Hacia las
cuatro de la tarde, en que había dos fragatas fuera de combate, otra, la Blanca, de tan bizarra actuación al
haber volado la torre meridional y cañoneado con eficacia las restantes baterías de la zona, durante lo cual fue herido su
valeroso comandante, Topete, tuvo también que retirarse por haber agotado las
municiones, quedando, pues, en acción contra el ya escaso fuego enemigo, las
fragatas Numancia, Resolución y Almansa y la goleta Vencedora
que, a pesar de su escaso tamaño, se
comportó valientemente y corrió riesgo como la nave que más. A dicha
hora, cuatro tarde, se había logrado que sólo unos doce o catorce cañones, casi
todos de la batería “Santa Rosa”, contestaran a las continuas andanadas de las
fragatas, habiendo sido apagado el fuego de la torre “Junín” y manifestándose
escasísimo el de los fuertes “Ayacucho” y “Pichincha” y la batería “Independencia”, del sector
septentrional. Con la torre de “La Merced”
volada y la batería “Maipú” en silencio, sólo la mencionada “Santa Rosa”
y el fuerte “Chacabuco”, en la parte meridional, contestaban débilmente al
fuego español. No obstante, la escuadra prosiguió el bombardeo, tenazmente
empeñada en acallar totalmente al enemigo, y por ello, si se recalentaban
demasiado los cañones de una banda, viraban las fragatas continuando los
disparos con los de la banda opuesta. Al filo de las cinco, y cuando ya sólo se
oía tronar a cinco o seis cañones de la batería “Santa Rosa”, el mayor general
Lobo dio la señal de alto el fuego, ordenando a los barcos retirarse del
combate, pues se hallaba próximo el ocaso y pronto comenzaría a levantarse la
niebla. Subidas las dotaciones a las jarcias, dieron las tres vivas de
ordenanza a la reina, y los cuatro buques hicieron rumbo hacia el
fondeadero de la isla de San Lorenzo.
Tanto si se tiene en cuenta el número de bajas
sufridas por una y otra parte, como los resultados materiales de la acción,
resulta obvio señalar a quién correspondió el triunfo. En tanto la escuadra
española tuvo 194 entre muertos, heridos y desaparecidos (de ellos, 5 jefes y
oficiales), el enemigo (según propia confesión y por el cálculo proporcional
entre las bajas de jefes y oficiales, que fueron 59, y las de la misma categoría
sufridas por la escuadra) tuvo cerca de 2000. Sin considerar los resultados
materiales, mientras del lado español había, al terminar la acción, tres
fragatas y una goleta casi indemnes, con 130 piezas de artillería, o sea más de
60 funcionando en cada andanada, los peruanos apenas si hacían fuego con media
docena de cañones, pues los demás fueron volados, entre ellos los enormes
Armstrong en torres blindadas y los Blackely acasamatados. La escuadra no había
sufrido –salvo las fragatas Villa de Madrid y Berenguela- averías de consideración, según lo demostró el
hecho de que seis o siete días después, reparadas aquéllas en el fondeadero de
la isla de San Lorenzo, estuvo la escuadra lista para zarpar.
Un historiador español contemporáneo -Pirala- señala
el hecho de que bien pudo Méndez Núñez repetir el ataque al día siguiente, para
apagar por completo los fuegos de la plaza, pues al abandonar los buques la
acción cuando aún disparaban algunos cañones peruanos dio pie a que el enemigo
se considerase victorioso, diciendo que había obligado a retirarse, malparada,
a la escuadra. Tal aserto tiene cierto fundamento lógico; pero, según apunta
acertadamente Novo y Colson, la escasez de municiones que padecían los buques españoles después del combate, no permitía
exponerlos otra vez a una lucha tras la cual, completamente agotadas aquéllas,
quedaran a merced de cualquier buque enemigo, fuera cual fuese su potencia, a
miles de millas de las costas españolas.
Y aquí termina el llamado Bombardeo de El Callao.
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