Velas y vientos… Velas y vergas… Velas y jarcias…
Velas y obenques… Hoy vamos a hablar algo de los obenques. Obenque es cada uno
de los cabos gruesos de cáñamo o alambre con que se sujeta un palo macho o
mastelero desde la cabeza a la cubierta, mesa de guarnición o cofa
correspondiente, por una y otra banda. Actualmente los obenques son siempre de
cables de acero, a no ser que se trate de un bote, donde algunas veces se
emplean de cáñamo o cabo sintético. Pueden ser dobles o sencillos y
toman la denominación del palo respectivo: obenques
mayores, de trinquete, de mesana,
etc. El obenque aturbantado es el que se ligaba al cuello del palo después
de encapillarlo y antes de tesarlo, como era costumbre con los proeles de las
jarcias mayores al objeto de facilitar el braceo de las vergas. Obenque volante
es el que sujeta con un aparejo en vez de vigota o tensor. Son frases
marineras: Abozar los obenques, o sea, sujetarlos a la borda con bozas cuando
se teme desarbolar a fin de poder picarlos fácilmente si llega el caso y que
entonces el palo se desatraque pronto del costado, sin que así pueda llegar a producir
averías graves en el casco. La obencadura es pues el conjunto de obenques de
todos los palos y el de cada uno de ellos en particular. En este último caso, y
refiriéndose a la de una banda, también se dice tabla de jarcia.
Templar la obencadura, en general, es dar igual
grado de tensión a dos o más cables, cabos o betas de aparejos que trabajan,
pero en rigor debe entenderse que los cabos han de ser de igual mena y aun de
la misma longitud, para que la operación sea exacta, porque de lo contrario es
imposible acertar con el grado de tensión necesario para que trabajen a un
tiempo. De ahí la razón de que ya en las antiguas ordenanzas se tachara de
inútil la maniobra de dar un calabrote
en ayuda de un cable.
En acepción común se dice templar el aparejo por proporcionar la vela según el objetivo
propuesto o en general para que el buque gobierne bien y no se halle expuesto a
zozobrar. Culebrear o aculebrear los obenques: Culebra es el cabo largo y
delgado empleado en aferrar cualquier vela sobre un palo, verga o entena, por
medio de vueltas en espiral; es
equivalente al denominado tomador
de culebra, aunque éste es más corto y sirve para dar trincas de trecho en
trecho. Al mismo tiempo es el cabo largo usado en envergar una cangreja al palo
o esnón con vueltas espirales a través de los ollaos de la vela y en torno al
palo. En ciertos aparejos de yates va culebreado el pujamen de la trinqueta,
mayor o mesana, a la botavara respectiva y de un modo igual al citado antes.
Culebra es, también, el pedazo largo de vaivén o rebenque que se pasa y afirma
serpenteando entre dos cabos por si falta uno de éstos, que queda colgando. Se
acostumbraba a dar a los obenques, brandales o estayes, cuando era de temer su
rotura. Y, finalmente, culebra es el cabo de mena adecuada, tendido a lo largo
del costado, para que se agarren a él los proeles de los botes y demás gente
embarcada en ellos, cuando se atracan al buque.
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Ahora, de jubilado, me gusta estar sedente y
silente. Es decir, sentado y silencioso. Especulando, conjeturando y divagando.
Sentado y silencioso pero, a ser posible, en un amplio y cómodo sillón
frailero, como diría Azorín. Y, cuando estoy sedente y silente, barrunto cuán agradables deben ser los
coloquios al fuego de la chimenea en las noches de invierno. Tres o cuatro interlocutores,
creo, es el número ideal para un
platicar ameno, agradable y ático. Tres
o cuatro interlocutores que sepan hablar y que sepan escuchar, claro. Y que la
Oratoria, la Dialéctica y la Retórica dialoguen. Esa es la condición sine qua non. Una condición, para mí,
absolutamente necesaria.
Aunque yo tengo vocación de cartujo -me seduce la Orden benedictina fundada por San Bruno en el siglo XI- no le hago ascos a una buena conversación. ¡Pero son tan escasas las ocasiones! Tienen que estar en conjunción varios planetas y eso sucede cada muchos lustros. ¡Qué le vamos a hacer! No niego que me atrae el silencio y la soledad. ¿Sabéis por qué? Porque solo en soledad se siente la sed de verdad. Antes prefiero ser dueño de mis silencios que no serlo de mis palabras. Palabra y piedra suelta, ya se sabe, no tienen vuelta. Entre el Cosmos y el Caos prefiero el conjunto de todas las cosas creadas; la totalidad del universo como conjunto ordenado. Entre la verdad y la mentira prefiero, hoy va de preferencias o predilecciones, la verdad. La mentira es trilingüe –milicia contra la malicia- la verdad es muda. “¿Tu verdad? No, la Verdad. La tuya, guárdatela”, escribió Antonio Machado. Mi barca, aviso a navegantes, siempre ha surcado los procelosos mares de la vida sin velas de mentiras ni remos de lisonjas. ¡Cuántos escollos! ¡Cuántos arrecifes! ¡Cuántos farallones! Los mitológicos de Escila y Caribdis y otros muchos más. “¡Pobre barquilla mía / entre peñascos rota / sin velas desvelada / y entre las olas sola!”
Hay, dicen, tres cultivos eternos: la inteligencia, la sensibilidad y la conciencia. Hay tres cultivos imperecederos pero pocos cultivadores. La mies es mucha pero los obreros son pocos. Y así nos va a los humanos. Mal, claro. Rematadamente mal.
Aunque yo tengo vocación de cartujo -me seduce la Orden benedictina fundada por San Bruno en el siglo XI- no le hago ascos a una buena conversación. ¡Pero son tan escasas las ocasiones! Tienen que estar en conjunción varios planetas y eso sucede cada muchos lustros. ¡Qué le vamos a hacer! No niego que me atrae el silencio y la soledad. ¿Sabéis por qué? Porque solo en soledad se siente la sed de verdad. Antes prefiero ser dueño de mis silencios que no serlo de mis palabras. Palabra y piedra suelta, ya se sabe, no tienen vuelta. Entre el Cosmos y el Caos prefiero el conjunto de todas las cosas creadas; la totalidad del universo como conjunto ordenado. Entre la verdad y la mentira prefiero, hoy va de preferencias o predilecciones, la verdad. La mentira es trilingüe –milicia contra la malicia- la verdad es muda. “¿Tu verdad? No, la Verdad. La tuya, guárdatela”, escribió Antonio Machado. Mi barca, aviso a navegantes, siempre ha surcado los procelosos mares de la vida sin velas de mentiras ni remos de lisonjas. ¡Cuántos escollos! ¡Cuántos arrecifes! ¡Cuántos farallones! Los mitológicos de Escila y Caribdis y otros muchos más. “¡Pobre barquilla mía / entre peñascos rota / sin velas desvelada / y entre las olas sola!”
Hay, dicen, tres cultivos eternos: la inteligencia, la sensibilidad y la conciencia. Hay tres cultivos imperecederos pero pocos cultivadores. La mies es mucha pero los obreros son pocos. Y así nos va a los humanos. Mal, claro. Rematadamente mal.
Pese a todo, la Esperanza es lo último que se
pierde.
¡Feliz Navidad a todos! ¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad a todos! ¡Feliz Navidad!
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