martes, 14 de mayo de 2013

VELAS Y VIENTOS, VIENTOS Y VELAS (XX)

Y seguimos con los piratas. En la antigua Grecia, por ejemplo, estuvo muy desarrollada la piratería. Puede asegurarse, porque en numerosos casos hablan los autores clásicos, poetas y geógrafos, de ella. Es indudable que no tuvieron los griegos tan desarrollado el sentido moral como el estético o el especulativo. Herodoto da igual acepción a pirata que a comerciante o marino. Ya entre las islas del mar Egeo, tan propicias a la emboscada, navegaron piratas en embarcaciones remeras de fondo plano, y muy veloces, desde poco después de las invasiones dóricas, comenzadas en el siglo XI a.C. Lo que más llama la atención al lector moderno, es la falta de sanción moral que tuvieron los griegos par esta clase de personajes. Encontraban normal su cometido, y no consta que se intentara nada contra ellos, en el sentido de castigo legal. También se sabe que a veces se reunía una verdadera nube de embarcaciones para asaltar ciudades costeras; algunos cimientos de antiquísimas torres en las islas Egeas, revelan el lugar de emplazamiento de construcciones encaminadas a dar aviso de la llegada de los piratas. El botín más codiciado por los antiguos mediterráneos fue el humano, para la esclavitud. La literatura latina, sobre todo la geográfica, abunda en citas sobre el peligro de la navegación a causa de la piratería.
Se citan dos casos muy conocidos y comentados por el gran nombre que alcanzaron sus protagonistas, que fueron Julio César y su rival Pompeyo. Siendo el primero muy joven fue hecho prisionero con otros navegantes por un grupo de piratas. El jefe dijo a Julio César que pensaba pedir por él veinte talentos. Y el cautivo contestó que el pirata era un necio, pues podía pedir hasta cincuenta. Cuando el rescate llegó, César fue llevado con otros a Mileto. El gobernador prestó a César cuatro galeras y 500 soldados, con los que cayó sobre la guarida de los piratas que fuero apresados. Al pretor de Pérgamo,  Junio Silano, le desagradó el valor de aquel joven y tal vez en compromiso inconfesable con los piratas, no se mostró dispuesto a castigarlos; entonces el propio César marchó a la prisión y los condenó a ser crucificados, aunque por haberle dado buen trato en su cautiverio, aconsejó se suicidaran los que así lo prefirieran. No hay detalles que puedan fundamentar que se llevara a cabo tan atroz sentencia. En cuanto a Pompeyo, se sabe que uno de los primeros peldaños del pedestal de su fama fue el exterminio, en tres meses, de los piratas mediterráneos, para lo cual necesitó se le dieran amplios poderes, 500 naves y 120000 hombres. La época en que estuvieron más envalentonados los  piratas frente a Roma, fue cuando los protegiera Mitrídates, rey del Ponto, antigua  región del NE de Asia Menor, junto al Ponto Euxino.  
La isla de Borneo fue un centro de piratería en diversas ocasiones. Sus salvajes moradores autóctonos, no conocieron nada del arte de la navegación; pero cuando fueron invadidos por los malayos, estos supieron inculcarles la idea de la caza del hombre por entre los extensos archipiélagos, como desde siglos la venían ejecutando en la cálida manigua borneana. El pirata malayo, en general, también buscaba la caza de los seres humanos; si no podían rescatados, se les sacrificaba por lo procedimientos más espantosos, sobre todo si eran blancos, o se les guardaba para ser vendidos como esclavos. Los presos de raza papúa de Nueva Guinea eran comprados por el rajá de Achin. El mercado máximo de esclavos estuvo en la isla de Sarangay, cerca de Mindanao. El último pirata malayo se llamaba Raga; comenzó sus fechorías en 1813 y llegó a destruir más de cuarenta buques a cuyas tripulaciones pasaba a cuchillo, reservándose los capitanes que gustaba decapitar él mismo. 

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