lunes, 21 de diciembre de 2009

Ya son mil

¡Mil visitantes! ¡Un millar de visitas! ¡Qué número más redondo!¡Ya soy "milenario"! Aprovecho la ocasión para dar las gracias a todos lo que buscan este blog a los cuales les deseo unas felices Navidades: Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad...

sábado, 14 de noviembre de 2009

Nuevas notas musicales (y II)

(Con esta segunda y última entrega, llegamos a la estación tèrmini de la glosa de “Las cuatro estaciones”, de Vivaldi. Arrivederci, Roma: Arrivederci Feste di Roma, Fontane di Roma, Pini di Roma...)

Concierto núm. 3 “El otoño”: En esta tercera obra, tal vez la más agradable del conjunto, se ha disipado por completo el clima del concierto anterior. Escrito en fa mayor, se inicia con un brillante allegro que representa los cantos y danzas de los campesinos a que alude el tercer soneto vivaldiano (“Celebra el campesino con bailes y cantos/ el placer de la buena cosecha”). Los pasajes descendentes del violín solista pueden sugerir en cierto modo los efectos del vino que se bebe en la celebración.
En el segundo movimiento, el compositor indicó explicitamente que se trataba de la descripción de la embriaguez (adagio molto, ubriachi dormienti): el clave aparece nítidamente con arpegios acompañados por la cuerda en sordina.
El último movimiento entra casi sin advertirlo y nos propone una melodía poderosa y rítmica que sugiere, como indica el soneto, una escena de caza como tema del rondo. El violín solista muchas veces intercala sus figuraciones con dobles cuerdas, pero el ritornello va apareciendo implacable y lo hará hasta seis veces, poniendo fin al concierto de modo solemne.
Concierto núm. 4 “El invierno”: También este concierto se sale de las normas en cuanto a su estructura. Está escrito en fa menor y se inicia con unos acordes que sugieren un temblor causado por el frío, Por ello, las cuerdas se sacuden con comentarios en los que los contrabajos, por una vez, tienen una parte independiente, algo muy infrecuente en la época. El violín solista describe con todo lujo de arabescos el aire glacial que sopla y que causa el temblor poderoso e incontenible de toda cuerda de la formación instrumental.
En el segundo movimiento se describe la paz de un interior doméstico cálido y confortable mientras en el exterior la lluvia moja a los caminantes que por temor al hielo tienen que andar con tiento. El violín canta una deliciosa melodía al inicio que tiene un carácter casi amoroso, sobrepuesto a un suave pizzicato de la cuerda, creando una imagen lírica que figura entre las grandes páginas de la historia de la música.
El último movimiento es altamente descriptivo. El violín solista nos sugiere el viento insidioso que se cuela por las rendijas. Se ha aludido a los efectos de “patinaje” que los violines sugieren y que describen los resbalones que se citan también en el poema. No cejan los vientos en su lucha y se reproduce por un momento el clima de tempestad que ya hemos oído en los anteriores conciertos hasta que concluye éste con un solemne acorde.

Y hasta aquí hemos llegado: ¡Viva... Vivaldi!

martes, 10 de noviembre de 2009

Nuevas notas musicales (I)

El lema, en Lingüística, es cada una de las palabras que se definen en un diccionario o enciclopedia. El lema pereza tiene como indicadores de construcción los verbos tener, dar, sacudir y vencer. Pereza es, por ejemplo, falta de ganas de moverse. Se oye decir: “En verano todos tenemos pereza”. Y también, falta de voluntad para trabajar: “Tiene el negocio abandonado por pereza”. Y aún, falta de ánimo o impulso para hacer cierta cosa: “Me da mucha pereza ponerme a escribir algo en el ordenador”.
Todo este introito viene a cuento porque se me está reprochando (cariñosamente, eso sí) que en estos últimos tiempos estoy de un perezoso subido, que no escribo ninguna carta o misiva desde mi piorno (hórreo); yo lo achaco al cambio de estación, del verano al otoño, para algunos la estación más noble, que nos produce cierta melancolía en el ánimo, cierto abatimiento en el espíritu. Y yo no soy Vivaldi para musicar, para ponerle música, a le quattro stagioni: la primavera, l’estate, l’autunno, l’inverno...
Por cierto: Vivaldi, como tantos otros compositores de su tiempo, tenía la noción de que la música era un arte muy poco adecuado para pintar la naturaleza como las restantes artes, y trataron con frecuencia de paliar este hecho, que a él y a su generación parecía una grave inferioridad de la música respecto a las artes visuales.
Y, ahora que lo pienso... ¿Y si nos adentramos un poco en Vivaldi y en sus cuatro conciertos más conocidos por el gran público? ¿Os parece bien? Pues, vamos allá...

