Con diez cañones por
banda, / viento en popa a toda vela, / no corta el mar, sino vuela, / un velero
bergantín: / bajel pirata que llaman, / por su bravura el Temido, / en todo mar
conocido / del uno al otro confín.
Ahora advierto, reparo, caigo en la cuenta, de que aún,
todavía, no hemos hablado nada de los piratas. Ni de los corsarios, ni de los
bucaneros, ni de los filibusteros. Pero, siempre hay una primera vez. Para
todo... Para los piratas, también.
Pirata es el que ejerce, o ejercía, la piratería. Individuo
que dirige o forma parte de la tripulación de un barco que se lanza a la
captura de otros, sin más deseo que el de enriquecerse con el producto de su
robo. Como este desmán era acompañado de otros muchos, asesinatos, tortura de
prisioneros, exigencias de rescate, etc., el pirata debe considerarse y se
consideró como un ser despreciable en lo más bajo de la escala moral. El oficio
de pirata en el mar y también en los grandes ríos, a igual que su similar el de
salteador de caminos, es tan antiguo como el mismo comercio. Desde que hubo
mercaderes y caravanas que transportaran riquezas de un punto a otro,
existieron salteadores; los piratas como bandoleros de las rutas del mar,
fueron comparables a los salteadores de tierra, pero llegaron en su inmunidad a
los extremos más atroces. Algunos no estuvieron exentos de buenas cualidades y
hubo entre ellos marinos geniales y hombres capaces de ciertos actos de
nobleza, pero eso no les eximía del calificativo común más despreciable.
No obstante la repulsión con que
los historiadores y legisladores han tratado el oficio piratesco, ha habido
diversos hombres que aun dedicados a tan vil negocio, han tenido momentos para
demostrar que no todo era en ellos egoísmo y abyección. El pirata, como ser
humano, tiene a veces un alma compleja, no exenta de buenas cualidades
ahogadas, tal vez inconscientemente, en la sangre de sus víctimas. El individuo
de la tripulación, pocas veces pudo destacar con una intención noble o digna.
En ocasiones una creencia religiosa o una superstición absurda, tornaba en obra
buena lo que iba camino de constituir algo muy lamentable; se registran casos de
una piedad imperfecta o tardía, y algunos de arrepentimiento Pero suele ser la
musa común de los piratas, el alcohol, la inspiradora de todos sus actos. El
pirata ahoga en aguardiente, o en cualquier bebida de fuerte paladar y pésimas
consecuencias, algún desesperado revivir que intentara su conciencia humana. En
cuanto al jefe, tuvo que ser con frecuencia un expertísimo marino y en
ocasiones inteligentísimo diplomático y hombre de condiciones de mando
excepcional. Poco duró al frente de sus forajidos, el que sólo se impuso por el
terror y la crueldad. Una necesaria brutalidad de procedimientos era acompañada
con frecuencia, por una mente fría y calculadora, digna en muchos casos de
mejor empleo. El jefe pirata ha sido siempre un ser dotado de una fuerza
especial de fascinación. Casi todos tuvieron un código especial propio para
tranquilizar su conciencia; todos encontraban excusable su decisión de dedicarse
a tal oficio: unos por rencor, otros por haber sido tratados injustamente,
otros por un amor desordenado a la libertad o a la aventura. (Que es mi barco mi tesoro, / que es mi Dios
la libertad, / mi ley la fuerza y el
viento, / mi única patria la mar). Casi ninguno desdeñó el sentirse
arrepentido en un momento de peligro y de los que llegaron a viejos, incluso
pensaron seriamente en la salvación de sus almas.
Navega velero mío, /
sin temor; / que ni enemigo navío, / ni
tormenta, ni bonanza, / tu rumbo a torcer alcanza, / ni a sujetar tu valor.
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