ACTO I
El barco del noruego Daland, acosado por la tempestad, ha anclado en la costa, a varias millas del puerto. En la lejanía aparece otra nave, la del holandés errante, que desespera de hallar la mujer que pueda redimirle.
Daland le habla de su hija Senta. El holandés, sintiendo revivir la esperanza, le ofrece todas sus riquezas a cambio de la mano de aquella hija, a lo cual el padre accede.
ACTO II
En una estancia de la casa de Daland, Senta y varias doncellas, agrupadas en torno a la chimenea, hilan y cantan. Senta permanece absorta mirando el retrato de un hombre pálido, vestido de negro y canta la balada del holandés errante, el personaje del retrato, que ha despertado en su alma un amor compasivo. Al terminar su canción declara, presa de arrobamiento, que quiere ser ella la redentora del infeliz. Erik, enamorado de Senta, que ha entrado y oído el final de la balada y el juramento de la doncella, se desespera ante su decisión, que arruina todas sus esperanzas.
Aparecen Daland y el holandés, en quien Senta presiente al objeto de su piadosa pasión. En el corazón del holandés se despierta intenso amor por Senta y pronto aquella relación se convierte en noviazgo.
ACTO III
La tripulación del holandés se burla de su capitán, que nunca encuentra una mujer fiel. Han de partir, pues el plazo expira.
Senta sale de la casa, seguida de Erik. Éste le pide que no se case con el forastero y le recuerda la hora en que su padre, al partir, la confió a su protección. La presión de su mano fue entonces prenda de su amor. El holandés, que ha asistido a la escena sin ser visto, cree que Senta jugará con su pasión como con la de Erik. Todo está, pues, perdido. Despídese de Senta y, a pesar de las protestas de la joven, sube a bordo y ordena levar anclas. Senta, arrancándose de su padre y Erik, que tratan de retenerla, sube a una peña y desde allí se arroja al mar. Este sacrificio anula el castigo que pesa sobre el holandés, cuyo barco se hunde, mientras él y la muchacha, surgiendo de las olas, se elevan a los cielos.
Una introducción para Daland, con el coro de marinos noruegos, abre la ópera. Éstos cantan gozosos por haberse librado de la tempestad que aún ruge. A continuación viene el canto del Timonel. Wagner, que rechazaría pronto la forma tradicional de aria, escribe todavía en estas óperas de juventud algunas piezas más o menos comparables a aquélla. El piloto va adormeciéndose al compás de las notas. Después de una introducción tempestuosa aparece el fantasmagórico personaje del holandés para cantar sus escasas esperanzas y sus temores ante la nueva oportunidad que se le ofrece. En el fondo de su canto oímos la tempestad en la orquesta y el tema del buque. Es una pieza brillante y muy exigente para la voz. Del segundo acto destacan la balada de Senta, dividida en tres estrofas: cada una nos presenta, primero, el tema del buque y después (iniciándose propiamente la balada) un tema brusco en el que la voz debe efectuar saltos considerables, para finalmente llegar a un tema melódico de gran belleza. Otro momento destacado es el aria de Daland; éste presenta al holandés a su hija, a los sones de una orquesta que parece iniciar un tema cortesano o de danza al que recurre varias veces durante esta pieza, no muy profunda, pero ciertamente atractiva. Del último acto destaca su final, en donde los gritos de Erik congregan a todos en escena a tiempo para ver huir al holandés en su buque. Cuando Senta esquiva a los demás y se lanza al mar, se vuelve a escuchar, por última vez, el tema del buque en todo su esplendor.
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