El concierto núm. 1, “La primavera”, está escrito en mi mayor y, como en los restantes, su esquema es tripartito, con movimientos rápidos en los extremos y uno lento en el centro. Los rápidos tienen forma de rondo, como era habitual en Vivaldi, siendo el tema del rondo o ritornello un pasaje orquestal que puede aparecer por entero o fragmentado. Terminada la presentación, van intercalándose en las sucesivas apariciones de esta idea algunos pasajes en los que el violín solista puede demostrar su virtuosismo, girando en torno de una parecida idea rítmica y melódica durante un cierto espacio de tiempo. En el primer pasaje se oye una imitación del gorjear de un pájaro, como no podía ser menos, siguiendo la alusión del poema, y en el tercero aparece el eco de una tempestad instrumental.
El movimiento lento describe el sueño del cabrero. La línea del bajo pasa a las violas, los violines en sordina mecen al pastor y el violín solista entona una dulce melodía en do sostenido menor.
El tercer movimiento lo forma una alegre danza de aspecto pastoril, que nos permite imaginar a ninfas y pastores bajo la luz alegre y brillante del sol de Italia. El solista tiene muchos pasajes de considerable dificultad antes de que el movimiento concluya con el conjunto instrumental.
El concierto núm. 2, “El verano”, dividido como los demás en tres movimientos, está escrito en sol mayor. Aunque el primer movimiento, allegro non molto, fue escrito en forma de rondo el tema principal sólo aparece tres veces, y nos deja entrever el efecto del calor, por ser más lento del usual.
El violín solista ataca un tema nervioso que parece reproducir el canto de un pájaro: el cuclillo. En algunos pasajes el conjunto instrumental nos indica que sopla un viento amenazador que nos prepara para la tempestad del movimiento final.
Éste, que está subdividido en distintos pasajes, tiene una forma más libre de lo normal y empieza con un pasaje para el violín solo que sugiere el calor agobiante, mientras las cuerdas bajas van anunciando de vez en cuando unos truenos que se acercan. Este último movimiento es un presto con la indicación de “tempo impetuoso” para indicar el desencadenamiento de la tempestad. Las escalas descendentes de la orquesta y los comentarios de la cuerda baja nos indican el estallido de los elementos, y los violines nos describen los vientos.


(Continuará)

martes, 29 de septiembre de 2009

Tributos (Carta publicada el 21/09/09 en La Voz de Galicia)


Señor director,
Ahora que tanto se habla de la posible -¿o probable?- subida de impuestos directos o transversales, recuerdo una anécdota o historieta protagonizada por dos emperadores romanos: Vespasiano había establecido un tributo sobre los mingitorios o urinarios públicos. Tito, hijo mayor y sucesor del fundador de la dinastía Flavia, que estaba asociado al gobierno, le comunicó, quizá en algún receso, pausa o descanso de sus múltiples ocupaciones, que los romanos hacían chistes y chascarrillos sobre el asunto, a lo que Vespasiano, el emperador que quiso morir de pié, contestó con un argumentum ad crumenam, argumento de bolsa, haciéndole oler una moneda: “El dinero no tiene olor.” (Poderoso caballero es don Dinero; hasta es inodoro). Claro que también “Vespa” le pudo haber dicho a su primogénito: Assem habeas, assem valeas, ten un as y valdrás un as, que equivale o corresponde a nuestro tanto tienes, tanto vales.
Lejos de nosotros la perniciosa novedad de discurrir, pero ¿de dónde le venía a Tito tanta información si todavía no se había inventado Internet? ¿quizá de los agentes in rebus?
Los agentes de negocios públicos, como es bien sabido de todos, era un cuerpo de altos funcionarios que desempeñaban a la vez el papel de administradores, controladores del correo y agentes de la policía política. Algunos llevaban el significativo, elocuente y expresivo nombre de curiosi; vigilaban a los sospechosos, controlaban las administraciones y velaban por el buen funcionamiento del cursus publicus (correos imperiales).
Pero todo lo escrito más arriba son bagatelas, pequeñeces, insignificancias, menudencias. Lo que nos debe preocupar, intranquilizar e inquietar es: ¿Volverán a subirnos los impuestos? ¿A alguien le gusta que le suban los tributos? Pregunto...

