Todos sabemos que la titulogía nada tiene que ver con la
tautología; ésta es pleonasmo, redundancia, repetición. Dicho lo cual, entramos
en materia.
Afirmaba don Miguel de Unamuno
que quien no tiene recuerdos no tiene
esperanzas. Y Gustavo Adolfo Bécker aseveraba que mientras haya esperanzas y recuerdos ¡habrá poesía!
Por eso hoy, como siempre, me
sumerjo en las aguas del recuerdo para emerger, luego, en las de la ilusión y
la confianza. Después de un breve monólogo interior éste es el resultado.
Aquél hermoso día de finales de
mayo, al atardecer, con el cielo embellecido por un arrebol, en la pequeña terraza
de la taberna del puerto –“El Refugio”- Capitán
Tajamar, amargado y desilusionado, me dijo: “Desengáñese, el viento, el
huracán, el trueno, el rayo, jamás destruyeron como saben destruir el rencor y
la venganza. Las sirtes de los escollos no tienen dobleces como las traiciones
de los hombres. La ola que se encrespa, te hiere pero no te injuria. El mar
mata, pero no calumnia”. El viejo marino siempre hablaba con sinceridad y
mesura. Con nobleza. ¡Qué escaso anda
todo eso!
¡Cuántas aventuras habrá vivido
el anciano capitán para hablar así! ¡Cuántos naufragios, zozobras y
hundimientos de la amistad! ¡Y cuánta razón tenía el viejo lobo de mar! Las
felonías que había sufrido y que me contó daban para escribir, como Jorge Luis
Borges, otra “Historia universal de la infamia”. Ya sabemos que el hombre es un lobo para el
hombre, homo homini lupus, pero tanta
canallada es difícil de soportar. Muy difícil. Él lo sufrió y lo aguantó. Bienaventurados los mansos.
Bienaventurados.
Había abdicado el crepúsculo y ya
reinaba la noche. Serena. En calma. Brillaban las incalculables estrellas -tantas
veces vistas desde las cubiertas, desde las amuras, desde la borda- y me quedé
unos segundos mirando la esfera celeste y me acordé de unos versos de fray Luis
de León: Cuando contemplo el cielo / de
innumerables luces adornado… Por asociación de ideas me acordé, también, de
una frase de Kant: Dos cosas hay que
atraen más que ninguna otra la atención del humano espíritu, cautivándolo con
profunda y siempre nueva admiración: la ley moral dentro de nosotros y el cielo
estrellado sobre nosotros. En verdad que nos seduce y encanta el
firmamento. En verdad que nos atrae y fascina la bóveda celeste. ¿Será posible
echar el ancla de la Esperanza, algún día, en los luceros? Apacible
noche. La luna en el mar riela. Reverbera. Pedimos otras jarras de cerveza… Y
me siguió contando traiciones, perfidias, deslealtades, alevosías, falsedades,
insidias e infidelidades. Toda una ristra. Luego estuvimos largo tiempo
callados. Oyendo la soledad sonora. Poniéndonos cada uno en el lugar del otro. Tratando
de comprendernos. Tratando de ser empáticos. Ser conocedor de silencios es haber alcanzado un alto grado de la
sabiduría humana: el silencio es un producto de la cultura. Me pregunto como
Rilke: ¿Son por ventura los hombres lo
bastante silenciosos para que los cantos puedan dormir en sus corazones? El
silencio, además de un placer, constituye una necesidad fisiológica como el
sueño y el alimento. Por lo menos para mí. Estos son algunos de mis recuerdos
de aquellos tiempos que, hoy, me vienen a las mientes.
Hay que hacer lo que se ama y hay que amar lo que se hace. Eso
pretendo. En eso estamos…
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