaboración de un plan de acción definido y metódico. Colonna y Zanne demostraron palmariamente su incompetencia, y Doria, a pesar de su quizá exagerada circunspección, fue el que tuvo menos culpa, evidenciándose ser el único general verdaderamente idóneo de la flota. Los turcos, aprovechándose del fracaso cristiano, el 18 de septiembre habían puesto cerco a Famagusta, la otra gran plaza chipriota, creyendo caería en su poder en menos tiempo que Nicosia; pero la ciudad resistiría heroicamente durante casi un año.    (Continuará) 

martes, 6 de agosto de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XXVI)

Razones de peso –y volumen- han cambiado la fisonomía, el aspecto y la forma del hórreo. Por eso he creído conveniente hacerle otra foto con la nueva apariencia para la cabecera de Cartas desde mi piorno. Me explico: una visita subió, sin problemas, por la escalera de madera, pero, al bajar, cedió uno de los escalones y el visitante se cayó de bruces o se dio de morros. Menos mal que las consecuencias personales fueron nulas, no así las materiales, por eso hubo que acometer, emprender, la solución de la avería, del desperfecto. ¿Y qué mejor que la piedra -Galicia es país rocoso, roqueño-, para solventar la avería? Pues dicho y hecho. Además de buena piedra, en nuestro entorno hay magníficos canteros y labrantes; se buscó unos profesionales de confianza y garantía, se les pidió un presupuesto, y a las pocas jornadas ya podía yo subir, de nuevo,  al piorno. Y tutti contenti, como dicen en Italia. Bueno, todos menos el bolsillo...






Después de este preámbulo o introducción volvemos a los vientos y a las velas. En el fascículo o entrega XXII decía que en algún otro hablaríamos de la batalla de Lepanto in extenso pero en el, o la, XXIII la verdad es que los derroteros, los rumbos, fueron otros y de la famosa batalla casi no hablamos nada. Este encuentro, uno de los más famosos de todas las épocas, tuvo lugar el 7.10.1571, entre la gran flota cristiana coligada que mandaba, como generalísimo de la Liga, don Juan de Austria, y la otomana bajo la dirección suprema de kapudán-pachá Muezzin Zadé (conocido por Alí-Bajá).
La acción de Lepanto marca un hito en la historia naval, no precisamente por sus consecuencias, ya que malógrose la victoria cristiana, como es sabido, por la desunión de las potencias coligadas, sino porque se trata de la última batalla naval librada a base de navíos de remos (principalmente galeras), con la inherente táctica de abordaje. Cierra así Lepanto un período de más de dos mil años en que las polirremes, o navíos de guerra a remos, en su evolución desde la trirreme griega del siglo V a.C. hasta la galera mediterránea del XVI, constituyeron el núcleo fundamental de las armadas, pues en lo sucesivo cobrará enorme importancia la embarcación a vela de gran tamaño, primero el galeón y luego el navío de línea,  derivación perfeccionada de aquél, quedando las galeras y demás embarcaciones a remos relegadas a segundo término, como meros auxiliares de las grandes naves a vela.
El período naval otomano, que resurge con Selim I y se desarrolla con Solimán el Magnífico, en los comienzos del reinado del sucesor de este último, Selim II, constituía una temible amenaza para las naciones cristianas del Mediterráneo, ya que, un tanto decaída la otrora indiscutible potencia naval veneciana, el sultán turco podía reunir una flota tan importante, por lo menos, como las de todas las potencias navales cristianas reunidas. Selim II no había heredado las brillantes cualidades de su padre, y pasaba la mayor parte de su tiempo entregado a la disipación, dejando el gobierno en manos del hábil visir Mohamed Sokolli, que preocupóse de acrecentar el poderío naval, ya temible a la muerte de Solimán. Instado por varios de sus consejeros, el sultán concibió el propósito de incorporar la isla de Chipre al imperio otomano, exigiendo la entrega de la misma a la república de Venecia, en febrero de 1570. La serenísima, a pesar de no tener deseos de guerra, ni tampoco hallarse suficientemente preparada para ella, conservaba aún conciencia de su antiguo poderío, y sin considerar el temible adversario que era el imperio turco, rechazó indignada, la proposición. La negativa equivalía a la guerra, y de aquí que ambas partes llevaran a cabo grandes preparativos para enfrentarse a ella. El sultán, decidido a apoderarse de la isla a viva fuerza, designó al renegado Piali kapudán-  destinado a la expedición contra Chipre, el cual se componía de 160 galeras, 60 fustas y galeotas, 15 mahonas y naves y otras 120 embarcaciones pequeñas. El ejército de desembarco, unos 60000 hombres, con 80 piezas de campaña y asedio, lo mandaba el “seraskier” Mustafá-pachá.  


La república de Venecia consiguió armar a duras penas, por falta sobre todos de remeros, 136 galeras, 11 grandes galeazas y 14 naves, designando general de an poderosa armada a Jerónimo Zanne, auxiliado por los dos “provveditori” Canale y Celsi. No obstante, bien sabía Venecia que su poder no era el de antes, por lo que resultaba incapaz de contrarrestar por sí sola a la flota otomana, y de aquí que solicitara apoyo de varios países cristianos, Francia, Inglaterra y el Imperio, sin obtener ningún resultado, pues solo Génova, Saboya y la Orden de Malta le ofrecieron pequeña e irrisoria ayuda. Venciendo su manifiesta animadversión hacia España, Venecia suplicó apoyo del papa, PíoV, a fin de que intercediera cerca de Felipe II para que éste autorizase que por lo menos una parte de su flota de galeras reforzara a la veneciana, considerándose difícil accediera a ello el Rey Católico al hallarse bien presente en su memoria el fracaso de Preveza (ciudad de Grecia, en Epiro) y la falta de cooperación de los venecianos cuando el asedio de Malta, en que sí, todo lo contrario que permanecer neutrales, hubieran engrosado las armadas cristianas, habríase logrado aniquilar el poderío marítimo otomano. No obstante, el pontífice, que ya de tiempo atrás meditaba el proyecto de una liga de potencias cristianas que cortase de raíz los continuos progresos de las armas otomana, envió al hábil Luis de Torres, clérigo español de su confianza, para que convenciera a Felipe II de la necesidad de socorrer a Venecia y de constituir la proyectada Liga, formando España parte principal de ella. Felipe II accedió por lo pronto a que las escuadras de galeras de Sicilia y Nápoles y las que se hallaban a sueldo de España en aguas italianas se uniesen a la armada veneciana y a la pontificia (Venecia había entregado a la Santa Sede doce galeras desarmadas para que constituyeran el núcleo de una flota papal), y pocos días después, a mediados de mayo de 1570, el monarca español se adhería al proyecto de Liga cristiana, designando sus representantes en Roma, para la discusión de los términos y condiciones en que aquélla había de constituirse, a los cardenales Granvela y Pacheco y al embajador Juan de Zúñiga.   (Continuará)