Se citan dos casos muy conocidos y comentados por el gran
nombre que alcanzaron sus protagonistas, que fueron Julio César y su rival
Pompeyo. Siendo el primero muy joven fue hecho prisionero con otros navegantes
por un grupo de piratas. El jefe dijo a Julio César que pensaba pedir por él
veinte talentos. Y el cautivo contestó que el pirata era un necio, pues podía
pedir hasta cincuenta. Cuando el rescate llegó, César fue llevado con otros a
Mileto. El gobernador prestó a César cuatro galeras y 500 soldados, con los que
cayó sobre la guarida de los piratas que fuero apresados. Al pretor de
Pérgamo, Junio Silano, le desagradó el
valor de aquel joven y tal vez en compromiso inconfesable con los piratas, no
se mostró dispuesto a castigarlos; entonces el propio César marchó a la prisión
y los condenó a ser crucificados, aunque por haberle dado buen trato en su
cautiverio, aconsejó se suicidaran los que así lo prefirieran. No hay detalles
que puedan fundamentar que se llevara a cabo tan atroz sentencia. En cuanto a
Pompeyo, se sabe que uno de los primeros peldaños del pedestal de su fama fue
el exterminio, en tres meses, de los piratas mediterráneos, para lo cual
necesitó se le dieran amplios poderes, 500 naves y 120000 hombres. La época en
que estuvieron más envalentonados los piratas
frente a Roma, fue cuando los protegiera Mitrídates, rey del Ponto, antigua región del NE de Asia Menor, junto al Ponto Euxino.
La isla de Borneo fue un centro de piratería en diversas
ocasiones. Sus salvajes moradores autóctonos, no conocieron nada del arte de la
navegación; pero cuando fueron invadidos por los malayos, estos supieron
inculcarles la idea de la caza del hombre por entre los extensos archipiélagos,
como desde siglos la venían ejecutando en la cálida manigua borneana. El pirata
malayo, en general, también buscaba la caza de los seres humanos; si no podían
rescatados, se les sacrificaba por lo procedimientos más espantosos, sobre todo
si eran blancos, o se les guardaba para ser vendidos como esclavos. Los presos
de raza papúa de Nueva Guinea eran comprados por el rajá de Achin. El mercado
máximo de esclavos estuvo en la isla de Sarangay, cerca de Mindanao. El último
pirata malayo se llamaba Raga; comenzó sus fechorías en 1813 y llegó a destruir
más de cuarenta buques a cuyas tripulaciones pasaba a cuchillo, reservándose
los capitanes que gustaba decapitar él mismo.
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