Las entregas, los fascículos que vengo escribiendo o redactando, poniendo negro sobre blanco,
como ahora se dice –para disgusto o
desagrado de don Fernando- es una
especie de monólogo, un recitado hecho por una sola persona, como si pensase en voz alta, o de
soliloquio que es la acción de
hablar una persona sin dirigirse a otra concreta. También se podría decir que es una clase de dialogismo que es, como todos sabéis, esa
figura retórica que consiste en hablar como dirigiéndose a sí
mismo, o escapismo que es la
tendencia a evadirse de una realidad
desagradable, bastante vomitiva y
emética, como la actual. Podréis observar
que trato de evitar las palabras
malsonantes y malolientes con eufemismos y atenuaciones o lítotes. (Por cierto, según mi profesor o maestro
particular –al que acudo desde hace poco tiempo- el verbo heder –del latín foetere-
se conjuga como defender; los dos son
irregulares. También me dijo que el sitio donde hay olor malo y penetrante se llama
hedentina; algo ya he aprendido).
Quiero advertir, avisar o prevenir a los lectores –en el supuesto de que haya alguno- de que en estas peñoladas o plumadas vean una metáfora continuada, una alegoría, en que unas palabras toman un sentido recto y otras un sentido figurado. El mérito, la importancia, el interés, es saber cuáles son unas y cuáles son las otras. Si alguna cualidad o atributo tuviera o tuviese yo –cosa que dudo, por eso uso el modo subjuntivo- sería la sinceridad –ab imo pectore- y la naturalidad. Por eso reconozco mis carencias; soy persona de pocos alcances. Los que no hemos recibido la ciencia infusa, como otros, sino más bien la difusa, tenemos que recurrir a algún amigo para que nos aleccione e instruya un poco. Un buen pedagogo que nos reduzca nuestra ignorancia e insipiencia. (El punto de partida del saber es la propia ignorancia). Una de las primeras lecciones que me dio mi amigo fue que nunca confunda las palabras, el sentido prístino de los términos; por ejemplo, catacresis con catequesis. La primera, la catacresis, según me ha explicado, es un tropo, una metáfora, que consiste en usar una palabra con sentido traslaticio, figurado, para designar una cosa que carece de nombre especial; la segunda, la catequesis, es la acción y efecto de instruir en cosas pertenecientes a la religión. Si él lo dice, será verdad, digo yo... Yo solo soy un alumno, un educando, al que le queda mucho, pero mucho, muchísimo, por aprender; él es el profesor. ¡Gracias, amigo! Tus esfuerzos por desasnarme, por quitarme el pelo de la dehesa, son impagables, inapreciables e inestimables.
Quiero advertir, avisar o prevenir a los lectores –en el supuesto de que haya alguno- de que en estas peñoladas o plumadas vean una metáfora continuada, una alegoría, en que unas palabras toman un sentido recto y otras un sentido figurado. El mérito, la importancia, el interés, es saber cuáles son unas y cuáles son las otras. Si alguna cualidad o atributo tuviera o tuviese yo –cosa que dudo, por eso uso el modo subjuntivo- sería la sinceridad –ab imo pectore- y la naturalidad. Por eso reconozco mis carencias; soy persona de pocos alcances. Los que no hemos recibido la ciencia infusa, como otros, sino más bien la difusa, tenemos que recurrir a algún amigo para que nos aleccione e instruya un poco. Un buen pedagogo que nos reduzca nuestra ignorancia e insipiencia. (El punto de partida del saber es la propia ignorancia). Una de las primeras lecciones que me dio mi amigo fue que nunca confunda las palabras, el sentido prístino de los términos; por ejemplo, catacresis con catequesis. La primera, la catacresis, según me ha explicado, es un tropo, una metáfora, que consiste en usar una palabra con sentido traslaticio, figurado, para designar una cosa que carece de nombre especial; la segunda, la catequesis, es la acción y efecto de instruir en cosas pertenecientes a la religión. Si él lo dice, será verdad, digo yo... Yo solo soy un alumno, un educando, al que le queda mucho, pero mucho, muchísimo, por aprender; él es el profesor. ¡Gracias, amigo! Tus esfuerzos por desasnarme, por quitarme el pelo de la dehesa, son impagables, inapreciables e inestimables.
Pero, bueno, dejémonos de
lucubraciones o elucubraciones, y no perdamos la perspectiva de la vida del marino -en cada puerto un amor- que es más romántica,
sentimental, idealista y soñadora, -¡ooolé!-, y vamos, como había prometido, con los
hermanos García, García de Nodal, los Nodales, marinos y navegantes españoles,
nacidos en Galicia, más concretamente, en Pontevedra. El mayor, Gonzalo, nació
en la capital de las Rías Baixas circa
(hacia, alrededor de) 1569. Con su hermano Bartolomé, empezó como aventurero en
la armada de Alonso de Bazán, en 1590. Según nota que sigue a la relación de
servicios de los hermanos Nodal: “Los navíos que ayudaron a rendir, quemar y
echar al fondo, desde 1591 hasta 1614, suben al número de 76, pero de éstos, 12
fueron especialmente apresados por Gonzalo, que dice se halló en todas las
ocasiones, que refiere el capitán Bartolomé de Nodal, su hermano, en su relación,
desde 1590, y antes algunos días”. Sobresale entre los hechos realizados por
Gonzalo, el que en cierta ocasión al amanecer rodeado de una armada inglesa,
frente a Galicia, fingió pertenecer a ella; se rezagó hasta quedar a barlovento
del enemigo y abordó y rindió a la vista de la armada a uno de los barcos
ingleses que había ido de noche a reconocer el cabo Prioriño y el castillo de
Hércules. No permitiéndole el viento entrar en La Coruña, pasó con su presa por
dentro de la isla Sisarga y desde allí mandó a El Ferrol a los prisioneros.
En la expedición efectuada por los hermanos Nodal, a reconocer el estrecho de Magallanes y el de San Vicente (Le Maire) “Gonzalo hizo por su mano la planta y descripción del descubrimiento en pintura”. No obstante ser Gonzalo más viejo que Bartolomé, e ir juntos siempre los nombres de los dos hermanos, este último era el jefe de la expedición. Cuando fondearon cerca del cabo San Vicente al regreso de Magallanes, desembarcó Gonzalo junto con el cosmógrafo de la expedición Diego Ramírez de Arellano y se dirigieron a Lisboa a dar cuenta al rey, a la sazón en dicha capital, mientras Bartolomé llevaba los barcos a Sanlúcar de Barrameda.
Desde 1619 navegaron separadamente los hermanos Nodales,
como también se les llamaba. El 30.8.1622, año éste en que pereció Bartolomé;
se dio a Gonzalo una real instrucción para realizar un viaje a Chile con dos
navíos y un patache, llevando un socorro de 300 infantes. Se prevenía en otra
instrucción al virrey del Perú que Gonzalo había de regresar con uno de los
navíos por el estrecho de San Vicente (el de Le Maire), para traer relación
exacta de su existencia. Para este viaje no salió hasta el 13 de octubre con
tres navíos, 133 hombres de mar y 400 infantes.
Mi vida entonces, cual
guerrera nave / que el puerto deja por la vez primera, / y al soplo de los céfiros
suave / orgullosa desplega su bandera, / y al mar dejando que sus pies alabe /
su triunfo en roncos cantos, va, velera, / una ola tras otra, bramadora, /
hollando y diviendo vencedora.
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