lunes, 26 de abril de 2010

Ludwig van Beethoven

Mito universal de la música, ídolo de muchas generaciones, impulsor de un sentimiento romántico en el que no llegó a participar plenamente, Ludwig van Beethoven ha pasado a la historia de la música como una de las figuras más destacadas, rodeado de un halo de genialidad y de desafío personal a la adversidad.

Mucho menos conocido en realidad, como personaje y como compositor, de lo que se cree, Beethoven es el puente por el que la música pasó del gusto por la ornamentación al vigor, del neoclasicismo teñido de galantería, a los ecos más profundos que anunciaban la eclosión romántica, con la especial potenciación del ritmo y de la sonoridad instrumental.



El llamado “Testamento de Heiligenstadt”, 6 de octubre de 1802, fue dirigido por Beethoven, a los 32 años, a sus hermanos Karl y Johann y hallado entre sus papeles a su muerte. Por su interés, por su gran interés humano, he aquí unos fragmentos:

“Oh, vosotros, hombres que me juzgáis tan malo, lleno de odios, misántropo o malvado, ¡qué injustos sois conmigo, pues no sabéis la causa secreta que me hace parecer así! Desde la infancia, mi corazón y mi pensamiento han estado siempre dispuestos a ser buenos y tiernos, y siempre me he visto impulsado a grandes acciones. Pero pensad que durante estos últimos seis años he estado en una condición de salud miserable, empeorado por médicos poco inteligentes. Decepcionado año tras año en mis esperanzas de mejoría, me he visto forzado, finalmente, a considerar mi enfermedad como crónica (que podía durar años o ser totalmente incurable). Nacido con un temperamento activo y ardiente, susceptible a las diversiones de la sociedad, me he tenido que retirar pronto del mundo, a vivir una vida solitaria. A veces he querido olvidar todo esto, pero ¡qué violentamente me lo ha recordado el fallo repetido de mis oídos defectuosos! Y, no obstante, no me estaba permitido decir a los hombres: “Hablad más alto, gritad, porque soy sordo”. ¡Ah! cómo podía declarar la debilidad de mi sentido cuando en mí tenía que ser más agudo que en los demás –un sentido que antes poseía en su más alta perfección, una perfección como hay pocos que la disfruten en mi profesión; no, no podía hacerlo. Perdonadme, pues, si me veis aislado cuando yo quisiera estar entre vosotros. Mi desgracia me apena doblemente, porque estoy seguro de ser mal interpretado

Para mí no puede haber ni diversión en la sociedad humana, ni conversaciones distinguidas, ni intercambio de pensamientos. Casi solo, únicamente me mezclo con la sociedad cuando lo creo absolutamente necesario; estoy, por lo tanto, obligado a vivir en un exilio...

... A veces me he encontrado en el extremo de poner fin a mi vida; sólo el arte me ha contenido la mano. ¡Oh! Tenía la impresión de que no podía abandonar esta tierra antes de haber producido todo lo que sentía en mí, y por esto he continuado esta vida miserable; miserable, ciertamente, con un cuerpo tan sensible que un cambio súbito puede llevarme del mejor estado de salud al peor. Paciencia, me decía, es la que tengo que escoger como guía. Y lo he hecho así. Espero que sea duradera esta resolución mía de esperar hasta que a las Parcas les plazca romper el hilo de mi vida...”