sábado, 19 de septiembre de 2009

Capitán Tajamar

La repercusión estética y emotiva que produce una obra literaria depende, en gran parte, de la disposición del lector; la obra, cualquier obra, hasta la más humilde, la de un pobre escribidor, posee varios niveles de significación, los cuales son recogidos por cada uno de los lectores, según sea su preparación y su naturaleza. Para el auditorio más sencillo hay el argumento; para el más intelectual, el personaje y el conflicto del personaje; para el más literario, sus palabras y el estilo; para el más sensible musicalmente, el ritmo, y para el auditorio de mayor sensibilidad y conocimiento, un sentido que se revela gradualmente...

CAPITAN TAJAMAR

Capitán Tajamar, así lo habían bautizado en las tabernas del puerto, era el paradigma del biotipo asténico de Kretschmer: alto, delgado, de rasgos faciales agudos, enjutos, manos finas y huesudas, tórax alargado y plano. En su frente y en la parte posterior del cuello destacaban unos pliegues profundos...Tendría entre 75 y 80 años. Había llegado al pueblo hacía unos meses y se había instalado en una vieja pensión en la ribera. Era un hombre introvertido, no sintonizaba con el medio ambiente, y reservado. exteriorizaba poco sus sentimientos.
Vivía para sí, se aislaba de sus semejantes. “Yo vivo en sociedad conmigo mismo; soy un cínico. Un cínico en el más prístino sentido de la palabra, claro”, se decía a sí mismo en sus frecuentes introspecciones y soliloquios. Y añadía: “Sólo en soledad se siente la sed de verdad.” Sabía que los honores, la reputación, etc, son indiferentes, humo. Amaba el silencio, la lectura, la verdad. Odiaba la mentira, el embuste, la patraña, la falacia...
Capitán Tajamar había leído el Emilio de Rousseau y estaba de acuerdo con él en que la vida social había pervertido al hombre, lo había desviado de la perfección a la que habría llegado. “Los hombres son malos, pero el hombre es naturalmente bueno; inocente y bueno”.
De una exterioridad aparentemente adusta, la varonil austeridad y la melancolía que reflejaban su rostro no impedían intuir que su porte denotaba cierta nobleza, cierta elevación moral y espiritual, con mucha vida interior. Para unos no era más que un advenedizo, un forastero, una de esas personas cuyos antecedentes se desconocen; para otros aquel hombre solitario era un oriundo de la villa que había estado muchos años fuera y venía, imbuido por su gran querencia al lugar donde se había criado, a recordar su infancia, su juventud, cuando las relaciones humanas y sociales eran más sencillas y más sinceras...
En verano, Capitán Tajamar se encasquetaba su blanca y vieja gorra de plato con dos anclas entrelazadas y sus dos ramas de laurel –se decía que había sido oficial radiotelegrafista de la marina mercante- y daba dos acompasados paseos por la zona portuaria: el matutino, le gustaba mañanear, y el vespertino. En el de la tarde, cuando el sol se aproximaba al ocaso, bajaba por unas rocas hasta una playuela solitaria desde donde contemplaba, sin que nadie le estorbase, la bellísima puesta de sol que se disfrutaba en aquel paraje. Y cuando el sol se iba, venían las preguntas, siempre las mismas interrogantes: “¿Por qué tanta falacia? ¿por qué tanta mentira? ¿por qué tanta patraña,? ¿por qué tanta calumnia? ¡Qué pena! que algunas personas sólo sepan usar la palabra como los fundibularios romanos usaban la honda: para hacer daño. ¡Qué pena! El viento, el huracán, el trueno, el rayo, jamás destruyeron como saben destruir el rencor y la venganza. Las sirtes de los escollos no tienen dobleces como las traiciones de los hombres. La ola que se encrespa te hiere, pero no te injuria. El mar mata, pero no calumnia.”
Con las últimas luces del crepúsculo Capitán Tajamar se retiraba a la vieja pensión a descansar. “Me duelen todas las cuadernas del alma”, decía. Cenaba frugalmente y se acostaba. Apoyaba su cabeza sobre el ancla de la Esperanza y soñaba, como todas las noches, con un mundo donde la ceremonia de la Palabra se celebraba, siempre, en el Templo de la Verdad...

