Un día un amigo me
dijo: “Vivir quiero conmigo, / gozar quiero del bien que debo al cielo, / a
solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de esperanza, de
recelo.” ¡Qué de monólogos tiene que hacer uno, amigo Baltasar, para no perder
el juicio! ¡Qué de soliloquios! Cuando digo para no perder el juicio no me
refiero a la tramitación de una causa criminal o de un pleito civil ante un
juez o tribunal. No; me refiero a otra cosa.
¡Ay, quién supiera
escribir! ¡Quién supiera poner, bien, una letra detrás de otra! Lo que está escrito, escrito está. Fue
la respuesta de Pilatos a los judíos que reclamaban el cambio de la inscripción
colocada en la cruz de Jesucristo. Quisiera
no saber escribir. Fue la que daba Nerón, en los primeros tiempos de su
reinado, cada vez que debía firmar una sentencia de muerte. No escribo contra quien puede proscribir,
fue la de Gayo Asinio Polión a quienes lo aconsejaban que replicara a los
epigramas que le dedicaba Octavio. “Si
tú vinieras, Platero, con los demás niños, a la miga, (escuela para párvulos a
la cual asistió J.R.J. a los cuatro años), aprenderías el a, b, c, y
escribirías palotes. Sabrías tanto como el burro de las Figuras de cera –el
amigo de la Sirenita del Mar, que aparece coronado de flores de trapo, por el
cristal que muestra a ella, rosa toda, carne y oro, en su verde elemento-; más
que el médico y el cura de Palos, Platero. Pero, aunque no tienes más que
cuatro años, ¡eres tan grandote y tan poco fino! ¿En qué sillita te ibas a
sentar tú, en qué mesa ibas tú a escribir, qué cartilla ni qué pluma te bastarían,
en qué lugar del corro ibas a cantar, di, el Credo?” Esto, no hace falta aclararlo, se lo decía
Juan Ramón Jiménez a su mejor amigo: Platero. Marco Aurelio de los prados, le
llamaba Juan Ramón... En Libros de prosa,
el poeta nos revela sus pensamientos, su deseo de soledad; su melancolía; su
nostalgia por la inocencia infantil, soñando con el oro de la infancia; su
ansia por un ideal vago y su simpatía por los que, como él, se ven fracasados
ante la vida y la sociedad (tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen), y
han perdido todas las oportunidades para una vida plena. ¡Quién supiera cantar
un himno a una vida que alguien describió como “la sed de sencillez, de reposo,
de anchos y serenos horizontes, de comunión de la vida rural, que consume a todos
los espíritus hartos de complicaciones y
refinamientos”. El hombre ha de
conservar como un legado, como una herencia, en su natural destino, pienso, los
tres cultivos eternos: el de la inteligencia, el de la sensibilidad y el de la
conciencia. ¡Ay, quién supiera escribir! ¡Qué de soliloquios! ¡Qué de monólogos
tiene que hacer uno, Baltasar amigo, para no perder el juicio! Para estar
–simple y llanamente- conmigo; porque para andar conmigo me bastan mis
pensamientos. “Un ángulo me basta entre mis lares / un libro y un amigo, un
sueño breve, / que no perturben dudas ni pesares”.
N. B. Nota bene es
una locución latina que significa “nota bien” o “nótese bien” en el sentido de
“téngase cuidado” o “préstese atención”. Es frecuente en los libros y otras
publicaciones para llamar la atención sobre algún punto.
Hoy no hemos hablado de vientos porque hay calma chicha:
quietud absoluta del aire, acompañada de pesadez de la atmósfera, particularmente
en el mar. Y hay que estar al pairo. Con las velas tendidas, claro.
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