viernes, 6 de agosto de 2010

PARSIFAL

Ópera en tres actos, con música y texto de Richard Wagner, estrenada en Bayreuth, ciudad bávara a orillas del Main, sede de unos famosos festivales wagnerianos anuales.

ACTO I

Bosque a orillas de un lago en los dominios del santo Grial. Ningún remedio puede curar la herida de Amfortas. Según una profecía, solamente podrá salvarle un espíritu simple y puro de corazón, a quien la piedad haya hecho prudente y sabio. Entre gritos airados es atraído un cazador furtivo que, habiendo penetrado en el sagrado coto, acaba de matar un cisne; los caballeros exigen su pronto castigo. El cazador reconoce su falta y, dolorido, rompe su arco; es reconocido por Kundry, que sabe en detalle la vida del joven Parsifal. Gurnemanz cree ver en Parsifal el elegido para salvar a Amfortas y le invita a presenciar la ceremonia de la consagración del santo Grial para probarle. Al no obtener éxito, le expulsa.

ACTO II

Castillo de Klingsor. El mago, para conseguir la perdición del joven héroe, trata de servirse de Kundry. Parsifal inicia la lucha contra el maléfico poder de Klingsor y, en un lujuriante jardín mágico, Parsifal se ve asaltado por la tentación de las doncellas. Pero él sabe triunfar sobre la tentaciones carnales y recordando el santo Grial se dispone a huir. Kundry, le detiene para hablarle de su madre Herzeleid y despertar en Parsifal amorosos anhelos. Kundry le besa apasionadamente y despierta sus sentidos. Así nace también la comprensión, y se da cuenta del dolor de Amfortas, sintiendo deseos de contribuir a la curación de su vieja herida, Kundry, despechada al verse repudiada, maldice a Parsifal y pide a Klingsor que le mate; el mago arroja fieramente la lanza sagrada contra el joven caballero, mas el arma queda suspendida en el aire sobre la cabeza de Parsifal; éste la empuña y al trazar con ella el signo de la cruz el mágico jardín queda súbitamente destruido. Parsifal se aleja llamando a Kundry a la senda del bien.

ACTO III

Gurnemanz pide al cielo su muerte, desesperado ante la tragedia de Amfortas. Es el día de Viernes Santo y en él se espera que el santo Grial opere grandes maravillas. Un caballero se acerca entonces, vistiendo armadura negra y cubierto el rostro. Al levantar la visera, Gurnemanz reconoce en él a Parsifal, el salvador que vuelve. Tras ungir Gurnemanz al héroe y bautizar éste a Kundry, se encamina al castillo en que se guarda el Sagrado Cáliz. Allí, Parsifal, tocando la herida del rey con la lanza, logra instantáneamente una milagrosa curación, alza el cáliz resplandeciente y Kundry cae redimida a sus pies. Desde la altura desciende la Santa Paloma, que viene a posarse sobre la cabeza del héroe.

La obertura que sirve de umbral a esta grandiosa obra es un prodigio de instrumentación; comienza con el tema de la Santa Cena, cuyos acentos religiosos aparecen penetrados de tristeza y hallan eco en un coro angélico. La sensación de amargura se enlaza con los esperanzadores sones de un nuevo tema, el del santo Grial, que se mezclan con un tercero, evocador de la fe. Estos tres motivos centrales se hallan fundidos por una bellísima cadencia que Wagner recoge de la tradición de la primitiva litúrgica germánica.
El final del primer acto debe considerarse como una de las obras maestras de la música de todos los tiempos: la escena de la consagración del santo Grial, encendido canto que lleva al éxtasis. Acompañado del tañido de campanas y un coral solemne, constituye uno de los mejores momentos de la obra de Wagner.
Como pasaje descollante del segundo acto, se nos muestra el luminoso fondo orquestal que pinta las magnificencias y seducciones del jardín mágico de Klingsor, tal como se ofrecen a la mirada del joven Parsifal.
El bello preludio del tercer acto comenta las andanzas de Parsifal, siempre agobiado por el recuerdo de la maldición de Kundry y sediento de encontrar por fin el Montsalvat en que deberá depositar la lanza sagrada que lleva consigo. Especial mención merece la “Marcha fúnebre” del rey Titurel, que, no obstante alcanzar suma grandiosidad, no llega a igualar la de El ocaso de los dioses.
La escena final de esta imponente obra es un acabado modelo en su género, siendo decisiva la intervención de los coros. En este final se entrelazan maravillosamente los temas de la Santa Cena, el Grial, la fe y las campanas del templo.

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