Dos fueron los
principales asaltos sufridos por dicha ciudad: el primero, en abril de 1697, en
el que las fuerzas atacantes lograron su objetivo, apoderándose de la misma, y
el segundo el 15 de marzo al 20 de mayo de 1741, en el que, pese al formidable
despliegue de fuerzas británicas que se proponían tomarla, logró resistir, sin
que aquéllas alcanzaran su finalidad.
En plena guerra
de la Liga de Augsburgo se formó una sociedad de navieros y comerciantes
franceses que, ayudada por la Corona, se propuso acometer empresas de carácter análogo
a las realizadas, tiempo atrás, por las compañías holandesas e inglesas de
Indias. Para ello el Estado las apoyaría con naves de guerra y determinado
contingente de tropa embarcada, pensándose incorporar a la empresa nada menos
que a las nutridas partidas de temibles filibusteros y bucaneros que, con la
tolerancia del gobernador francés, estaban acampadas en la parte gala de Santo
Domingo (Haití), prometiéndoles una parte importante del botín que se
consiguiera. Se concertó llevar a efecto un gran ataque contra alguna de las
más importantes plazas españolas: Veracruz, Portobelo o Cartagena.
El grueso de la
expedición, al mando de Jean Bernard Desjeans, barón De Pointis, pertió en los
primeros días del año 1697, del puerto de Brest, con rumbo a la isla de Santo
Domingo, donde había de efectuarse la concentración de fuerzas. Con Pointis
llegaron siete navíos de línea, de 80 a 56 cañones, y 10 fragatas y corbetas,
con un total de 4000 hombres entre dotaciones y fuerzas de desembarco, éstas
últimas constituidas por unos 1500 soldados regulares. A tales fuerzas se
unieron las aportadas por los filibusteros, 8 naves de tipo fragata, con unos
1600 hombres, al mando del gobernador francés de la isla, Jean B. Ducasse, el
único jefe reconocido por aquellos depredadores, magníficos combatientes que no
retrocedían ante nada, llevados por sus móviles de saqueo y botín.
Celebróse consejo de jefes, y aunque Ducasse
recomendaba atacar Portobelo, donde, si se hubieran dado prisa, habrían podido
sorprender a los galeones españoles con 150 millones en oro, a más de
celebrarse allí entonces la feria en que se cambiaba el oro y la plata del Perú
por las mercaderías llegadas de Europa, decidióse fuera Cartagena la plaza
asaltada, ya que Pointis llevaba órdenes concretas en tal sentido.
Cartagena
constituía una gran ciudad colonial de 8 a 10000 habitantes, famosa por poseer
el mejor sistema defensivo de todas las posesiones españolas de Indias, aunque,
en realidad, tales defensas no eran en todo efectivas como se creía, sino un
tanto aparentes. Cierto que disfrutaba de una posición envidiable, accesible
solamente por una angosta entrada, llamada Boca Chica, que defendía un –al
parecer- poderoso castillo de gruesas murallas; pero que en realidad, tan sólo
lo guarnecían ¡15 hombres! y sus 33 piezas de artillería se hallaban montadas sobre débiles cureñas de cedro que,
como después se advirtió, saltaban a los primeros disparos. Dentro de la bahía,
a unos cuatro kilómetros de la plaza, se levantaba la escarpada y formidable fortaleza
de Santa Cruz, que con sólo 80 hombres de guarnición y casi nula artillería era
prácticamente inútil, y en el extremo opuesto, o sea del lado del continente,
estaba el fuerte de San Lázaro. Finalmente, la ciudad propiamente dicha contaba
con murallas, fosos naturales y 12 baluartes, artillados con 48 piezas, pero de
insuficiente dotación, compuesta por sólo 40 soldados regulares.
El día 13 de
abril de 1697 se presentó la armada franco-filibustera frente la boca de la
bahía, y al día siguiente Pointis intentó efectuar el desembarco en la costa
nordeste, con el propósito ulterior de aislar del continente a la plaza; pero
dicho paraje estaba sembrado de arrecifes, escolleras y rompientes que hacía
impracticable, sin gran riesgo, el desembarco, por lo que ordenó el jefe
francés fondear en la denominada Playa Grande. Pointis y Ducasse
decidieron inmediatamente atacar el
fuerte que defendía la entrada de Boca Chica, comenzando el bombardeo con
varias baterías móviles el mismo día 14, consiguiendo desmontar los cañones de
aquel baluarte que aún no habían saltado por sí mismos a causa de sus
defectuosas cureñas, según antes se dijo, y al día siguiente se aproximaron
varios navíos a dicho fuerte, continuando el bombardeo. Tras soportar 1500 disparos, se rindió el gobernador de la
fortaleza, Sancho Jiménez Orozco, produciendo tal hecho honda consternación en
la ciudad, por lo que con la mayor celeridad fueron echadas al fondo, en la
angostura de la bahía, varias naves y todas las lanchas y canoas que se pudieron
reunir, a fin de barrear el paso.
El día 20, tras
débil resistencia, se apoderaron los franceses de la fortaleza de Santa Cruz,
y, pese al intento de obstaculizar su paso, los navíos pudieron avanzar hasta
tener a la ciudad al alcance de sus cañones, por lo que comenzaron el
bombardeo, produciendo en ella tal impresión el imprevisto ataque que sus
habitantes en masa quisieron huir al campo, lo que se evito merced a la
presencia de ánimo del gobernador, Diego Núñez de los Ríos, quien, tras poner
guardias en las puertas de la muralla, organizó inmediatamente la defensa, para
la cual ya había preparado las compañías de milicias, integradas por unos 1800 o 2000 hombres, no siendo
posible proveer de armas a todos por no llegar las disponibles a dicho número.
Los atacantes desembarcaron en dos sitios, dispuestos a efectuar el asalto a la
plaza desde opuestos extremos, por uno la infantería los marinos y la infantería regular y los
filibusteros por el otro. Rechazada por el gobernador de la ciudad la intimidación
de rendirse, comenzaron un intenso bombardeo, que duro seis días, hasta el 30,
en que arreció más por haber montado baterías de mayor calibre en apoyo a los
cañones de los barcos. Dicho día, después de abrir brecha en la muralla, los
sitiadores lanzaron dos columnas al ataque, las cuales penetraron en el arrabal
de Hihimani, o ciudad baja, del que se apoderaron tras durísima lucha, durante
la cual las bisoñas milicias defensoras tuvieron cerca de 400 bajas (de ellas
la mitad muertos), en tanto que las de los asaltantes , con mayor experiencia
combativa, no llegaron a 100 muertos. Entre los heridos figuraba el propio
Ducasse.
El día 4,
concertada la capitulación, el gobernador, Diego Núñez de los Ríos, salió por
la brecha con todos los honores, seguido de las milicias, que sumaban unos 1500
hombres, así como de mujeres, niños, etc. en total unas 3000 personas, tras lo
cual entraron los franceses, ordenadamente. Su jefe hizo celebrar en la
catedral un solemne Te Deum,
posesionándose de la ciudad en nombre de Luis XIV. El saqueo duro hasta el 12
de mayo, calculándose la cuantía del botín en 6 000 000 de pesos. Pointis mandó
fuera embarcado todo objeto de algún valor, arramblando así, según es fama,
hasta con las campanas de las iglesias y los 84 cañones montados en los
baluartes de la ciudad. Pero he aquí que durante aquellos días se
desarrollo entre franceses y filibusteros una fulminante
epidemia colérica, a causa de la cual murieron cerca de 2000, en tanto que la
conquista de la plaza sólo les había costado 500 vidas. (continuará)