sábado, 12 de septiembre de 2009

Un sueño kafkiano

La otra noche, en el Monte Perdido, adonde me había llevado mi intuición, o una corazonada, tuve una experiencia onírica. Un sueño raro, extraño, anormal; poco corriente. Era la hora del atardecer en pleno estío. Eran las últimas luces del crepúsculo... Tuve que ir abriéndome camino por un sendero que, al parecer, hacía ya mucho tiempo que no pasaba nadie por allí... A mis oídos llegaban las que yo creí dulces notas de los caramillos pastoriles. No tardaron en aparecer los pensamientos sombríos que me llevaron a esa montaña. El dúo pastoral del corno inglés y el oboe se subrayaba con trémolos de la cuerda; después, la canción del corno se hace dolorosa y la impresión deprimente se acentúa en mí con el sonar de los timbales... ¿Imaginario? ¿Irreal? ¿Ficticio? Y, por fin, cansado y sudoroso, llego a un claro...Y, agotado, me quedo dormido. Y sueño algo atípico, desacostumbrado, insólito... Era como un carnaval de los animales, como una especie de fantasía aristofanesca, donde se ofrecía un asombroso reino imaginario.
El desfile lo abría el león, la marcha real del león, rey de la selva y de la fauna animal; luego venían gallinas y gallos; en tercera posición los hemiones o asnos salvajes; detrás de éstos, creo recordar, las tortugas; después elefantes, canguros, unos personajes de orejas largas, un cuclillo en el fondo del bosque, la volatería, el cisne... Pero lo que más me llamó la atención fue, sin duda, la coreografía del Vals de las Sílfides, de Berlioz, y los ojos de gacela de la reina de las ninfas... ¿Dónde había visto yo antes aquéllos ojos? ¿Dónde? Y, en ese momento, estremecido, sobresaltado, desperté de mi sueño...
Perdido en el monte, extraviado, después de una noche de aquelarre, asaltado por una legión de fantasmas, brujas y monstruos, entre gritos y macabras carcajadas, bajé corriendo del bosque maldito, tropezando y cayéndome varias veces... ¿Volveré algún día al Monte Perdido...? Pero, al mismo tiempo, me pregunto: ¿Estuve alguna vez en el Monte Perdido...?

sábado, 5 de septiembre de 2009

Los consejos de don Fernando

“Si existe alguna constante en la trayectoria y la obra de Fernando Lázaro Carreter es, sin duda, el convencimiento de que la lengua, lejos de ser un residuo arqueológico que queda fosilizado en los diccionarios, tratados y gramáticas, es un instrumento vivo que se forja continuamente a través del uso cotidiano.” Esto se puede leer en la cubierta del libro “El dardo en la palabra” que son sus textos publicados en el diario ABC y en otros periódicos de España y América.

Decía mi admirado Lázaro Carreter (q.e.p.d) en un “dardo” de 1976: “Bien hablar y bien escribir (no se me oculta lo relativo del adverbio: no aludo a oradores fluidos ni a escritores, sino a quienes se expresan ejercitando algún control sobre su habla y su escritura) tiende a verse en nuestros días como atributo de clase social.” (...) “La lengua debe ser considerada y tratada como instrumento. La comunicación no es su único objetivo, sino también la creación del pensamiento.” En otro de 1977, decía “No habrá democracia mientras unos sepan expresarse satisfactoriamente y otros no; mientras unos comprendan y otros no; mientras el eslogan pueda sustituir al razonamiento articulado que se somete a ciudadanos verdaderamente libres porque tienen adiestrado el espíritu para entender y hacerse entender.” Y en uno de 1980. “Nadie me inspira más confianza que aquel que, aun con dotes de fluencia verbal, vacila pugnando por hallar una expresión exacta.” También de 1980 es este otro. “Porque el buen decir no es un producto geográfico, sino cultural; carece de solar, y vive como un modelo virtual que debe y puede aprenderse en las escuelas y, si no, por un propósito deliberado, si el hablante estima que la posesión de aquel instrumento lo enriquece como persona.” También hay cosecha del 86: “Es una vieja máxima pedagógica, francesa por cierto, que sólo se expresa bien lo que está bien concebido.” Y de la del 87 estotro´(sic): “Se expresa con vulgaridad quien denota no poder hacerlo de otro modo.” Fin de la transcripción. Estas son algunas de las pautas a seguir por quienes ejercitan algún control sobre su habla y su escritura y que quieren enriquecerse como personas. La sencillez, la dificilísima sencillez...
(Ahora que no nos lee nadie quiero confesar una cosa: la mente no siente culpa ante estas semanas que a nada obligan sino a alagartarse y a aletargarse...).