Por el mismo tiempo o a comienzos del XVIII, no está
dilucidado del todo, se conocen los foques,
que en España es preciso esperar hasta 1783 para verlos declarados
reglamentarios. Los foques desterrarían la cebadera,
vela de evolución heredada por los navíos de las carabelas y naos, y que
tenía el no pequeño inconveniente de embarcar agua en cuanto se levantara un
poco de marejada; a pesar de abrírsele unos orificios de desagüe, en la
práctica era obligado aferrarla pronto, pues de lo contrario eran fáciles las
averías. Pero como era necesaria una vela de maniobra o giro, vela que hiciera
arribar al buque en determinados momentos, especialmente al meter al viento el
resto del aparejo, se recurrió al tormentín
o pequeña vela cuadra que se largaba en un palo corto y delgado en el extremo
del bauprés, donde, como era difícil afirmarlo bien, se rendía con demasiada
frecuencia; tampoco una segunda cebadera, la contracebadera, vino a ofrecer mayores ventajas, siendo al fin los
foques la verdadera solución al problema y cuya primacía en la idea parece ser
que corresponde a los holandeses, y, según algunos, ya en la segunda mitad del
siglo XVII. La vela latina en el mesana continuó hasta después de mediado el siglo
XVIII; se cuenta del capitán de un barco inglés (hacia 1750), al que le habían
faltado la verga algo más debajo de la cruz, que cortó el paño sobrante a proa,
logrando tan buenos resultados que por ellos se generalizó como vela cangreja, y el trozo de percha alto
pasó a ser el pico de nuestros días.
No obstante la anécdota acaba de referir, debe señalarse que en sus primeros
tiempos la cangreja iba envergada en una entena de vela latina, con la
diferencia de que la vela terminaba en el palo y el resto de la entena hasta el
car era seca, es decir, sin vela.
A las velas mencionadas debe añadirse la trinquetilla, que se larga con botavara
o sin ella en el estay de trinquete, entre dicho palo y el bauprés o la proa.
También hay que mencionar otras velas propias de embarcaciones de pequeño porte
o simples botes, y son las siguientes: quechemarina,
al vela al tercio parecida a las usadas por los quechemarines y que largaban
los faluchos grandes con mal tiempo, especialmente los del resguardo en el sur
de la Península; mística, vela
trapezoidal, intermedia entre la latina y la vela al tercio, empleada por los
místicos; guaira, vela triangular
envergada al palo o a una entena que se mantiene atracada a éste; vela de abanico, que es la trapezoidal
que se orienta por medio de una percha en diagonal, desde el pie del palo hasta
el puño de pena; vela al tercio,
también trapezoidal, unida a una entena que se suspende por medio de una driza
firme a un tercio de la longitud de aquélla, a contar del penol correspondiente
a la relinga de la caída de proa, un poco más corta que la de popa o baluma.
Hay además otras velas que reciben una denominación
particular o sobrenombre: carbonera o
vela de estay mayor, cuyo nombre se debe seguramente al uso que de ella hacían
los carboneros ingleses; candonga,
vela triangular que los faluchos y otras embarcaciones latinas orientaban en el
palo de mesana para capear un tiempo y se envergaba con pasadera en el palo
como una guaira, cargándose con la escota de la mesana; treo o trinquete redondo, que largaban las embarcaciones de aparejo
latino al correr un temporal; píchola,
latina pequeña usada por los jabeques en caso de mal tiempo; entrepenas, vela triangular que en los
jabeques y místicos se largaba de pena a
pena de las mayores al navegar en popa; tallavientos,
la que en los lugres, quechemarines y trincaduras sustituía a la mayor cuando
por el mucho viento no podía aguantarse ni rizada; borriquete, trinquete de fortuna usado por las trincaduras para
capear o correr un tiempo; monterilla,
sobrenombre del sosobre o vela más arriba del juanete alto; pollaca, foque grande, propio de las
embarcaciones de aparejo latino.
Las velas primitivas estaban hechas de pieles de
animales, y los chinos todavía las usan de estera. Luego, y hasta comienzo del
siglo pasado, las fibras empleadas en la hilatura de lonas para velas era
invariablemente de cáñamo o lino. Éste ofrecía mejores resultados, ya que,
además de tener superior resistencia, posee la apreciable cualidad de que las
velas hechas de él permanecen suaves y flexibles, y ello tiene gran
importancia, sobre todo en las faenas de rizar o aferrar con viento duro; sin
embargo, en España era reglamentario el cáñamo para velas de los buques de
guerra y procedía de Orihuela y Granada, en donde se cosecha de la mejor
calidad. El lino para velas se cultivaba en Inglaterra, Francia, Rusia, Holanda,
Bélgica y Finlandia.
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